Bienvenido A Violet Hill

¡Hombre un turista!

La verdad es que no se ven muchos por aquí. Ya sabe esto es un pueblo tranquilo. Ni siquiera salimos en los mapas. Demasiado pequeños... ¡Pues mejor! ¡Que les den a todos!
...

¡Oh no... no! no se vaya todavía. Deberá disculparme. Mi mujer siempre me dice que debería pensar antes de abrir esta bocaza. Supongo que tiene razón.

¿Que cómo ha llegado aquí? ¿Quién sabe? Algunos llegan porque hace tiempo que nos andaban buscando, para otros en cambio es sólo cuestión de suerte.

¡De eso nada! Esta noche se quedará con nosotros. Dentro de poco oscurecerá y no es seguro ir por estas carreteras mal asfaltadas. Insisto.

Bien, si quiere puede ir a dar una vuelta por el pueblo. Dentro de una hora vuelva. Le estaré esperando con una cerveza bien fría y alguna historia que contar. Le aseguro que no se arrepentirá, mi mujer prepara los mejores guisos de la región.

Ya lo verá, lo pasaremos de miedo.

Cómo se hizo... Diana

Hace algún tiempo que no puedo venir a contaros mis historias. No es que no las haya, es que el tiempo me ha tenido preso estos últimos meses. El final de año se acerca y ha resultado ser más laborioso de lo que en un principio había previsto.

De todos modos quiero contaros cómo se gestó Diana.

Para hacerlo correctamente deberíamos restroceder unos cuatro o cinco años atrás en el tiempo. Sí, hace bastante tiempo ya, sobretodo porque no lo escribí entonces, sino justo poco antes de contároslo a vosotros. Aunque lo recuerdo como si fuera ayer.


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Había ido a recoger a la chica con la que estaba saliendo por aquel entonces. Íbamos a ir al cine pero nunca me ha gustado eso de quedar sólo para meternos en la sala oscura, así que fuimos a comer unos bocadillos (la economía no daba para mucho más por aquel entonces) antes de ir a ver la peli. Tengo muy presente todos y cada uno de los detalles de esa cena, aunque por mucho que lo intenté no consigo recordar que película vimos después.

El caso es que estábamos allí sentados. Yo jugueteaba con las patatas mientras ella devoraba su plato. No es que yo no tuviese hambre, pero algo me rondaba la cabeza. Era el perro con el que nos habíamos cruzado de camino al cine. Sí, era un Golden retriever (¡Me encantan esos perros!) Lo veía en los ojos de mi mente y en esos momentos no había nada más. Ella ya estaba acostumbrada a mis momentos de abstracción total. Sabía que algo me rondaba la cabeza y lo mejor era dejarme tranquilo hasta que supiera qué era. Y así era, ese perro tenía una historia que contarme, una historia triste y desgarradora.

Y cuando Scottie me habló toda la historia salió de mi boca casi como vosotros la habeis conocido. Había olvidado mi libreta, así que no tenía dónde escribir, y si tentaba a la suerte iba a olvidarlo todo. La memoria nunca ha sido mi punto fuerte. Así que se la conté, más tarde, si yo olvidaba algo ella podría recordármelo. Aunque al final no fue necesario. Recuerdo lo excitados que estábamos los dos a medida que la historia avanzaba. Ni siquiera me di cuenta de cómo nos miraba la señora que sentada en la mesa de al lado hasta que pagámos y nos fuimos. Nos miraba con mirada acusadora. parecía que nos maldiciera por poder pensar cosas tan terribles sobre una madre y su recién nacido. también es cierto que me relamí bastante en la parte en que el pobre Scottie moría... así que supongo que no le debío entar muy bien el bocadillo a la pobre señora. Salímos de allí con una gran sonrisa en el rostro y con lo que, al menos para mi, es una buena historia, para meternos a ver una película que he olvidado por completo.

Esa es la historia de Diana. Esta vez no hay recuerdos de infancia ni nada parecido, simplemente un perro que tenía una historia que contar.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Diana (continuación)

X
David pidió una semana de baja en la empresa para cuidar de su Jesse y de su hija. Big Tom no dudó en concedérsela, pero David sabía que después tendría que irse, no podía retrasarlo más. La empresa le mandaba a la central, al otro extremo del país. Los jefazos le querían cerca para asegurarse que aprendía a hacer su trabajo como ellos querían. Todos los directivos habían pasado por lo mismo nada más ascender, sin embargo, dada su delicada situación familiar, le permitieron retrasar el momento hasta después del parto. Durante ese tiempo Big Tom se había hecho cargo de él, era la condición que los jefazos pusieron.

Y la semana se quemó en un suspiro.

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—Cielo, tengo que irme—dijo David haciendo la maleta.
—Lo sé, es sólo que… Bueno, nunca habíamos estado separados tanto tiempo.
—Es el precio que hay que pagar. Ya sabíamos que este día llegaría.
—Sí pero ¿ahora? ¿Con Diana?— dijo mirando con ternura la cuna que descansaba junto a la cama.
—Todo irá bien. Os llamaré cada día, te lo prometo. Además, sólo serán un par de meses, y los fines de semana estaré aquí. Me hará ilusión que vengáis las dos a buscarme al aeropuerto.
—Claro que vendremos. Estaremos allí las primeras. ¿Verdad que sí princesa?— dijo acariciando la suave mejilla de su hija.
David las besó a las dos y recogió la maleta del suelo.
—¿Seguro que estaréis bien?—ella asintió con la cabeza— Bueno, pues... te llamo cuando llegue al hotel— y empezó a marcharse.
—¡Cariño!— David se dio la vuelta— Te queremos.
—Yo también os quiero— dijo con un guiño y bajó los escalones de su casa con la sonrisa marcada en el rostro— Cuida bien de ellas— dijo despidiéndose de Scottie que movía la cola enérgicamente en señal de aprobación.


XI

—Lo siento cariño, pero tengo mucho trabajo acumulado. Como unos tres meses…
—Tranquilo. Sabíamos que íbamos a tener que sacrificarnos un poco. ¡Pero el fin de semana que viene me da igual el trabajo que tengas, tú te vienes para aquí!
—Te lo prometo. ¿Qué hace Diana?
—Te echa de menos. Igual que yo. Esta casa no es la misma sin ti, desde que te has ido Scottie se mea por todas partes— al otro lado del aparato David se reía como no lo había hecho en toda la semana— Si tuvieras que limpiarlo dos veces al día no te reirías tanto— y la risa aumentó.

—Tengo que colgar, dentro de diez minutos hay una reunión y aún tengo que leerme unos informes.
—Vale. Llámame cuando llegues al hotel.
—Sabes que no puedo dormirme si no te doy las buenas noches.
—Adiós vida, que vaya bien la reunión.

—Gracias. Te quiero— y colgó.
Genial, otro finde sola.

—Pero al menos te tengo a ti. ¿Verdad que sí princesa?— dijo cogiendo a su hija en brazos— Claro que sí.
En el piso de abajo Scottie empezaba a ladrar frente a la puerta. Jesse tenía exactamente treinta segundos para dejarle salir al jardín antes que, en un acto que ella creía que era totalmente intencionado, el perro se quedase a gusto sobre la alfombra de la entrada.
—¡Scottie, espera¡— le gritó al perro que, al oír la voz de su dueña, aumentó la frecuencia de sus ladridos.

Jesse volvió a dejar a su hija en la cuna y salió a toda pastilla al pasillo. No había llegado ni a media escalera cuando Diana empezó a llorar. Sus chillidos se anteponían sobre los ladridos haciendo que la casa pareciera una caja de resonancia.
—¿Diana? Tranquila cielo. Cállate— le dijo al perro que no cesaba en su empeño de salir al jardín mientras su hija seguía llorando— Mamá ya viene cariño. No llores— más ladridos— ¡Scottie cállate!
El animal agachó la cabeza y se perdió en la cocina. Jesse sabía que se encontraría con un buen charco por lo que acababa de hacer, pero aún así subió a toda prisa.
—Mamá está aquí cielo— dijo cogiéndola de nuevo— Ya pasó… Schhhh…. Ya pasó.
Jesse mecía al bebé de un lado a otro mientras le cantaba una vieja canción que había aprendido de su madre. Pensaba que la había olvidado. Estaba segura que si le hubieran apuntado con un arma amenazándola con pegarle un tiro si no la cantaba, no hubiera sido capaz de recorda
rla, y sin embargo allí estaba. Había brotado de sus labios como si la hubiera cantado un millón de veces antes.
Diana empezó a calmarse al compás de sus palabras y no tardó en quedarse dormida. Jesse aprovechó el momento para bajar a arreglar el desaguisado que seguro habría en la cocina.
Allí estaba, un charco amarillento que el perro había pisado y esparcido por todos lados.
—¡Scottiiiie!
El animal la miraba con culpabilidad desde el rincón donde estaba tumbado con la cabeza metida entre las piernas.
—En fin, supongo que no es culpa tuya.
Jesse cogió el mocho y fregó enérgicamente el suelo.
—Ufff, como huele. Será mejor echarle un poco de ambientador. Y a ti también jovencito. Ven aquí— dijo más animada.
El perro se levantó pesadamente y se acercó con el hocico pegado al suelo y la cola muerta entre las piernas. No fue hasta que sintió las manos de Jesse rascándole la barbilla que empezó a moverla de un lado a otro.
—Pero la próxima vez avísame un poco antes. ¿Vale?— el perro ladró en señal de aproba
ción— Buen chico. Y ahora vamos a ver qué hace la peque.
Subieron a la habitación donde Diana seguía durmiendo. Jesse no había pegado ojo desde la marcha de David. Siempre inquieta, con el temor que si se dormía y Diana lloraba tal vez no la escuchase, pero al ver que todo estaba en calma se tumbó y se permitió cerrar los ojos un rato.

XII
—Te echo de menos cielo— dijo David cuya voz sonaba como si estuviese a punto de llorar—
Tengo tantas ganas de veros…
—Diana te manda recuerdos— y como si la hubiesen invocado esta empezó a llorar

—Menudos pulmones— dijo él riendo.
—Creo que se ha hecho caca. David, cielo, tengo que ir a cambiarla.
—Claro te…—clic— … quiero.

XIII

—¡Oh, vaya! Este es el último pañal. Supongo que tendremos que ir a comprar más— le dijo a su hija que lo miraba todo con ojos curiosos y movía las manitas como si intentase coger algo que sólo ella veía— Vamos a ponerte la ropita nueva que papá te regaló la última vez y nos vamos al super. Ya verás que bien nos lo vamos a pasar.
La niña parecía un esquimal. Gorro, guantes, patucos… el lote completo. Vestida, su cuerpo parecía el doble de grande de lo que era, y Jesse pensó que estaba el doble de mona.
—¡Ay pero que cosa más rica!— dijo sentándola en el cochecito.
Sólo tenían que cruzar la calle, pero ni siquiera llegaron al coche. A medio camino Diana lanzó un tímido estornudo que alarmó a la primeriza.
—¿Qué te pasa cielo? ¿Tienes frío?—Diana volvió a estornudar.
Una ligera pero punzante sensación de inseguridad empezó a dar vueltas en el estómago de la madre.
¿Y si se pone enferma?
Jesse dio media vuelta al carrito y volvieron a meterse en casa.
Ya haré la compra por teléfono pero antes…
—Dr. James, soy Jesse, Jesse Zimmer.
—Dígame Sra. Zimmer.
—Verá es Diana, no para de estornudar y...
—Que no para de estornudar…
—Bueno en realidad sólo ha estornudado un par de veces pero temo que se haya resfriado— dijo alterada.
—No pasa nada porque estornude de vez en cuando. ¿La ha sacado a la calle?
—Sí. ¡He hecho mal!
—Tranquila mujer. Lo más probable es que el viento le haya echo cosquillas. Nada más.
—No sé yo… creo que está enferma.
—Bueno, si tiene que estar más tranquila me pasaré por su casa cuando termine mi turno. ¿Le parece bien?
—Gracias doctor.
—No hay de que.
Jesse subió a Diana a la habitación y la cubrió con una mantita azul para que entrase en calor. El perro lo miraba todo inquieto, daba vueltas alrededor de la cuna, levantando y agachando la cabeza, reclamando un poco de atención.
—¡Scottie, estate quieto!— el perro no le hizo caso— ¡Ya basta! ¡Fuera!
Jesse sacó al perro y cerró la puerta. Viendo que era una batalla perdida, Scottie bajó al salón, levantó la pata, y se desquitó con la alfombra.

Cuando el Dr. James llegó no tardó ni cinco minutos en hacer un diagnóstico.
—Jesse…
—¿Qué tiene doctor, es grave?
—Es la niña más sana que he visto en mi vida.
—¿Seguro que no tiene nada? Porque a mi me parece que…
—Tranquilícese, no le pasa absolutamente nada.
—Está bien. ¿Cu… cuanto le debo?
—No se preocupe, no le cobraré esta vez. Pero, por al amor de Dios, no la tape tanto— y salió por la puerta abrochándose el abrigo.
Jesse corrió junto a su hija sin hacer caso al pobre Scottie que, sentado en la cocina, miraba su bol con cara de hambre.
—El doctor dirá lo que quiera, pero yo creo que no estás bien— Diana movió los brazos de un lado a otro— ¿Tienes frío?
Jesse volvió a tapar a su hija con la mantita de algodón mientras Scottie, cansado de esperar a que le hicieran caso, decidió llamar la atención de su dueña de la única manera que podía, ladrando lo más fuerte que podía.
—¡Maldito sea! ¡Scottie cállate que no la dejas dormir!
Jesse bajó las escaleras de dos en dos. Su corazón se había llenado de rabia. En el piso de arriba su hija sufría de alguna enfermedad que ni el médico había podido descubrir, y abajo el maldito perro le impedía estar con ella.
Una madre tiene que estar con su hija
—Scottie ¡Basta!— gritó golpeándole el hocico.
El perro gimió y volvió a sentarse. Jesse, por su parte, cogió la lata de carne para perros, la abrió y dejó que su contenido cayera sobre el bol. Ni siquiera se molestó en aplastar un poco la carne que había quedado compacta formando una precaria torre. Tampoco le puso pienso, se había acabado y tendría que ir a buscarlo al sótano.
—No seas tan quisquilloso— le dijo al perro que le miraba impaciente— Está bien, ya voy— claudicó ante su insistencia.
El sótano estaba a oscuras, encendió la luz, pero esta, burlona, se negó a hacerle caso.
—Lo que me faltaba.
De vuelta a la cocina a buscar una bombilla de repuesto, y el tiempo que Diana llevaba sola no hacía más que aumentar, como un cruel cronómetro que con cada tic y con cada tac le escupía a la cara por ser tan mala madre. Sustituyó la bombilla fundida por la nueva y rebuscó entre las cajas. El saco de comida para perros no aparecía por ningún lado y Jesse estaba cada vez más nerviosa. Sabía que desde allí abajo no podía oír si su hija lloraba o no y una sensación de peligro la atenazó haciendo que sus movimientos fueran cada vez más rápidos y sus manos más patosas. Podía verla moviéndose sin parar, estornudando una vez tras otra, atragantándose con sus propios mocos, mientras se preguntaba por qué su madre no estaba allí con ella, por qué la había abandonado.
Cuando al fin dio con el saco, ya respiraba aceleradamente, y al abrirlo lo hizo con demasiada fuerza haciendo que el pienso se desparramara por todo el sótano.
—¡Joder!
Al borde del llanto, Jesse metió las dos manos en el saco, cogió lo que pudo, y subió hasta la cocina al grito de ¡Ya voy cielo! convencida que al llegar su hija estaría llorando a pulmón abierto.
Pero la cocina estaba en calma. El perro, nervioso, se movía de un lado a otro olisqueando la carne, aunque no había probado bocado.
Debe ser el único perro del mundo a quien no le gusta la carne sin pienso
Aunque lo único importante era que arriba todo parecía estar tranquilo.
Gracias a Dios.
Jesse echó lo que llevaba entre las manos sobre la carne y al hacerlo Scottie se lanzó a devorar su cena sin esperar a que ella se apartara.
—Serás…— empezó a decir, pero el teléfono la interrumpió— ¿Diga?— preguntó al descolgar.
—¡Buenas noches cielo!— dijo la alegre voz de David al otro lado.
—Carai, si que estás contento esta noche.
—¿Cómo no iba a estarlo? Mañana a estas horas ya estaré aquí con vosotras, y ¿sabes una cosa…?— Jesse no dijo nada— Anda, no seas aguafiestas.
—Estááá bien. El qué— dijo pensando en lo infantil que podía ser David a veces.
—Hoy ha venido Samuel Grow, el Jefazo. Ha venido a verme a mí. ¡A mí! Al parecer le han hablado muy bien de mi trabajo y quería conocerme.
—Felicidades cielo— dijo, y su tono neutro contrastaba con la alegría de su marido— Por cierto, tú perro no deja de ladrar. Tendrás que hacer algo porque no deja dormir a Diana.
—¿Qué? ¿Jesse has escuchado lo que te he dicho? El jefazo quería conocerme ¿Sabes lo que eso puede significar?
—Sí, sí, pero te repito que Scottie no deja dormir a nuestra hija. ¿Me estás diciendo que eso no es más importante que tu estúpido jefe?
David se quedó sin habla y sintió que no era justo que se encontrase en esa situación. Claro que su hija era más importante que cualquier trabajo pero…
—Sí, por supuesto. Mañana hablaré con él— Y no pudo evitar una leve carcajada al imaginarse manteniendo una conversación de hombre a hombre, como solía decir su padre, con el perro.
—Muchas gracias— contestó Jesse con una sequedad poco habitual en ella antes de colgar y dejar a David con el auricular en la mano sintiéndose un estúpido que no sabía qué había hecho para meter la pata.
Jesse miró por la ventana y descubrió que la calle estaba a oscuras. Ni una sola de las farolas iluminaba la noche.
Vaya. Será mejor que suba, si se va la luz no quiero que Diana esté sola.
Subió las escaleras y sus pies resonaban con más fuerza sobre los escalones. La madera crujía con fuerza bajo sus pies. Durante breves segundos, fue más consciente de lo que la rodeaba. Intentó pensar en cómo debía sentirse su hija recién nacida al verse rodeada por una infinidad de ruidos que le eran completamente desconocidos. El viento ululando en el exterior, el pórtico que David nunca arreglaba y que ahora golpeaba contra la ventana de su habitación, los ladridos de Scottie…
¡Dios debe estar aterrorizada!
Pero no fue la niña quien se asustó cuando Jesse cruzó la puerta.

Miró en la habitación pero no vio a su hija, la cuna estaba vacía. Miró a la ventana por si acaso estaba abierta. Tal vez alguien hubiese entrado por ella y se hubiese llevado a su preciosa hjita. Estaba cerrada. El armario abierto; puede que…
No, pero que estás diciendo.
Ya nada tenía sentido, Jesse era incapaz de pensar. El mundo se había detenido, su respiración era dificultosa y resonaba con fuerza para recordarle que estaba sola en la habitación. Las piernas empezaron a flojearle y se sintió algo mareada hasta que de pronto…
Espera un momento…
Diana seguía allí, no la había visto porque la mantita que le había puesto la cubría de la cabeza a los pies.
Ufff, menos mal
—Princesa, mamá está aquí— dijo mientras pensaba en el Dr. James— Lo ves, yo tenía razón, la niña tiene frío— dijo viendo que Diana estaba tapada de la cabeza a los pies.
Jesse apartó la mantita del rostro de su hija y le acarició la mejilla. Su tacto era cálido, suave
, un sueño imposible que había tardado dos años en hacerse realidad. La madre sonrió pero su hija no se movió.
—¿Diana?— dijo tocándola con más fuerza— ¿Princesa?— Ninguna reacción. Jesse posó la oreja sobre el pecho de la pequeña. Nada, nerviosa como estaba le fue imposible encontrarle el pulso— ¡Cariño despierta! ¡No juegues con mamá!— gritó sacudiéndola más y más fuerte.
Jesse se desplomó sobre el suelo haciendo que su llanto resonara en toda la casa y cerró los ojos para no ver el piececito que sobresalía por entre los barrotes de la cuna.
No puede ser Dios mío, no puede estar muerta. Después de lo que he luchado, de lo que he tenido que sufrir... ¡Diez minutos, sólo la he dejado diez malditos minutos! ¡Maldito Scottie y maldito David! Si no me hubieran distraído ahora ella estaría viva.
De pronto un llanto agudo e histérico rompió su oscuridad. Jesse abrió los ojos y el pie ya no estaba allí. La mantita descansaba en el rincón más alejado de la cuna y en el centro, Diana se retorcía entre lágrimas como una tortuga panza arriba. Su carita, antes blanquecina, estaba completamente encendida y su boquita, desprovista de dientes y llena de babas, era la sirena que le había devuelto a Jesse su sueño.
—¡Cielo estás bien! Gracias a Dios— dijo cogiendo a su hija— Schhh, ya pasó. Mamá está aquí y no piensa volver a irse.
Al sentir el cálido abrazo de su madre, la niña fue calmándose mecida por las dulces palabras del ser que le había dado vida.
Jesse, con la niña en brazos, bajó a la cocina. Aún tenía que hacer la cena y no pensaba volver a dejar a su hija sola.
—Ni hablar, hasta que cumplas lo veinte tú no te vas de aquí— dijo dándole un profundo beso en la mejilla. Diana se rió— ¡Te has reído! ¡Madre mía pero que niña más lista!
Dejó a la niña sobre la mesa y preparó un buen biberón para su campeona. El Dr. James le había dicho que podía darle el pecho sin temor, pero ella seguía pensando que con todo lo que se había chutado en los últimos meses el biberón era mucho más seguro. Diana empezó a llorar de nuevo.
—Ya va cielo, dale unos segundos a mamá.
Pero a pesar que ya era su hora de comer, la niña no probó bocado. Por mucho que le pusiera el biberón en la boca Diana no chupaba. Casi una hora estuvo intentándolo pero se negaba en rotundo, y lo que era peor, no dejaba de llorar. Jesse empezó a ponerse nerviosa. Se removía inquieta en la incómoda silla y Scottie su unió a la fiesta con unos ladridos que asustaban a Diana haciendo que gritara con más fuerza.
La cocina se convirtió en un auténtico manicomio. Chillidos por un lado, ladridos por otro, y no había forma de hacer callar a ninguno de los dos.
—¡Oh, por el amor de Dios!— Jesse se levantó y empezó a cortarle a Scottie un filete de carne que se había comprado para cenar— Al menos que sirva para que te calles.
Al ver el filete, el perro se impacientó aún más. Diana gritaba, vociferaba como nunca lo había hecho antes.
Seguro que hasta los vecinos la oyen. ¿Qué pensarán de mí?
—Scottie basta— la cocina empezó a dar vueltas— ¡Cállate! ¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE!— gritó cuchillo en mano. Y Scottie calló— Así me gusta. Acabareis volviéndome loca.

XIV
—¿Cómo estás?— preguntó David— Ayer me colgaste de mala manera.
—Perdona cielo, es que Diana estaba llorando.
—¿Va todo bien? ¿Cómo se está portando Scottie? ¿Ya os deja dormir?
—Sí, no te preocupes, desde ayer que no ha abierto la boca. Creo que sabe que vienes esta noche y está más tranquilo.
—Será eso— dijo riendo entre dientes— No sabes las ganas que tengo de daros un buen beso. Os echo tanto de menos... ¿Vendréis a recogerme al aeropuerto?
—Será mejor que no. Creo que Diana está un poco resfriada. Estornuda y llora mucho.
—¿Has llamado al Dr. James?
—Sí. Dice que no es nada, pero prefiero no arriesgarme.
—Está bien. Me hubiese gustado ver a mi mujercita y a mi niña al salir del avión, pero si no puede ser no puede ser. Ya cogeré un taxi.
—Para compensarte te prepararé tu plato favorito.
—¿Y luego…?
—Y luego qué.
—Ya sabes mujer.
—Estás enfermo— y, aunque estaban separados por un país entero, sonrieron como si estuvieran uno frente al otro. Jesse miró a su hija que dormía a su lado en la sillita— Aunque quién sabe. Si me prometes no despertar a Diana tal vez…
—Seré una tumba. ¡Lo juro! Ni sabrás que estoy allí.
—Pues mal vamos— y volvieron a reír.
Jesse, Diana y Scottie, se quedaron en la cocina mucho después de que las promesas de David fueran olvidadas. Hacía un calor sofocante entre aquellas paredes de frío mármol y un extraño olor se arremolinaba en torno a la mesa.
—¡Por Dios Scottie! ¿Qué has comido?
Pero el perro, que la miraba desde el suelo, se quedó inmóvil, como si el asunto no fuera con él.
—Venga preciosa, dejemos aquí al marrano— dijo cogiendo a Diana en brazos— ¡Ufff, parece mentira lo que pesas!— y la niña, con los ojos bien abiertos, sonrió dejando que un hilillo de baba helada resbalara por su rechonchas y blanquecinas mejillas.
Cinco minutos más tarde alguien llamaba a la puerta. Cuando Jesse la abrió se encontró frente a un joven con la cara cubierta de granos, alguno de los cuales parecían estar a punto de explotar.
—¿Sí?
—Le traigo las cosas que encargó en el supermercado.
—¡Ah, claro, pasa, pasa!— dijo dando media vuelta— Puedes dejar las bolsas sobre esta mesa— añadió señalando la mesa del salón.
El chico entró y al hacerlo el olor a rancio proveniente de la cocina le golpeó la nariz haciendo que se diera prisa en hacer su trabajo. Jesse, mientras tanto, empezó a tatarear una canción de cuna mientras mecía a Diana en brazos. La orgullosa madre quería mostrar a la fugaz visita que, a pesar de lo que el Dr. Wilson pudiera decir, lo había conseguido al fin. El chico dejó las dos bolsas sobre la mesa lo más deprisa que pudo. Aquel olor empezaba a marearle y amenazaba con traerle problemas. Lo último que quería era que presentarán una reclamación a su jefe por haber vomitado en la alfombra de una clienta.
—Al menos espero que den buenas propinas— pensó el chico.
—Perfecto. Aquí tiene— dijo Jesse extendiendo la mano con un billete de cinco.
El chico miró a la mujer que le había hecho cruzar media ciudad para llevarle un par de bolsas de pañales y galletas y al hacerlo su rostro se volvió tan pálido como las mejillas de Diana.
—Yo… no hace falta Sra. Es mi trabaj…
Todo él era un manojo de nervios. Sus ojos zigzagueaban sin saber muy bien dónde mirar y como si hubiese recordado algo de suma importancia dio media vuelta y se marchó a toda prisa dejando a Jesse con el billete en la mano y completamente alucinada.
—A que tú no serás tan rara de mayor. A que no— dijo mordiéndole la nariz a Diana— ¡Madre mía que fría estás! Para que luego ese matasanos diga que no te pasa nada.
Jesse subió el termostato al máximo y se sentó con su hija entre los brazos en el sofá.

El calor se hizo insoportable. Jesse tenía la camisa pegada al cuerpo de lo mucho que sudaba, más que eso, chorreaba, pero no le importaba, lo hacía por Diana, y qué no haría una madre por su hija. Lo malo era que con el calor el mal olor de la cocina se había convertido en algo espeso, tanto que casi podía verlo salir reptando por la alfombra.
—Tranquila princesa. Mamá está aquí. Mamá está aquí.

XV

Cuando sabes que nadie te espera, salir de un avión puede ser la cosa más solitaria del mundo. En la terminal siempre había alguien, una esposa, un amigo, una hermana que, alzando los brazos daba la bienvenida a los pasajeros. Era una pequeña ola de amor y añoranza que se extendía mirase donde mirase pero que esquivaba a David como si este fuera la pequeña isla del vuelo 654.
Fuera era de noche. Hubiese querido llegar antes pero tenía asuntos pendientes en la oficina que debía dejar resueltos antes de irse.
—Mierda— dijo mirando el reloj.
No le importaba trabajar duro, siempre lo había hecho, pero le mataba saber que a esas horas Diana ya estaría durmiendo. Le hubiese gustado poder leerle el cuento que llevaba bajo el brazo y que había comprado en el aeropuerto, antes de ponerla a dormir. Jesse le había dicho que aún era demasiado pequeña para cuentos, que no podía entenderlos, pero a él eso no le importaba. Aunque su hija no entendiese ni media palabra quería estar sentado junto a ella hasta ver como sus ojitos se cerraban.
El trayecto en taxi hasta su casa fue aún más solitario. Recordaba las conversaciones telefónicas con su mujer y no podía evitar pensar que se estaba perdiendo algo importante.
Sólo serán unas semanas más luego tendrás a Diana todo para ti.
Saber que en unos minutos iba a pasar dos días con sus noches haciendo el amor con su mujer y jugando con su hija. Eso sí era una buena manera de ver morir la semana.

El taxi desapareció calle arriba mientras David llamaba a la puerta. Tenía llaves pero siempre había preferido que Jesse le abriera. Era un momento que consideraba mágico cuando, centímetro a centímetro, la puerta se abría para dejar paso al rostro de la mujer que le esperaba al otro lado dispuesta para un buen beso de bienvenida.
Igual que cuando empezamos a salir.
Volvió a llamar pero no obtuvo respuesta alguna. Ni siquiera los eufóricos ladridos de Scottie que tanta gracia le hacían. Nada, sólo un silencio duro, gris. David dejó la maleta en el suelo, sacó las llaves del bolsillo del abrigo y abrió la puerta.
Al hacerlo lo primero que sintió fue una oleada de calor metiéndose por entre sus ropas acompañada por un olor a carne en descomposición que disparó todas las alarmas de su mente. Entró a toda prisa en la casa, olvidándose de las maletas, de los problemas, del trabajo. Ya nada importaba, sólo que ellas estuvieran bien.

El salón estaba patas arriba y un rastro de bolsas y pañales abiertos pero sin usar se adentraban hasta la cocina.
¿Pero qué ha pasado aquí?
A cada paso que se acercaba a la cocina el olor a rancio se hacía más fuerte. Se colaba en su nariz y hacía que los ojos le picaran como si alguien estuviese pelando cebollas. Pero no fueron cebollas lo que encontró.
—¡Scottie, Dios mío Scottie!— dijo corriendo hacía su perro.
Scottie no ladró al reconocer su voz, no meneó la cola al verle venir, porque Scottie estaba tumbado sobre un charco de sangre con un cuchillo clavado en la cabeza. Su pelaje se había vuelto gris y la piel se pegaba al hueso haciendo que su cabeza pareciera mucho más pequeña de lo normal. Debido al calor el proceso de descomposición se había acelerado hasta extremos alarmantes. David vio diminutos gusanos blancos que salían de la herida reptando por el cuchillo y vomitó.
—¡Jesse! ¡JESSE!— gritó temiendo que su mujer también estuviese muerta.
—¡Cállate!— le gritó está entre susurros mientras bajaba la escalera.
David apenas podía moverse. Fue como ver un fantasma que se acercaba más y más.
—Dios mío, pensaba que…— dijo mirando al perro.
—Schhh, Diana está durmiendo, vas a despertarla— contestó ella abrazando a su marido.
David, inquieto por la situación, se apartó de ella todo cuanto pudo teniendo cuidado de no tropezar con el pobre perro.
—¿Jesse que ha pasado?
—¿Te refieres a Scottie?
—¡Joder claro que me refiero a Scottie!
—Schhhhhhh, más bajo. No paraba de ladrar. No dejaba dormir a Diana. Pero ya se porta mejor. ¿A que sí Scottie?— dijo acariciándole el hocico.
Una nueva arcada nació en el estómago de David al ver a su mujer acariciando al animal. Y como una punzada sintió la apremiante necesidad de ir a ver a su hija.
—¿Y Diana? ¿Dónde está Diana?
—En su cuarto. ¿Dónde sino?— contestó Jesse— Pero será mejor que la dejes descansar. Se despierta mucho últimamente y no veas lo que cuesta que se vuelva a dormir.
—¡Pues que se despierte!— dijo saliendo de la cocina.
—Cielo ya la veras mañana— insistió Jesse.
David no le hizo caso y empezó a subir las escaleras cuando, a medio camino, Jesse le agarró por la espalda y tiró con fuerza de él.
—¿Qué clase de padre eres? ¡Deja a tu hija dormir en paz!
Ambos forcejearon pero David era mucho más corpulento que su mujer. Se dio la vuelta y de un bofetón la obligó a soltarle. David subió las escaleras y Jesse se sentó en el escalón y empezó a mecerse en un mar de lágrimas.

David volaba a través del pasillo que le separaba de su hija. Sudaba como un cerdo aunque no sabía si por la calefacción o por el miedo que sentía a lo que podía encontrar tras la puerta cerrada del final del pasillo.
Al cruzarla el mundo se heló y David cayó de rodillas junto a la cuna de su hija. La acarició, la besó, la sacudió, pero no se movía. Su azulado cuerpecito yacía inmóvil entre los brazos d
e un padre que lo había perdido todo. A su espalda, aún con lágrimas en los ojos, Jesse le miraba con desprecio.
—¿Cómo has podido?— escupió ella— Con lo que cuesta que se calle.
Jesse se acercó a David y le cogió a Diana de los brazos desprovistos ya de fuerzas.
—Schhh princesa, no llores. Papá no quería despertarte. Es que te echaba de menos.
David contemplaba la locura en los ojos de su esposa mientras esta mecía el cadáver de su hija intentando que los silenciosos gritos que sólo ella oía la dejaran dormir otra vez.

XVI

—¿Cómo está?— preguntó David mirando a su esposa a través del cristal de seguridad que presuntamente separaba a los cuerdos de los locos.
—Me temo que no muy bien— respondió el Dr. James— Tengo el resultado de la autopsia. Sí le interesa…
—Claro.
—Al parecer la causa de la muerte fue por asfixia, encontraron restos de algodón en su tráquea, y…— añadió sin saber cómo continuar.
—Qué.
—Bueno… el forense dice que debía llevar varios días muerta cuando la encontró.
—Dios…— David se llevó la mano a la cara para disimular las lágrimas que empezaban a nacer y que no quería dejar escapar.
—¿Y ella? ¿Qué le pasará?
—De momento seguirá bajo nuestros cuidados.
—¿Puedo entrar? Me gustaría hablar con ella.
—No se lo recomiendo— dijo el Dr. James.
—¿Por qué?— respondió David que era incapaz de apartar la mirada de su esposa que jugaba como una niña con una muñeca de plástico.
El Dr. James se sacó por primera vez la mano del bolsillo y accionó el botón del interfono. De la habitación, con un acento mecánico y lejano, llegaba la locura envuelta con el peor de sus disfraces, el de la normalidad. Sus palabras, su tono de voz, los cuidados gestos de cariño que profesaba, todo lo que cualquier madre hubiese podido dar a su hija, salvo que la niña que tenía en brazos no era más que un viejo trozo de plástico.
—Mi princesa… Mi dulce y hermosa princesa…
David le hizo señas al doctor para que lo apagara y este lo hizo.
—Ve lo que le decía. Pero no se preocupe, tenemos los mejores médicos trabajando en su caso. Con medicación y algo de tiempo…
David asintió con la cabeza y dándole las gracias al Dr. James dio media vuelta y salió del hospital sin saber si tendría el valor suficiente como para regresar algún día. Fuera el día era soleado, todo apuntaba que iba a ser un gran fin de semana, pero no para él. Nunca más. Se sentó en las escaleras del psiquiátrico y rompió a llorar.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Diana

Esto ocurrió hace ya algún tiempo a un chico que un día decidió que Violet Hill no era suficiente para él. Quería ver mundo dijo, necesitaba experimentar la vida real (decía él) de una gran ciudad. Era un buen cuando salió de aquí, ahora... En fin, digámos que no encontró lo que andaba buscando.

*****


I

¡Triiin! ¡Triiin! Un despertador sonando. Fuera es oscuro, el día aún no ha nacido pero David tiene que levantarse.
¡Que putada!
Hace callar al despertador cuanto antes, a ella aún le quedan un par de horas de sueño. Sin prisas, sin ruido, abre el grifo de la ducha y espera desnudo unos segundos para que el chorro frío no le haga gritar. Eso la despertaría.
El agua resbalando por su piel, cayendo como una cascada sobre su cabeza, le llena de calor y le recuerda lo duro y largo que será aquel día. No oye los amortiguados pasos que se acercan. No hacen ruido, casi no tocan el suelo, el cuerpo flota sobre la punta de los dedos. Unos finos dedos abren la puerta mientras David termina de enjabonarse la cabeza y da un respingo cuando unas manos le cogen de la cintura.
— ¡Qué…!
No ve nada, los ojos le escuecen, pero aquella risa que le envuelve no podría olvidarla aunque quisiera.


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II

—¿Qué haces despierta a estás horas?
—Quería desearte buena suerte. Aunque no la necesitas, seguro que el puesto es tuyo.
—No sé, hoy tengo la última entrevista, y hay mucha competencia.
—Has trabajado duro, seguro que te lo dan. Además, esta mañana irás súper relajado.
—¿Y eso?— preguntó él sabiendo lo que iba a pasar.
Ella respondió dándole un beso de enamorada, como solía decir, largo, tierno, que por lo general se convertía en fuego que quemaba hasta que hacían el amor.

Veinte minutos después, David lamentaba no tener tiempo para más, bajaron a desayunar.
—Tres tostadas con miel y un café con leche bien cargadito para que no te duermas en la reunión— dijo ella sirviéndole el desayuno.
Scottie, el Golden retriever que se habían comprado nada más mudarse a la casa nueva, ya que tenemos jardín… había insistido David a pesar de saber que a Jesse no le hacía mucha gracia, revoloteaba nervioso a su alrededor.
—No creo que pueda volver a dormir después de lo que me has hecho. Cariño…
—Dime.
—Te quiero.
Jesse se ruborizó como solía hacer siempre que su marido se ponía en plan sensiblero. No es que no le gustase, al contrario, aquello fue lo que la enamoró, pero, a pesar de los años, seguía sin acostumbrarse a un romanticismo que podía brotar en cualquier momento, a veces incluso hasta en los más inoportunos.
—Que tonto. Anda, comete las tostadas o llegarás tarde— dijo sentándose frente a él.
Le miraba con la sonrisa aún marcada en la cara y pensó que era la mujer más afortunada del mundo.
—Sabes que si me dan el ascenso podremos…
—Schhhh, no pienses en eso ahora— su buen humor intentó borrarse al recordar que no podían tener hijos, al menos sin ayuda, pero se obligó a mantenerlo, no quería que David se sintiera más presionado de lo que ya estaba.
Ambos se miraron, hablando como sólo podían hacerlo las personas que han pasado mucho juntos, a través del silencio.
—Me marcho o llegaré tarde. Deséame suerte— dijo él poniéndose la americana.
—Suerte, y llámame cuando salgas.

III
En poco menos de diez minutos había pasado de hacer el amor con su marido en la ducha a estar recogiendo la cocina. La soledad que la rodeaba parecía espesarse con el paso del tiempo. Se reía de ella, le recordaba sin cesar que no era una mujer, y lo hacía con una voz lejana, familiar.
Incapaz de soportar las verdades que las paredes le susurraban, Jesse se sentó y rompió a llorar.

A escasos metros, David se santiguaba respirando con fuerza mientras se disponía a recorrer los treinta y cinco kilómetros que le separaban de su futuro. Una furtiva mirada a la casa, lo justo para recordar lo increíble que le parecía estar casado con su esposa, y directos al trabajo.
—Seguro que me lo dan cariño, y entonces podremos ir a los mejores médicos. Te lo prometo— pensó David
Jesse estaba cansada, apenas había podido dormir en los últimos días. A decir verdad hacía más de un año que no lograba dormir una noche del tirón. Desde que empezaron los tratamientos de fertilidad. Pruebas y más pruebas, dietas, ejercicio, pastillas, pinchazos y una estricta planificación de su vida sexual… Lo habían probado todo y nada había funcionado. Su única esperanza era un tratamiento experimental, pero era exorbitantemente caro. Fue a raíz de eso que David empezó a trabajar como un loco de día, y se apuntaba a todos los cursillos de formación de la empresa que repasaba por las noches. Todos aquel esfuerzo, todas aque
llas noches en vela, le habían llevado a ese momento, a esa entrevista.
—Saldrá bien, tiene que salir bien— murmuró Jesse para acallar aquellas voces mientras le acariciaba la cabeza a Scottie.
A pesar de su desdicha, sabía que David daría su vida para hacerla feliz, y aquello lo hacía todo un poco más llevadero.

IV

David estaba sentado en su mesa haciendo sus gestiones diarias cuando el teléfono sonó.
—¿Diga?
—Te quiero… – susurró la sensual voz de Jesse.
—Yo también te quiero cariño. ¿Ha pasado algo?
—No ¿Por qué?
—Hacía mucho tiempo que no me llamabas al despacho.
—Me apetecía decirte que te amaba eso es todo. Pero si no quieres no volveré a hacerlo—añadió burlona
—Ya sabes que me encanta.
—Lo sé. Oye, ¿sabes algo ya?
—No, aún no pero creo que… ¡joder¡ tengo que colgar cielo, el jefe viene directo hacia aquí.
—Vale.
—Adióstequiero.
—Llámame… – pero David ya había colgado.
En efecto Tom Cattle, el director general de la empresa venía directamente hacia él.
—Mierda, un día que había empezado tan bien – pensó David para sus adentros.
El Sr. Cattle estaba cada vez más cerca, y él estaba cada vez más nervioso. Intentó leer las intenciones en el rostro de su jefe, pero sus facciones permanecían neutras.
—Dios, este hombre debe desplumar a sus amigos al poker. – pensó
—Buenos días Sr. Zimmer
—Buenos días. – dijo este levantándose de la silla.
Las piernas apenas le respondían, pero se relajó un poco al darle la mano a su jefe. Nadie da la mano a alguien a quien va a despedir ¿no?
Los dos hombres se miraban fijamente a los ojos. David era un manojo de nervios y era algo que se veía a simple vista, en cambio Tom Cattle era un muro infranqueable de calma y sosiego. Y así pasaron sesenta interminables segundos sin que ninguno de los dos rompiera el silencio.
—Me gustan los hombres pacientes— dijo al fin su jefe— He venido para invitarle a desayunar.
¬¬¬ —¿A desayunar?— dijo sorprendido.
David apenas podía creérselo, el pez gordo, Tom Cattle en persona le invitaba a desayunar, y eso sólo podía significar una cosa. No era más que un rumor, algo que se comentaba en voz baja, pero se decía que cuando Big Tom, como le llamaban los empleados en secreto, te invitaba a desayunar es que un ascenso estaba cerca. También se rumoreaba que aquellos desayunos eran la prueba definitiva, podían garantizarte una buena jubilación o destrozarte la vida con la misma facilidad. Se contaba que una vez, hace muchos años, Big Tom invitó a un tal Frank a desayunar. Una hora más tarde el pobre Frank estaba metiendo todas sus cosas en una gran caja de cartón. Al parecer le despidió porque pidió un descafeinado. Tal vez Big Tom creyese que alguien que bebe descafeinado no merecía trabajar en la Loose, aunque David jamás había creído esas historias
¿Quién despediría a alguien por pedir un descafeinado? Tendría que ser un lunático, y Big Tom puede ser muchas cosas, pero no está loco. Espero.
Apartó todo eso de su mente y se concentró en disfrutar de la inesperada noticia.

—Sr. Zimmer— le increpó su jefe que le esperaba apoyado en el marco de la puerta.
—Claro, perdone.
David se apresuró en ponerse el abrigo y los dos se dirigieron con paso firme y rápido hasta el bar de la esquina, el lugar donde los peces gordos se reunían para tomar algo y manejar los hilos de la empresa.

V

Unas dos horas más tarde, mientras Jesse limpiaba el cuarto de baño, el teléfono empezó a sonar en el piso de abajo.
—¡David!— gritó exaltada dejando caer el trapo.
Corrió por el pasillo, y al bajar las escaleras pensó que incluso el pitido del aparato parecía sonar con alegre impaciencia. Y Scottie no dejaba de ladrar.
—Seguro que se lo han dado— le dijo al perro. Descolgó el auricular y con la respiración entrecortada respondió— ¿David?
—No yo… Soy Marta. Verá, ustedes tienen contratado el servicio de Internet con nuestra compañía y queríamos…
—No estoy interesada yo…
—… darle a conocer nuestras nuevas ofertas para este verano— continuó diciendo Marta que, sin importarle lo más mínimo lo que pudieran decirle, se limitaba a recitar el texto que algún listillo de marketing le había escrito.
—Oiga, le digo que no me interesa.
—Pero verá, le ofrecemos una reducción de la tarifa y…
Exasperada ante la insistencia de Marta, Jesse colgó el teléfono y al hacerlo, como si le recriminase haber cogido la llamada anterior, el aparato volvió a sonar con más virulencia que nunca. Jesse lo descolgó irritada.
—¡Oiga, estoy esperando una llamada importante y me dan igual sus…!
—¿Se puede saber con quién te peleas?— dijo una alegre voz al otro lado.
—¡David, cielo! Te había confundido con… Olvídalo. ¿Cómo te ha ido?
—No sé si será por haber hecho el amor contigo esta mañana o porque soy la repera, pero les he dejado con la boca abierta.
—Sabía que lo conseguirías.
—Me han dado el día libre, dicen que no quieren que me estrese antes de empezar, que ya tendré tiempo para eso, así que qué te parece si te paso a recoger y nos vamos a celebrarlo.
—Me parece estupendo. ¿Cuánto tardas?
—Media hora, lo justo para hacer un par de gestiones y llegar.
Los minutos pasaron como una exhalación. Jesse tuvo el tiempo justo de vestirse, maquillarse y ponerse aquel perfume que tanto le gustaba a su marido. Miró el reloj; veintinueve minutos, y un claxon la llamó desde el exterior.
—Tan puntual como siempre— y sonrió.
Jesse siempre había creído que su marido tenía un don especial para calcular el tiempo y ya que ella odiaba llegar tarde a los sitios era algo que sin duda le había dado muchos puntos cuando empezaron a salir.

Al abrir la puerta David la esperaba con una sonrisa que dejaba ver unos dientes perfectos, blancos, alineados. El pelo algo alborotado (seguro que ha venido con la ventana bajada y con la música a toda pastilla) y la corbata un poco desecha, tenía el aspecto de un chico rebelde, cosa que nunca había sido, y eso era algo que ella encontraba sumamente atractivo.
Jesse corrió hasta él y se abrazaron con fuerza. Aprovechando que tenía las manos en su espalda, David se sacó con cuidado una rosa que se había escondido en la manga de la americana, y al separarse, como por arte de magia, apareció entre los dos.
—Creo que se te ha caído esto— dijo él dándole la flor que había comprado de camino a casa.
Jesse no dijo nada, pero a David no le importó, las lágrimas que humedecían sus ojos eran más que suficiente para él.
—Antes de comer me gustaría llevarte a un sitio— dijo él abriéndole la puerta del coche.
—¿A dónde?
—Ya lo verás— y con un guiño subieron al coche.
Recorrieron el mismo camino que habían frecuentado una infinidad de veces durante el último año pero aún así Jesse no se percató de ello hasta que el grisáceo edificio apareció tras una curva. Al reconocerlo intentó decir algo pero demasiadas sensaciones se anudaban a su garganta. Miedo, fracaso, rabia, esperanza, pero sobretodo amor hacia el hombre que tenía al lado y que hacía lo imposible para darle el hijo con el que siempre había soñado.
—He pensado que ya que me van a doblar el sueldo podríamos empezar con el tratamiento. ¿Qué te parece?— preguntó David— Sólo es una reunión informativa pero…
—Yo…— Jesse empezó a llorar y David a reír.
—Que tonta estás— y aprovechando que el semáforo aún estaba en rojo besó a su mujer en la mejilla.
—No sé que haría sin ti.
La luz cambió a verde y David se metió en el parking del hospital.
—Toma— le dijo ofreciéndole un pañuelo— se te ha corrido el rimel.
—¡Ay pero que guapo eres joder!— Jesse se tiró a sus brazos y le besó hasta que le dolieron los labios.
—Venga, venga. No es que no me guste, pero me estoy poniendo un poco y si sigues así perderemos la hora con el doctor.
—Eres un enfermo— dijo golpeándole juguetona en el hombro.
—Hombre, es que desde que intentamos tener el niño que lo hacemos menos que antes. ¡Manda huevos¡
—Ya lo sé cielo. Nunca te lo he dicho pero… gracias por todo. Ya sé que a ti no te importaba tener un hijo y que aguantes todo esto por mí…
—Por los dos, lo hago por los dos. Y bueno… puede que antes no quisiera niños pero ahora…
—¿De verdad?— David asintió con la cabeza y ella volvió a abrazarle.
—Venga… que llegamos tarde.

IV

La sala de espera era austera, como todas, y las pocas revistas que había eran de por lo menos tres meses atrás. Había otras dos parejas con ellos, y nadie hablaba. Cualquier palabra que pudiera decirse allí parecía estar expuesta al análisis de sus compañeros de fatigas. Y nadie quería eso en tales circunstancias. Todas las caras les parecieron familiares, puede que porque eran las mismas que veían al mirarse al espejo cada mañana. Oscuras ojeras bajo los ojos, y una mirada donde se mezclaba una dosis de ilusión entre una marea de dolor. Ambas parejas se cogían de la mano, tal y como ellos lo hacían al entrar en la sala, y una especie de velo de frágil esperanza revoloteaba sobre aquellas cuatro paredes. Nadie decía nada porque en realidad sabían que aquel velo podía rasgarse con demasiada facilidad.

Las parejas fueron entrando a la consulta una tras otra. Cruzaban la puerta como quien iba a un entierro, con el llanto a flor de piel, pero salían con una sonrisa de oreja a oreja y más unidos que nunca.
Jesse y David se miraron y sus ojos decían que todo iba a salir bien.
—¿Los Sres. Zimmer?— preguntó la enfermera que esperaban que les abriera las puertas de la felicidad.
—Sí— dijo David mientras se disponían a seguirla.

La calidez de la consulta chocaba con la frialdad de la sala de espera. Casi todo estaba recubierto de madera, y en las paredes, una infinidad de títulos que ninguno de los dos lograría pronunciar nunca, les decían que aquel no era un médico cualquiera, que era el mejor. O al menos eso quisieron creer.
—Bueno…— empezó a decir el Dr. Williams con una amplía sonrisa que parecía separar su espesa barba en dos— ¿Supongo que sabrán que el tratamiento que les propongo está en fase experimental?
—Sí, el Dr. James ya nos lo comentó— respondió David erigiéndose como portavoz familiar.
—Bien, bien. He revisado a fondo su caso y…
—No hay nada que hacer ¿verdad?— interrumpió Jesse.
—Es difícil, eso ya lo saben, pero si fuera imposible no les harías peder el tiempo, créanme. Como les iba diciendo, el tratamiento aún está en fase experimental y no puedo asegurarles el éxito. Además… no voy a mentirles, es bastante caro.
—Lo sabemos doctor, pero queremos intentarlo— dijo David cogiendo a Jesse de la mano.
—Tengan entonces— dijo entregándoles unos trípticos— son algunas pequeñas indicaciones que deberán seguir antes de empezar el tratamiento. No se asusten, son cuatro tonterías, ejercicio, dieta… Ya saben de qué va esto.
—Sí, lo sabemos— dijo Jesse.
—Perfecto entonces. Cuando salgan no olviden pedir hora para la primera sesión.
Al cruzar la puerta, David abrazó a su esposa y, poniendo la mano sobre su barriga le dijo:
—Pronto la pequeña Diana estará aquí, ya lo verás— y ella no pudo más que sonreír.





V

Una hora y media llevaba Jesse llorando sin cesar. Hacía tres meses que había empezado el nuevo tratamiento y seguía sin poder quedarse embarazada. Todo estaba perdido, su última oportunidad se había evaporado a través de la barba del Dr. Williams.
Lo siento Jesse, no hay nada que hacer.
—¡Lo siento Jesse…! ¿Y quién coño se ha creído que es para decirme que no podré tener hijos?
David estaba sentado a su lado intentando encontrar las palabras adecuadas, pero no las había. Su esposa había perdido aquello que más amaba incluso antes de haberlo tenido. Nunca sería madre, y de la adopción mejor no hablar. David había intentado sacar el tema en una ocasión y ella se enfadó tanto al pensar que tiraba la toalla, que ya no se atrevía a volver a proponérselo.
¬¬¬¬—Cielo...— Jesse parecía no escucharle y la abrazó— …sé cómo te sientes y…
—¿Qué sabes cómo me siento? ¡Y una mierda, nadie lo sabe!
David se levantó, no iba a discutir con ella en ese estado, y al irse Jesse le cogió la mano.
—Perdona, es que…
—No te preocupes. ¿Qué te parece si te preparo un buen baño? Te sentará bien— ella asintió con la cabeza mientras se secaba las lágrimas.
—Lo deseaba tanto…
—Schhh, intenta no pensar ¿vale? Necesitas descansar un poco— dándole un beso e la frente.
Cuando Jesse se metió en la bañera el agua caliente la calmó un poco, al menos ayudó a que dejara de llorar. David había encendido unas cuantas velas y le había dejado a Stan Getz sonando de fondo. Era imposible que siguiera llorando en esas circunstancias, no cuando pensaba en el marido que tenía.
Williams se equivoca. Lo sé. Lo noto.

En el piso de abajo, David repasaba las últimas facturas del médico.
—Dios, nos hemos gastado el aumento de todo el año— dijo sin poder evitar pensar que habían tirado el dinero que tanto le había costado ganar— Supongo que había que intentarlo.
Se sirvió una copa para arrinconar, aunque sólo fuera por unos segundos, lo duros que habían sido los últimos meses.
—Por un año para olvidar— dijo alzando el vaso, y engulló su contenido de un solo trago.
En aquella casa en la que no mucho tiempo atrás ambos solían pensar en lo que la vida iba a darles, ahora recordaban todo cuanto habían perdido.
David subió para estar al lado de su esposa, no le gustaba la mirada que veía en sus ojos desde que habían vuelto del médico. No sabía si era rabia, dolor o desesperación, pero cualquier opción le preocupaba lo suficiente como para no querer dejarla sola mucho tiempo. No porque temiese que pudiera lastimarse, sabía que eso no lo haría nunca, pero era consciente que muchos matrimonios no lograban superar crisis como esas, y no quería perderla.

Al llegar a la habitación fue como si el vapor que salía del baño se hubiera llevado todo el dolor de la mente de su esposa. Jesse le esperaba apoyada en el marco de la puerta con un camisón que se pegaba a su cuerpo aún mojado. Le miraba con ojos encendidos y unos labios entreabiertos que le llamaban a través del silencio. David no sabía qué había podido pasar en el baño pero no preguntó, lo único que importaba era que ella parecía estar mejor, y eso era todo.
Sin mediar palabra, David se quitó la camisa dejando al descubierto un torso esculpido en el gimnasio de la empresa y se acercó con paso decidido hacía ella que se retiraba lentamente hasta la cama. Tumbada allí, provocándole, casi suplicándole que le hiciera el amor, que acallara sus pensamientos de una vez por todas, Jesse jugueteaba picarona acariciando con la mano su entrepierna. David se desnudó del todo y le hizo el amor de forma suave, calmada. Tenían toda la noche, y hacía demasiado tiempo que no lo hacían sin tener que pensar en horarios o posturas que mejorasen la fecundación. Aquella noche sólo estaban ellos dos, nadie más, y disfrutaron durante horas como solían hacerlo de recién casados. Caricias, besos, masajes, cualquier cosa que pudiera unirlos aún un poco más era bien recibida entre aquellas sábanas. Y se miraron a lo ojos, en ningún momento dejaron de hacerlo, y cuando David llegó al orgasmo siguió mirándola fijamente. Ella se retorcía al sentir el semen en su interior, cálido, resbaladizo.
Por favor Dios, que llegue uno, sólo uno.
No tardaron en quedarse dormidos uno en brazos del otro, y fue una noche en la que los sueños invadieron la aparente calma de Jesse.

VI



El cielo era de un color azul como nunca antes lo había visto. El sol brillaba tanto que apenas podía mantener los ojos abiertos, y lo que en un principio le pareció un páramo desierto, empezó convertirse hebra a hebra, en un hermoso e infinito campo de ambarino trigo. Paseaba a través de el, recorriendo caminos infinitos, sintiendo como este la abrazaba, la acariciaba, como si el viento le hubiese insuflado vida. Jesse se sintió a salvo entre aquel vasto campo que le acunaba, tal y como se había sentido la primera vez que David la abrazó. Allí, como entonces, supo que nunca podría ser feliz en otro lugar.

VII

Al despertar Jesse se sentía eufórica, su marido en cambio parecía que no había pegado ojo en toda la noche.
—Menuda nochecita me has dado— dijo este frotándose los ojos.
—¿Yo?
—No has parado de moverte ni un segundo.
—Lo siento cielo— dijo besándole en la mejilla antes de levantarse de un salto.
Jesse se metió en el baño tatareando What a Wonderful World.
—Me alegro que al menos alguien haya podido dormir— dijo David revolcándose sobre la cama.
Al escuchar ruido en el piso de arriba, Scottie subió corriendo la escalera y saltó sobre la cama desperezando a David a base de lametones.
—¡Quieto, Scottie, quieto¡— pero el perro no le hizo caso— ¿Quieres guerra?— David le cogió le puso patas arriba y empezó a rascarle la barriga mientras Scottie mordía la punta de las sábanas.
—¡David… Scottie baja de allí! Como se nota que no eres tú quien pone la lavadora— dijo Jesse al verle sobre la cama.
El perro miró a su dueño y al ver que no iba a encontrar un aliado en él, bajó de un salto y se acurrucó entre las piernas de Jesse.
—Serás pelota— dijo ella acariciándole la cabeza y al hacerlo, el color de aquel pelaje, su tacto, le trajo de nuevo el recuerdo de lo que había soñado esa noche— David…
—Dime— contestó él ajeno a lo que su esposa iba a decirle mientras se quitaba la camiseta.
—Estoy embarazada.
David se quedó pensativo unos segundos sin saber qué hacer mientras la camiseta aún le cubría la cabeza.
—¿Y eso te lo ha dicho Scottie?— bromeó al fin.
—¡Pero que tontería! ¡Claro que no me lo ha dicho Scottie!
—Entonces…
—Lo sé y punto— su esposo la miraba con ojos interrogantes, sabía que había algo más— Estááá bien, lo he soñado.
David no podía creer lo que estaba oyendo, aunque supuso que algo así era de esperar.
—Cielo… Ya sabes lo que dijo el Dr. Williams.
—¡A la mierda el Dr. Williams! ¡David, estoy embarazada!
—Bueno, tranquila, no hace falta que te pongas así— David sabía que las palabras que dijera a continuación podrían desencadenar una tormenta de la que no sabía si podría salir ileso— Mira…— empezó a decir mientras invitaba a su esposa a sentarse en la cama junto a él—…haremos una cosa, ahora tengo que irme a trabajar, pero saldré un poco antes a comer e iremos juntos a hacerte la prueba de embarazo ¿Te parece bien?—Jesse le miraba con el ceño fruncido— No es que no te crea, ojalá sea cierto, pero no cuesta nada asegurarse— Jesse asintió con la cabeza intentando reprimir el llanto— Bien. ¿Vienes a buscarme al trabajo?
—Claro.

VIII
Hacía veinte minutos que el Dr. James había ido en busca de los análisis y la consulta parecía estrecharse poco a poco. Jesse estaba al borde del llanto, David había visto aquella expresión demasiadas veces en los últimos días como para no reconocerla, pero no supo que decir para calmar a su esposa. Ella estaba convencida que estaba embarazada, pero el sabía que aquello era poco probable. Todos los médicos habían dicho que era imposible, así que…
La puerta se abrió y de ella emergió el Dr. James que ojeaba sus papeles una y otra vez. Ambos le miraban con expresiones bien distintas, Jesse con esperanza, David con pena.
—Bien Sres. Zimmer… No entiendo cómo ha podido pasar pero Jesse… estás embarazada.
Sus ojos se abrieron como platos y con una sonrisa de oreja a oreja, las lágrimas que tanto había contenido se desbordaron al fin.
—Está… está seguro.
—Hemos repetido las pruebas dos veces. Ni yo mismo me lo creo. ¡Enhorabuena!
David miraba a su esposa con incredulidad.
—¡Lo ves, te lo dije!— dijo ella.
—¡Va… vamos a ser padres! ¡Voy a ser papá!— y la abrazó sumando sus lágrimas a las de su esposa.
—Ahora tienes que hacer mucho reposo. Aún hay muchas posibilidades de un aborto— interrumpió el doctor.
Aborto. Aquella palabra truncó de golpe toda ilusión.
—Recomiendo reposo total, sobretodo durante los primeros meses. Jesse lo que te ha pasado es muy poco frecuente así que…
—No se preocupe, haré lo que sea por el bebé.
—Contrataremos a una chica que te ayude mientras yo no esté— dijo David al instante.
—Lo que sea— repitió Jesse.
IX

Cinco largos meses sin moverse de la cama, más de la mitad del embarazo, con frecuentes visitas del Dr. James quien, amablemente, había accedido a desplazarse hasta su casa para hacer los controles de rutina. Y otros cuatro yendo de la cama al sofá y del sofá a la cama, siguiendo una dieta especial y pinchándose hormonas cada dos por tres.
Cada día la misma rutina, cada día deseando que llegara la noche y es que las horas pasaban más deprisa cuando conseguía dormir. Cosa que no era muy a menudo. Sin embargo, a pesar de la incomodidad, a pesar del aburrimiento, a pesar de todo, Jesse sabía que cada día de suplicio la acercaba un poco más a su hija. Y con eso consiguió seguir adelante. Hasta que llegó la primera contracción.

Tardaron diez minutos exactos en llegar al hospital. David conducía como si cada segundo fuera crucial, apretando a fondo el acelerador, sin importarle los radares que infestaban la ciud
ad, ni las multas… Sólo pensaba en se esposa y en su hijo no nato.
Que todo salga bien, Dios mío, que todo salga bien.
Y todo salió bien. Fue un parto rápido, menos de tres horas y la niña pesó tres quilos y medio.

—Es un milagro— dijo Jesse al cogerla por primera vez entre sus brazos.
—Sí que lo es— contestó David besando a su esposa en la frente perlada de sudor.
Una de las enfermeras se acercó y se llevó a Diana.
—¿Qué hace? ¿Dónde se lleva a mi hija?— preguntó nerviosa Jesse.
—Tranquila cielo, sólo van a limpiarla un poco. En seguida te la devuelven.
—Está bien, pero vigila que no le pase nada.

Un largo descanso

Hola turistas...

Hace mucho tiempo que Violet está tranquilo. Por aquí hace mucho calor sabeis, y solemos quedarnos en casa el máximo tiempo posible. A veces he creido que el sol podría derretirme los ojos si me atrevía a salir a la calle. Así es el verano en Violet Hill. Incluso los animales habían desaparecido y sólo hace unos días que han vuelto. es el ladrido de un perro o el piar de los pájaros quien nos dice que el peligro ha pasado.

De todas formas he tenido tiempo de desempolvar viejas historias del fondo de mis recuerdos. Venid, coger algo de comer y sentaros junto a mi, porque lo que os voy a contar puede que me lleve algún tiempo.

De nuevo...

Bienvenidos a Violet Hill.

Cómo se hizo... "No estoy loco"

La historia de “No estoy loco” surgió de un taller de relato que hice el año pasado. Después de muchos temas más alejados de lo que a mi puede gustarme por fin llegó el turno del terror. Así que tenía que hacer un buen relato de terror en menos de cinco páginas… Para ser sincero me siento mucho más cómodo cuando el único límite de espacio que tengo es el que la propia historia requiere. (aunque debo reconocer que los que más me gustan sobrepasan la veintena de páginas…)
Pues allí estaba yo, con la responsabilidad de “impresionar” a mis compañeros (pues sabían que lo mío era el terror) pero con la agobiante sensación de no poder dejar volar mi imaginación tanto como me gustaría.

Al principio le di muchas vueltas sin encontrar nada (como siempre que le doy demasiadas vueltas a algo) hasta que una noche me recordé una pesadilla que tuve hacía algunos años. Por regla general no suelo recordar los sueños que tengo así que cuando recuerdo uno no se me olvida fácilmente.

El sueño no era exactamente igual, claro que no, pero el niño y la piscina aparecían tal y como lo hacen en el relato. Incluso ahora, en la oscuridad de mi cuarto, lo recuerdo y siento un ligero escalofrío recorriéndome la espalda. No voy a girarme, claro que no, soy un adulto, y nosotros no hacemos esas cosas ¿no?... Espera. Deja que apague la radio un segundo… No, no ha sido nada. Por un segundo creí haber oído algo.

El caso es que de pequeño yo solía ir de vacaciones con mis abuelos a un camping como el que Stuart describe. Iba una semana en septiembre por lo que la piscina estaba vacía y la verja que la rodeaba siempre estaba cerrada, pero el azulado fondo solía desaparecer bajo un manto de suciedad, moho y muchas, muchas hojas muertas. Supongo que siempre me dio un poco de miedo. Ahora que me paro a pensar, creo que en los casi veinte años que estuve yendo allí, nunca me acercaba a ella si podía evitarlo.

La verdad es que el tiempo que pasé en ese camping es uno de los mejores recuerdos que conservo de mi infancia. Era un lugar mágico, alejado de todo. Rodeados de caballos y montañas donde solíamos ir a buscar champiñones…

En fin... qué os voy a contar. Seguro que todos recordamos esos momentos especiales que nos acompañaran el resto de nuestras vidas.

PD: Vaya entre el relato de hoy y este "Cómo se hizo..." Me estoy poniendo algo sentimental jejeje.

Un saludo y buenas noches.

miércoles, 18 de junio de 2008

Sally's Song




Siento que hay algo en el viento, algo que me trae el amargo sabor de una tragedia. Mis sentimientos se desvanecen, aunque tampoco es que esté segura de haberlos tenido algún día. Veo a la gente en la calle, ríen y lloran bajo mi ventana. Ojalá pudiera ir a llorar con ellos, pero como hacerlo si estoy aquí encerrada, si nunca me dejarán salir. Mi alma quiere volar, ser libre, pero mi cuerpo no se lo permite. ¿Cómo liberarme de la prisión que es mi mente? ¿Cómo escapar de una misma? Rezo para que algún día la luna me traiga la respuesta que tanto ansío. La veo tan hermosa, tan serena. Me gustaría ser como ella, poder tocarla, tal vez así podría ser feliz.

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Nadie me quiere, nadie se acerca nunca a mí, siempre me ven desde la distáncia. Incluso cuando estoy entre ellos me siento una extraña. Me miran y se ríen. Creen que no les veo, pero no me hace falta verles, lo sé, siempre ha sido así.
A veces sueño, no ocurre muy a menudo pero cuando ocurre es realmente hermoso. Sueño que un apuesto hombre se da cuenta de que existo, de que soy especial. Le veo abrirse paso entre el gentío de la plaza, le oigo gritar mi nombre, siento su beso… Pero abro los ojos y descubro mi sombra en la pared. Estoy sola, siempre lo estaré y eso nadie puede cambiarlo. Supongo que no estoy hecha para este mundo, al fin y al cabo ni mis padres me querían. Sólo fui un error.
Siento que hay algo en el viento, algo que me susurra al oído que ha llegado el día en el que dejaré de ser un gusano.
– Pronto estaré contigo, pronto podré vivir en tu luz- le digo a la luna que me observa con ojos tristes.
Una niña llora mientras llama a su madre a gritos.
– No te molestes niña, ella no vendrá. No vendrá.
Me quedé un buen rato mirando a esa chiquilla que tanto me recordaba mi infancia. Incluso llevaba coletas como las que solía hacerme mi madre los domingos.
– Ahora tendrás que aprender a hacértelas tu sola. – dije meciéndome el cabello con aire pensativo.
Pero si que vino. Su madre llegó llorando y gritando su nombre. Alba se llamaba. Y allí me quedé, viendo la que tendría que haber sido mi vida transcurrir con dolor bajo mi ventana.
Nadie se dio cuenta de que les observaba desde mi habitación, nadie lo vio porque no existía. Sólo la luna me había visto, sólo ella.
A veces me pregunto que habrá sido de todas aquellas personas que se han cruzado en mi vida sin prestarme atención. ¿Llegarán algún día a ver todo lo hermoso que hay en mi? Tal vez con el tiempo se den cuenta, tal vez algún día despierten del letargo al que están sometidos y vean el mundo cómo lo que es, un lugar oscuro que me asusta. Algún día lo comprenderán, pero hasta entonces debo seguir viviendo sin existir, presa en esta celda que me protege y me asfixia. No sabéis como he llegado a odiarla, no sabéis como he llegado a odiarme.

Siento algo en el viento, una voz tan pura… Me susurra al oído que todo saldrá bien, que me ama. Es ella lo sé, es mi amiga la luna, la única que escucha lo que tengo que decir, la única que ve todo lo bueno que hay en mí. Tal vez vaya siendo hora de mezclarme con la gente de aquí abajo, tal vez ha llegado la hora de que me conozcan, de que se den cuenta de que existo. Siento como el viento me alienta a seguir, a rendirme al fin al mundo. Tal vez tenga razón, tal vez así pueda ser al fin feliz. Si supieran lo que hay en mi interior, si tan sólo pudieran verlo… Me amarían, sé que lo harían.
Tengo que hacer algo, dejar que la gente vea lo que sólo la luna ha visto, que crean lo que sólo las estrellas creen. Tal vez de ese modo el mundo me acepte al fin.
– Amiga mía esta vez te haré caso. – dije lanzándole mi mejor sonrisa.
Abrí la ventana de par en par.
– Déjame gritarles que existo, deja que me convierta al fin en lo que debí ser.
De pronto el mundo dejó de parecerme ese lugar que tanto odiaba. Mi corazón daba saltos de alegría por la visión de la nueva vida que se abría ante mí. La hora había llegado, la hora de dejar atrás el gusano y dejar salir la mariposa que hay en mí.
Cerré los ojos mientras me llenaba los pulmones con el gélido aire que la luna me ofrecía sólo a mí. Y con los ojos aún cerrados abrí mis alas dispuesta a presentarme al mundo.
Mi cuerpo destrozado sobre el asfalto fue rodeado rápidamente por una multitud. Yo lo veía todo sentada junto a mi amor. La luna me acogió y envuelta por su tenue luz lo escuché.
¡Sally, Oh Dios mío Sally!
Vi gente llorando, a mi madre gritándole al cielo. Al fin habían visto, al fin habían creído. Ahora todos se daban cuenta de quién era, todos veían la magia que había en mi interior, y ya nunca olvidaran mi nombre.

La niebla

Hoy en nuestra sección de cine local… La Niebla de "Stephen King”. Con esta producción queda ampliamente demostrada la gran afinidad que existe entre Frank Darabont (director) Y el Sr. King. Hay que recordar que ya trabajaron juntos en la memorable adaptación de la Milla Verde (nominada a 4 premios de la Academia) Ahora regresan con contundencia. Olvidaos del pseudo-terror adolescente que en los últimos años a inundado nuestras salas… El “grande” ha vuelto, y lo ha hecho para quedarse.
Adéntrate en un mundo rodeado de pánico donde la niebla oculta un mal que no debería existir.

Un consejo, no entréis en ningún foro, no dejéis que os destripen la película, porque amigos… el final es de lo mejorcito que he visto en el cine desde hace mucho tiempo.

Y como he dicho el Maestro no piensa retirarse, ya tenemos una nueva producción más en camino “Cell” dirigida por Eli Roth (conocido por dirigir Hostel) Aunque creo que han llegado a un acuerdo para modificar la segunda mitad del libro para hacerlo más agobiante… (lo que hay que ver…) Y los incesantes rumores de una posible adaptación (ya sea para TV o cine) de la gigantesca obra de la “Torre Oscura”

Hay algo en la niebla... y viene a por tí.

martes, 17 de junio de 2008

Cómo se hizo...


Bueno hoy estrenamos nueva sección. Como supongo habréis adivinado aquí voy a comentar de una forma más personal las historias que os cuento. Puede que algunos piensen que así se pierde la magia…Puede que tengan razón, aunque a mi siempre me ha interesado todo aquello que se esconde detrás del acto creativo así que, para los que como yo, les pica la curiosidad.

Bienvenido a Violet Hill”, el primer relato que aquí he publicado, no ha sido ni de lejos el primero que he escrito, aunque si fue el que me descubrió este magnifico pueblo que habitaba desde hacía tiempo en mi interior.

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Hacía mucho que venía dándole vueltas a la idea de crear un pueblo donde poder basar mis historias. Mi madre siempre ha sido una gran admiradora de Jessica Fletcher. El caso es que muchas veces lo veíamos juntos y veía Cabot Cove, el pueblo ficticio donde transcurren buena parte de los episodios. Supongo que la idea se instaló en mi cabeza en algún punto entre el asesinato y la resolución del caso por aquella mujer entrañable. (quien haya visto la serie alguna vez sabrá a qué me refiero)

Debo reconocer que Violet Hill es de momento tan desconocido para mi como lo es para vosotros. Como si estuviera cubierto por una infranqueable neblina que sólo se disipa cuando quiere mostrarme una nueva historia. Así es como se ha ido formando el pueblo y lo más extraño es que los personajes parecen no querer morir ya que de algún modo sus historias van entrelazándose unas con otras.

Para el relato que nos atañe siempre me ha gustado empezar a narrar una historia con una situación. En este caso es un chico que conduciendo por una carretera solitaria intenta alejarse de sus problemas. ¿a dónde irá? No lo sabía cuando empecé a escribir. ¿Qué ocurrirá? La niebla me lo dirá. Y es así como yo lo veo, al menos con los relatos relacionados con Violet. (Otros son más directivos por mi parte, aunque también son un poco menos sinceros) Al igual que Sean llega al pueblo sin saber dónde está o qué ocurrirá lo mismo me pasa a mí, que llegados a este punto tan sólo me limito a describir lo que el chico ve.
¿Qué si he hecho trampas alguna vez? Por desgracia es inevitable, sobretodo en la corrección. Aunque procuro hacerlo lo menos posible, hay veces que hay que modificar ciertas cosas para que el relato sea más redondo, aunque nunca he modificado ni una coma de la historia principal. Lo que ocurre es lo que ocurre y yo no soy nadie para cambiarlo. No soy Dios, sólo me limito a contar lo que veo.

COmo siempre si teneis cualquier duda podeis dejar un comentario y os contestaré de la forma más sincera posible.

un saludo y espero que pronto volvámos a vernos.


Violet Cinema Presenta...

Hoy en nuestra sección de cine (Sí, sí, puede que seamos un pueblo pequeño, pero también tenemos cine. ¿Qué os pensabais?) Os presentamos una nueva película de animación.
Un simpático guiño a clásicos del terror (al más puro estilo pesadilla antes de navidad) que fascinará a todos por igual. Recientemente galardonada con el Premio Mestre Mateo a la mejor película de animación.

Passen y vean
… esto es "Gritos en el pasillo" de Juanjo Ramírez y su equipo.

Nunca unos cacahuetes habían estado tan vivos. (Ni tan caducados)




Para más información y material interesante sobre la película por favor visita su página Web.

Gritos en el pasillo

miércoles, 11 de junio de 2008

No estoy loco


No estoy loco, Doctor. Sé que es lo que acostumbran a decir los que acaban aquí, pero lo que yo vi fue real, tan real que ahora mi mujer está muerta.

El Dr. Schullz apuntaba en su vieja libreta todas y cada una de las palabras que Stuart decía. Tal y como iban las cosas era algo completamente innecesario, puesto que desde la dirección del psiquiátrico se les obligó a grabar todas las intervenciones, pero tener la libreta entre su paciente y él le permitía mantener la distancia que como médico necesitaba.


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Stuart, a quien habían mantenido sedado los tres días que llevaba ingresado en el Pyckerman’s Sanatory, aún mostraba cierta confusión después de que le hubieran estado bajando la medicación en las últimas horas. El Doctor lo necesitaba lo más lúcido posible para poder hacer el informe que el Sheriff le había pedido.

—Yo… no fui yo, Doctor. No fui yo.—su mirada parecía perderse en algún lugar de su memoria.

Negación de los hechos, posible disociación…

El Dr Schullz no dejaba de garabatear las páginas con aquella letra que nadie más era capaz de descifrar.

***

Todo empezó hace dos semanas, cuando Sharon y Stuart decidieron tomarse unos merecidísimos días de vacaciones para disfrutarlos en un pequeño camping que habían encontrado por Internet. El lugar parecía acogedor y las fotografías que vieron les recordaron a aquellos mini viajes que hacían de recién casados, cuando tenían el dinero justo para ir tirando. Gente en torno a una barbacoa de obra, niños jugueteando en una piscina tan azul como los ojos de su esposa… Stuart pensó que seguramente debían estar retocadas por ordenador pero no le importó, a Sharon le hacía mucha ilusión ir y para él eso era lo único que importaba.

Pero Stuart apenas recordaba ya nada de aquel viaje, sólo lo que ocurrió aquella noche, la noche que la oscuridad le encontró.

—¡Quieres estarte quieto!—gruñó Sharon medio dormida, aunque sonó— Quie tate guieto.

—Lo siento cielo, es este calor, me está matando.

—Tenta domi— y se dio la vuelta.

Sharon no tardó en volver al sueño del que en realidad no había salido, pero a Stuart le fue imposible. Cada vez que se movía podía sentir las húmedas sábanas pegándose a su cuerpo, aprisionándolo un poco más a la cama, así que decidió que un paseo le calmaría. Con cuidado de no despertar a su mujer, se levantó, se enfundó los vaqueros que descansaban en el suelo, y salió de la cabaña. Fuera el calor era aún más acuciante y eso, teniendo en cuenta que eran pasadas las tres de la madrugada, era una auténtica putada.

Stuart fue recorriendo la carretera mal asfaltada hasta llegar a la zona norte del complejo, un lugar que no habían visitado en los dos días que llevaban allí. En la parte más alejada, cerca de la ladera de la montaña, una gran reja de metal impedía que los críos pudieran entrar en la piscina por la noche. La humedad proveniente de aquel lugar parecía murmurarle desde la distancia, ofreciéndole el frescor que tanto necesitaba. Stuart se acercó dejándose guiar por aquellos cantos de sirena cuando vio que la puerta estaba entreabierta.

—Un chapuzón es justo lo que necesito— pensó.

Así que, tras cerciorarse de que nadie podía verle, entró quitándose la camiseta.

En cuanto su piel toco el agua se convirtió en un hombre nuevo. Los problemas dejaron de importar. Allí, acunado por la tranquila quietud del agua, no había facturas que pagar, ni decisiones que tomar. Bajo la oscuridad de aquella agua que parecía reflejar la noche no había sitio para la amargura. Stuart se zambulló y desapareció de la superficie. Estuvo unos segundos allí abajo cuando le pareció que la oscuridad se espesaba en un punto no muy lejos de donde se encontraba. Ajeno a cualquier peligro, intentó acercarse llevado por la curiosidad, y al hacerlo la masa empezó a moverse. Lentamente, la extraña figura fue cogiendo la forma de un ser humano. Se aproximaba a él caminando bajo el agua mientras sus pies arrastraban la noche convirtiendo la piscina en un agujero negro del que temió no poder escapar.

Llevado por un súbito ataque de pánico Stuart se apresuró en salir del agua. No quería que aquello, fuera lo que fuera, le tocara. Cuando sintió la seguridad de la grava bajo sus pies, se quedó mirando el fondo de la piscina pero el agua permanecía silenciosa, impasible a sus desvaríos. Eso fue lo que pensó que había sido, una alucinación provocada por su propia sombra y la falta de sueño.

Empezó a vestirse dando gracias porque Sharon no le hubiera visto asustándose como un crío cuando un ligero chapoteo a su espalda le obligó a detenerse. Se dio la vuelta y allí estaban, unas manos asiéndose con fuerza al borde de la piscina. Los brazos que las seguían se perdían en el interior del agua. Los dedos, que tanteaban el suelo en su búsqueda, relucían bajo la atenta mirada de la luna. Las uñas, roídas por el paso del tiempo, se clavaron en el suelo con tanta fuerza que un pequeño reguero de sangre engulló la grava como un torrente de lava negra.

Stuart contemplaba la escena con la incredulidad de alguien que está convencido de seguir durmiendo bajo las pegajosas sábanas de la cabaña. La aparición salió de la piscina con la misma agilidad que lo haría un niño cualquiera, pero lo que tenía delante no era ningún niño. Ppuede que tuviera su aspecto, pero el pozo sin fondo que formaban sus ojos, el tono grisáceo y descompuesto de su piel, la rigidez en sus movimientos, todo en él estaba tan falto de vida como el agua de la que surgió.

Stuart intentó escapar, salir huyendo de aquella cárcel de muerte y metal, pero las piernas no le obedecían. Sus ojos, incapaces de apartar la mirada de aquellas cuencas vacías, se agrandaron al ver la pícara sonrisa que se dibujó en el rostro del niño. De pronto, de aquellos labios amoratados, brotó una cascada de agua estancada que llenó el aire con el olor de la descomposición. Stuart estuvo a punto de vomitar. Su cuerpo se revelaba contra la inmovilidad a la que se veía sometido mientras que el corazón empezó a acelerarse hasta que sus latidos retumbaron en las montañas que les rodeaban. Su pecho se hiperventilaba para intentar que su cerebro le sacara de aquella espantosa alucinación, mientras que una voz en su interior le suplicaba que se largara de allí.

El niño estaba ya tan cerca que los ojos de Stuart lloraron al percibir el nauseabundo olor que se le pegaba a la piel. Con la visión nublada por las lágrimas, Stuart sintió la mano del niño cogiéndole el brazo y el frío le sumió en el vacío del olvido.

***

Despertó con un dolor de cabeza que le aturdió unos segundos. No sabía muy bien dónde estaba, ni qué había pasado. Al incorporarse volvía a estar en su cama con las viejas sábanas pegadas al culo y el recuerdo de la piscina parecía dormir un profundo sueño en su interior.

—Joder… menuda resaca. ¿Qué hicimos anoche?— preguntó pensando que su esposa seguiría durmiendo a su lado.

Silencio.

—¿Sharon?

Pero Sharon no contestó. Stuart supuso que habría salido a desayunar, así que se calzó las zapatillas y cuando fue a coger una camisa limpia en el armario… Al abrir la puerta la realidad le arroyó como un tren a de alta velocidad devolviéndole el recuerdo de su desafortunado baño nocturno.

***

—Ya sabe lo que pasó. Está en el informe—le dijo Stuart al Dr. Schullz.

—Me gustaría que me contara su versión—respondió este sin dejar de escribir en su libreta.

—Estaba muerta. Le… le había atravesado un ojo con… con una percha.

—¿Quién?

—Él.

—¿Por qué está tan seguro que fue él?

— La ropa… Estaba empapada ¡Empapada!

—La policía asegura que fue usted.

—¡Se equivocan! Su olor… Sharon olía a él. La muerte huele… apesta— la mirada de Stuart dejó de centrarse en el Dr. Schullz para perderse en el vacío.

—Stuart, procure centrarse o tendré que volver a sedarle— Stuart volvió a mirarle y su rostro había cambiado, aunque el médico estaba demasiado ocupado tomando notas como para darse cuenta de ello— ¿Puede decirme algo más del niño de la piscina?

—Shhhh. Los niños buenos no juegan solos en el agua. ¿Verdad? No, no juegan solos.

—Stuart…

—No… no me deja— su cuerpo empezó a mecerse de un lado a otro.

—¿No le deja?

—No quiere que usted sepa que existe— dijo entre susurros.

—Está bien Stuart. ¿Ha vuelto a ver al niño después de esa noche?

—Só…sólo cuando me bajan la medicación. Ji ji.

—¿Puede verle ahora?

—Sí— Stuart frunció el ceño y ladeó levemente la cabeza para poder ver más allá del fornido cuerpo del médico—. Shhhhh— añadió apoyando su dedo índice en los labios.

—Y qué quiere ¿Lo sabe?

Stuart afirmó con la cabeza.

—Quiere matarle. Ji ji ji.

***

Al cabo de treinta minutos, la enfermera que hacía la ronda de las drogas, como solían llamarla, encontró a Stuart hecho un ovillo y pegado a la pared.

—No juegan solos en el agua… no juegan solos en el agua… no…

—¿Stuart?— preguntó ella, pero este no le hizo caso.

La enfermera se dio la vuelta para llamar a un médico que viniera a echarle una ojeada.

—¡Oh Dios mío!

Al otro extremo de la habitación, el cuerpo sin vida del Dr. Schullz miraba al techo llorando lágrimas ensangrentadas. Su mano aún agarraba con fuerzas el bolígrafo que empalaba uno de los dos ojos que se había arrancado.

—No juegan solos en el agua… no me hizo caso… No quiere que hablen de él.

La enfermera miró a Stuart y salió corriendo al pasillo en busca de ayuda dejando a doctor y paciente encerrados con sus propios fantasmas.

—No juegan solos...


martes, 10 de junio de 2008

Deje que le cuente una historia



¡Ah, veo que has vuelto! Sabía que no podrías resistirte a los guisos de mi mujer jeje. Ven, siéntate aquí y coge una lata. Con este maldito calor es lo mejor que hay.

En fin, prometí contarte una historia y eso es lo que haré.

Ocurrió hace ya un tiempo. Era un chico joven que llegó por casualidad.

Sí, sí, ya ves que no eres el único. Pero bueno, vamos a lo que vamos.



¿Estás listo?...




Hacía dos semanas que se había escapado de casa. Cogió el coche y se perdió en la telaraña de carreteras que se cruzaban a su paso. Ni siquiera se molestaba en leer los carteles que indicaban las salidas que iba cogiendo. ¿Para qué? Lo único que quería era huir, alejarse lo antes posible de la pesadilla en la que se había convertido su vida.
No tenía dinero para alquilar una habitación ni en el motel más barato que pudiera encontrar, así que dormía en el coche. El incómodo asiento trasero le obligaba a despertarse cada tres horas con un fuerte dolor atenazándole el cuello. Con los ojos aún borrosos, conducía casi a ciegas, pero no importaba, se había adentrado en una carretera secundaria y no se había cruzado con ningún coche en muchos quilómetros. Si tenía un accidente él sería la única víctima.
Conducía día y noche, intentando no recordar, y sin embargo el asfalto le llevaba una y otra vez a tener los mismos pensamientos. Quería mirar hacía el futuro, saber hacía dónde se dirigía, descubrir qué sería de su vida ahora que estaba solo, pero lo único que hacía era mirar hacía atrás. Aquello de lo que había huido le atraía hacía él como un imán lo haría con un clavo oxidado.

Llevaba ya varias horas recorriendo aquella carretera sin encontrarse con ningún desvío. Ni un triste cartel que le diese alguna pista de dónde se encontraba. Detuvo el coche, salió del vehículo y miró a su alrededor. Nada. El paisaje era el mismo mirarse donde mirase; sólo prados y más prados. Lo único que rompía la monotonía de aquel mundo era el bosque que se divisaba a lo lejos. Daba la sensación que la carretera se adentraba en su interior y no parecía que hubiese otro camino, al menos ninguno lo suficientemente asfaltado como para que se atreviera a cogerlo con su viejo coche. Tenía dos opciones, dar media vuelta, o seguir y atravesar el bosque.
Nunca le habían gustado los bosques, desde pequeño siempre había tenido miedo de perderse y no encontrar el camino de vuelta, pero la idea de dar marcha atrás, de acercarse aunque sólo fuese un poco a casa… Además, ya no tenía un hogar al que regresar.
Volvió a entrar en el coche, subió un poco más el volumen de la radio y continuó su.

La carretera que cruzaba el bosque era increíblemente estrecha para ser de dos sentidos. Si hubiese encontrado algún coche en sentido contrario uno de los dos hubiese tenido que salirse de la calzada. Por suerte nadie parecía querer circular por entre aquellos gigantescos árboles.
Bajó la ventanilla para poder respirar un poco de aire fresco. La humedad que se condensada en aquel lugar logró que dejara de pensar en su casa. Ahora aquel bosque parecía ser su hogar. Nunca antes se había sentido tan bien como en aquel momento, conduciendo por una serpenteante carretera que se abría camino por entre los árboles que apenas dejaban pasar la luz. Por primera vez en su vida sentía que podía ser él mismo. Ya no tenía que fingir, al fin podía dejar a un lado el odio.
Circulaba despacio, disfrutando del paisaje. Aquel no era como los bosques que había cerca de la ciudad. Aquí podía escuchar el piar de los pájaros, las ramas quebrándose por el peso de lo que imaginó que sería algún ciervo buscando algo que comer. Aquel bosque estaba rebosante de vida. Tuvo la tentación de parar el coche y bajar a dar una vuelta por su interior, pero la idea de no volver a encontrar el camino de vuelta le hizo desistir en el acto. Aquel bosque era diferente, sí, pero los viejos miedos no se olvidan tan fácilmente. Apagó, puede que por primera vez en toda su vida, la radio del coche. No quería que nada pudiese romper la magia que envolvía aquel momento. Al fin había encontrado un sitio en el que poder sentirse libre. Tenía la sensación de ser el único ser humano en muchos quilómetros a la redonda y que la única compañía que podría encontrar era la de los animales que poblaban el bosque. Y aunque mucha gente encontraría tal idea algo deprimente, era justo lo que buscaba.

Sin embargo, el cielo empezó a oscurecerse rápidamente hasta convertirse en un grisáceo y espeso manto que apenas dejaba pasar la luz. Sean miró al cielo un instante y cuando volvió a posar los ojos en la carretera ya había dejado el bosque atrás.

Sean encendió la radio y la puso a todo volumen. Al parecer sólo había una emisora que retransmitiese por esa zona, pero daba igual, le gustaba el rock. La carretera continuó en línea recta durante algunos quilómetros, y pronto olvidó el viejo bosque que parecía encontrarse a varios días de distancia del coche. El tiempo seguía pareciéndole de lo más deprimente pero escuchar a los Rolling Stones le animó bastante. Pisó a fondo el acelerador y se dejó llevar por el sonido de la guitarra de Keith Richards. A lo lejos apareció un cartel, y detrás de este podían verse algunos edificios. Surgieron de repente, como si la tierra los hubiera escupido. Sean aminoró la marcha. Era el primer pueblo que encontraba en casi dos días de conducir sin parar, y lo último que quería era que el policía local le pusiera una multa por exceso de velocidad. Sólo faltaría que su padre hubiese denunciado su desaparición y le reconocieran. Aunque era poco probable. No se imaginaba a su padre preocupándose por alguien que no fuese él mismo. Sean detuvo el coche en el lindar del pueblo.
El cartel estaba hecho de madera pero el paso del tiempo no se había mostrado clemente con él y el verde de la pintura se desprendía en algunas zonas. Hacía mucho que aquel inerte anfitrión anunciaba la llegada al pueblo de Violet Hill, puede que desde su misma fundación. La verdad es que le pareció que sus medidas eran totalmente desproporcionadas para lo que pensó que debían ser cuatro casas desperdigadas en medio de la nada. «¡Joder!» Aquel cartel era enorme.
Sean metió la primera y condujo con precaución por la carretera hasta entrar en el pueblo y al hacerlo temió que fuera uno de los muchos pueblos abandonados que había en el país. Ni un solo movimiento en la calle, como si el tiempo se hubiera detenido por un instante. Sin embargo al pasar frente a la cafetería del pueblo vio que no era así.

A primera vista Violet Hill parecía un lugar tranquilo, uno de esos sitios que recomiendan los médicos para pasar una temporada después de un buen infarto. Nada de estrés, vida sana y aire puro. Aquel lugar reunía todas aquellas características y muchas más. Sean bajó la ventanilla y se disponía a bajar el volumen de la radio cuando esta empezó a emitir un estridente ruido de estática que le hizo fruncir el ceño. Al instante el ruido dejó paso a una emisora local. Sean intentó recuperar la emisora de rock pero fue inútil, al parecer la VH Radio era la única emisora que podía escucharse en aquel pueblo.
- ¡Estás escuchando la VH Radio tu emisora favorita! Vale, vale, ya sé que no podéis escuchar otra cosa pero tampoco lo necesitáis porque soy vuestro amado DJ y sé lo que os gusta. – dijo una voz juvenil que no dejaba de reír a través de los altavoces. - ¿Queréis saber cuáles son las actividades preparadas para…?
El locutor seguía hablando pero a Sean no le interesaban las actividades programadas, lo único que quería era detener el coche y salir a estirar un poco las piernas. Estaba agotado después de tantas horas metido en aquella cafetera. Además, parecía que las nubes no tardarían en desaparecer. Aquello consiguió animarle. Aparcó el coche en la calle, justo enfrente de una farmacia, a pocos metros de la entrada del pueblo y de la cafetería que había visto. Iría hasta allí a tomar algo, estaba hambriento.
Empezó a andar y nadie parecía haberse dado cuenta de su llegada. El pueblo estaba en el más absoluto silencio. Acostumbrado al incansable bullicio de la ciudad, Sean no pudo evitar sentirse algo inquieto frente a tanta paz. Fue como si las mismísimas casas le observaran caminar, como si tras cada ventana hubiera alguien espiando. Demasiado silencio para alguien que lo único que quería era desaparecer. Se sintió aliviado al entrar el la cafetería, al menos allí volvía a reencontrarse con el familiar murmullo de múltiples voces hablando a la vez. Era la hora de comer así que la cafetería estaba prácticamente llena. Todos los presentes le miraron cuando entró y las voces enmudecieron mientras aquellos ojos le examinaban. No veía recelo en sus miradas, sino más bien la sana curiosidad de un pueblo que no estaba acostumbrado a ver caras nuevas. Sean levantó la mano a modo de un tímido saludo y los comensales volvieron a ocuparse de sus asuntos.
- Buenas tardes. – dijo dirigiéndose al camarero.
- ¡Buenas tardes!- respondió este alegremente.
El hombre que había detrás de la barra era completamente calvo y llevaba un delantal blanco que cubría una prominente barriga.
- Deberás perdonarlos – dijo mirando a los clientes, - no solemos recibir muchas visitas por aquí. – Sean no dijo nada, aunque no es que le extrañase demasiado. - ¿Quieres alguna cosa?
- La verdad es que hace días que no como más que porquerías, así que…
- No me digas más. Le diré a mi mujer que te prepare la especialidad de la casa; alubias y costillas sazonadas. Te aseguro que están para chuparse los dedos.
- Seguro que sí. – dijo mirando la barriga de aquel hombre. Su mujer debía cocinar mucho y muy bien para alimentar semejante estómago.
- Siéntate dónde quieras. En cuanto esté lista la comida te la traigo. No tardará mucho.
El hombre entró en la cocina llamando a su mujer y pidiéndole que se esmerara porque tenían visita.
Sean se sentó en una de las pocas mesas que quedaban libre y se dedicó a observar a la gente que le rodeaba. Era una costumbre que había adquirido desde pequeño y que conseguía sacar de quicio a su padre. Antes de darse cuenta, el camarero, que resultó ser también el dueño de la cafetería, se encontraba junto a su mesa con una cerveza en la mano.
- Regalo de la casa. – dijo dejándola junto con los cubiertos.
- A eso le llamo yo una buena bienvenida. – dijo Sean con una amplia sonrisa. Dio un largo trago y las burbujas de la cerveza hicieron que le escocieran los ojos. – Bien fría, como debe ser. No puedes imaginarte cómo lo necesitaba.
- ¿Qué sería la vida sin cerveza?– Y después de un breve silencio ambos estallaron en una sonora carcajada que hizo que medio local se girara para mirarlos. – Bah, no les hagas caso. Bueno chico, ¿y qué te trae por nuestro pueblecito? – preguntó el hombre sentándose enfrente suyo.
- Supongo que la casualidad.
- Chico, la casualidad no existe.
- Pues no sé cómo he llegado hasta aquí. Ni siquiera sé dónde estamos.
- Supongo que estaba escrito que llegarás aquí.
- No creo en el destino. No me gusta pensar que alguien es tan cabrón como para haber escrito la mierda de vida que me ha tocado vivir.
- Cada uno es libre de pensar lo que quiera, aunque tal vez aquí puedas encontrar lo que andas buscando.
- ¡Jeff! ¡Maldita sea, Jeff! – gritó una mujer desde la cocina.
- Perdona chico, creo que tus costillas ya están listas. – dijo esbozando una sonrisa que sin embargo no se reflejaba en sus ojos.
El hombre se levantó y andó tambaleando el cuerpo de un lado a otro hasta detrás de la barra, donde, al cabo de unos segundos, reapareció con un plato repleto de alubias en una mano mientras que en la otra hacía equilibrios para que no se le resbalara una de las costillas de la bandeja.
- Tienen muy…
“Muy buena pinta” iba a añadir Sean, pero el camarero dejó ambos platos sobre la mesa y se apresuró a volver detrás de la barra. Ya no sonreía y le miraba con los ojos entrecerrados. Sean pensó que su actitud era un poco rara, pero no le dio más importancia.
Acabó con la comida casi sin darse cuenta, se levantó y se dirigió hacía la barra. El camarero le daba la espalda y se mantenía ocupado secando unas cuantas jarras de cerveza.
- ¡Oye, las costillas estaban increíbles!
El camarero se dio la vuelta y sus ojos desprendían un leve brillo de orgullo.
- Ya te lo dije, mi mujer es la mejor cocinera de Violet Hill. – dijo apoyando ambas manos sobre la barriga.
- ¿Cuánto te debo?
- Siete.
- Y además es barato. – añadió sacando un par de billetes de la cartera. – Por cierto, me gustaría quedarme un par de días, ¿Hay algún sitio donde pueda encontrar una cama a buen precio?
- Bueno, solíamos tener un hotelito, pero está abandonado. No hay mucha demanda por aquí ¿sabes?
- Ya…
- Pero supongo que el viejo Scott podría dejarte dormir en el cuarto de su hijo. Hace años que dejó el pueblo y al viejo le encantará tener a alguien con quien hablar.
- No es que tenga mucho dinero que digamos.
- Bah, no te preocupes por eso, dile que si te hace un buen precio le invitaré a una cervecita de vez en cuando. Nunca le dice que no a una cerveza, sobretodo si no es él quien paga. – dijo riendo y apretándose la barriga con más fuerza.
- Esta bien, pues me llevaré unas cervezas a ver si con un pequeño soborno…
Sean iba a salir de la cafetería cuando se dio cuenta de que no sabía la dirección de Scott.
- Por cierto, no me has dicho dónde vive.
- Ay esta cabeza mía. Ya lo dice mi mujer que me estoy haciendo viejo. Cuando salgas sigue por esta calle hasta llegar a la Av. Este, tuerce a la izquierda y es la prime… no, la segunda calle. Sí, eso es, es la casa que hace esquina. Le falta una mano de pintura pero creo que estarás muy cómodo allí. El viejo es todo un encanto, sobretodo cuando está un poco achispado. – el camarero rió como si estuviese recordando alguna anécdota graciosa, pero no se lo comentó.
- Por cierto cuanto te debo por las cervezas.
- No te preocupes, si te quedas por aquí volveremos a vernos.
- Bueno, pues… muchas gracias. – contestó algo confundido.
No estaba acostumbrado a que le fiasen sin ni siquiera conocerle, pero claro, aquello era un pueblo. Todo es diferente en los pueblos.
Sean salió de la cafetería cargando con un pack de seis latas de cerveza recién sacadas de la nevera y fuera todo seguía en silencio. Miró a un lado y a otro pero no pudo ver a nadie, tan sólo un perro que cruzaba la calle principal con el morro pegado al suelo, siguiendo, tal vez, el rastro de algún gato o de algo que pudiera comerse. Sean se subió al coche y siguió las indicaciones que Jeff, el camarero barrigudo y de humor cambiante, le había dado.
A sean todas las casas le parecían exactamente iguales unas a otras, pero había una que necesitaba un urgente lavado de cara. Reconoció la casa de Scott en cuanto la vio. Estaba hecha de madera, como casi todas las demás, pero, al igual que el cartel de la entrada, aquella parecía llevar años sin que nadie le prestase la menor atención. Sean aparcó frente la casa, cogió las cervezas y llamó al timbre de la vieja casa encantada. Esa fue la impresión que le dio a medida que se acercaba.
Al cabo de unos segundos en el que el silenció se hizo aún más patente, la puerta se abrió con pesada lentitud. De ella emergió el viejo Scott, que parecía tener cien años, aunque llevados con mucha vitalidad.
- ¿Síííííí? – preguntó el anciano con una voz entre cómica y chillona.
- Hola, yo… Verá, estoy buscando un lugar donde pasar la noche y Jeff, el de la cafetería, me ha dicho que quizás usted…
- ¿Qué tienes allí muchacho? – preguntó bajando la mirada hasta las latas que Sean sostenía. - ¿Cerveza?
- ¿Le apetece una?
- ¡Claro que sí muchacho! ¡Pasa, pasa!
Ambos entraron en la casa que estaba prácticamente a oscuras a pesar de que fuera hacía sol. Sean cerró la puerta tras de él y se dio cuenta de que había un aroma fuerte y extraño que parecía apoderarse de toda la casa.
- Perdona la oscuridad chico, pero mis ojos… ya sabes, no son como los tuyos y me molesta mucho la luz.
- No se preocupe.
- También te molestará si llegas a mi edad, ya lo verás. – continuó farfullando Scott.
El anciano le llevó hasta el salón y allí el olor se intensificó. Era fuerte, pero fresco, extraño, aunque reconfortante. El olor provenía de una multitud de jarrones que contenían plantas que nunca había visto antes. Aquellos jarrones estaban por todas partes; podía ver tres de ellos sólo en el salón. Vio otro más cuando Scott entró en la cocina para coger algo para acompañar la cerveza, y estaba seguro, por cómo olía, que encontraría más en las otras habitaciones. Scott regresó con una bolsa de patatas (sin sal) y frutos secos.
- Es lo único que tengo, muchacho. No esperaba visitas.
- No se preocupe. Por cierto, qué tipo de planta es esa. – dijo abriendo una cerveza y señalando el jarrón que descansaba sobre la mesa.
- Muchacho, esa es una planta que sólo crece en las tierras que rodean este pueblo. Yo la llamo flor de Mischi.
Podría ser que aquella planta sólo creciese por esa zona, aunque Sean dudaba mucho que aquel hombre hubiese salido del pueblo alguna vez en su vida para comprobarlo.
- ¿Flor de Mischi? – repitió.
- Sí, es lo único capaz de quitar el olor a gato. Aquí siempre huele a gato. Siempre. – el hombre parecía estar ausente, con la mirada perdida.
Y de la nada, como si se la hubiera invocado, apareció una gata negra caminando pesadamente. Estaba demasiado hinchada como para pasar desapercibida y Sean no consiguió ver ni un solo atisbo de la famosa agilidad gatuna.
- Mischi esta preñá. Ya no le queda mucho, cualquier día de estos… BOUM, y ya estará lista. Ja ja.– fue cómico ver al viejo gesticular y reír de la manera en que lo hacía, casi como si fuera un niño.
Scott se sirvió una cerveza y ambos se sentaron en el sofá. Con la lata en las manos el hombre parecía haber rejuvenecido veinte años. Ahora se mostraba orgulloso y sus ojos brillaban en la oscuridad con renovada juventud.
- ¿Habías dicho algo de quedarte en el pueblo? – preguntó el viejo.
- Sí, estoy de viaje y había pensado quedarme un par de días a descansar. Tienen un pueblo tan tranquilo…
- Bueno tampoco te creas, también pasan cosas en Violet Hill, no te vayas a pensar que todos son unos viejo acabados como yo.
- Yo… no pretendía…
- No hace falta que te disculpes muchacho, sé que no me queda mucho, pero ha sido una vida larga. Además, aún me quedan un par de ases bajo la manga. – dijo guiñándole el ojo. – ¿Así que Jeff te ha dicho que podrías pasar la noche aquí? – Sean asintió con la cabeza. Scott dio un largo y sonoro sorbo a la cerveza y se quedó en silencio observándole. – Está bien, puedes quedarte, pero esto no es ningún hotel muchacho, así que tendrás que seguir algunas normas. A mi edad uno tiene ciertas manías.
- Lo entiendo pero… no tengo mucho dinero.
- Por favor chico, nunca aceptaría tu dinero. – la voz de aquel hombre se había vuelto suave, agradable, y Sean pensó que así podría haber sido el abuelo que siempre soñó tener. – Pero tu cerveza… ja ja, a eso sí que no le diré que no. Ja ja.
- ¿Quiere otra? – peguntó Sean
- Eso ni se pregunta. – y ambos empezaron una nueva lata. – En fin muchacho, es hora de mi siesta. Te resumiré cuáles son las normas de la casa; evidentemente no molestes a la pobre Mischi, en su estado no le convienen los sobresaltos. En segundo lugar nunca, repito, nunca, bajes al sótano. Allí guardo cosas de gran valor sentimental, viejas fotos que no interesan a los jóvenes como tú. Y por favor, no enciendas las luces ni corras las persianas. Es por mis ojos, recuerda que este anciano ya no tiene tu edad. Coge este farolillo servirá para que no te rompas una pierna bajando por la escaleras. Esas son mis condiciones, aparte de eso puedes entrar y salir cuando te plazca, coger lo que quieras de la nevera e ir a comprar todas las cervezas que quieras. – al anciano le brillaron aún más los ojos al mencionar el alcohol
- Me parecen del todo razonables, sobretodo la referente a la cerveza. – Scott rió.
- Bien muchacho, bien. Ahora iré a echarme un rato, cuando despierte te prepararé algo de cena y charlaremos sobre este viaje tuyo. Puedes coger cualquiera de las habitaciones del segundo piso, las camas siempre están hechas. Una vieja costumbre que me inculcó mi mujer que en paz descanse.
- Gracias.
Scott salió del salón, abrió una de las puertas que había en el pasillo y bajó las escaleras que llevaban hasta el sótano. Sean lo vio y pensó que el recuerdo de su esposa le había obligado a ir a repasar alguno de los álbumes de fotos que había guardados allí. Sean tenía la maleta en el coche, pero estaba cansado y le apetecía tumbarse un rato. «Ya la recogeré luego, no creo que nadie vaya a robarme los calzoncillos.»
Subió a oscuras, con el farolillo sin encender, y se metió en la primera habitación que encontró. La cama estaba hecha, tal y como le había dicho Scott, y sobre la cama reposaban más Flores de Mischi, aunque estas estaban secas. Sean las dejó sobre la mesilla de noche junto con el farolillo y su olor se le pegó a las manos. Se echó sobre la mullida cama y cerró los ojos.

Sean era mucho más joven, siempre lo era en sus sueños, y su madre estaba tumbada sobre la cama. Llevaba así más de tres meses. Sin moverse, casi sin poder hablar, los médicos no sabían qué le pasaba, o al menos a él nadie se lo había dicho. Desde el piso de arriba podía oír a su padre hablando por teléfono con una enfermera que tendría que venir a cuidar a su madre. Sean era demasiado pequeño, su padre tenía que trabajar y el estado de ella había empeorado demasiado en las últimas semanas como para poder dejarla sola mucho tiempo.
Sonido de pasos en la escalera.
- Sean, sal un momento. – dijo su padre casi sin mirarle.
Sean lo hizo, siempre lo hacía. Él y su padre nunca habían sabido conectar y sólo su madre lograba hacer que la familia se mantuviera unida. A pesar de estar postrada en una cama siempre sabía calmar los ánimos entre los dos. Al final Sean había optado por obedecer ciegamente cualquiera que fuera la orden dada por su padre, lo último que quería era discutir con él, eso hacía que su madre empeorara un poco más.

La enfermera nunca llegó a trabajar en la casa. Su madre murió dos días después de aquella llamada. Murió durante la noche, en silencio, sin intención de preocupar a nadie, como siempre había hecho en vida. Sean lloró, su padre lloró, y algo se rompió en la familia, algo que ya nunca más podría volver a unirse.
A partir de ese día las discusiones entre padre e hijo fueron constantes. Dijeran lo que dijeran, hicieran lo que hicieran, siempre terminaban gritándose. Incluso la más absurda de las situaciones era potencialmente peligrosa, como una bomba que ha fallado pero que puedo estallar en cualquier momento arrancándote la mano si eres tan estúpido como para acercarte a ella.
Sean quería a su padre, pero para él no era más que un desconocido que le daba ordenes y para el que, hiciera lo que hiciera, nunca era suficiente. Aún así el recuerdo de su madre aún conseguía mantenerlos juntos. Hasta que su padre encontró a otra.
- Sean, esta noche vendrá Rose a cenar, así que haz el favor de comportarte. – dijo su padre con la cabeza metida en el periódico.
- ¿Cómo puedes estar con ella?
- No empieces otra vez. Esta historia empieza a cansarme.
- ¿Y mamá? Dime, ¿Y mamá?
Sean empezaba a levantar la voz, había algo que se removía en su interior cada vez que su padre nombraba a Rose. Sentía la acidez de la traición en la lengua y quería escupírsela a su padre a la cara para que se diera cuenta de que aquello no estaba bien.
- ¡Mamá está muerta, joder! ¡Lleva dos años muerta! – su padre arrojó el periódico lo más lejos que pudo y se levantó de la mesa.
- No pienso cenar con ella. No quiero ni verla.
- ¡Cenarás porque lo digo yo!
- No.
Ambos se miraban fijamente a los ojos con el semblante de aquellos duelos entre vaqueros que aparecían en las películas de la tele, pero las armas que allí utilizaban eran más peligrosas que los revólveres. Lo que dijese cada uno en ese preciso instante podía cambiarles la vida para siempre, y ambos lo sabían.
- Si no cenas con nosotros esta noche no te molestes en volver.
Su padre disparó primero y aquella bala dio de pleno en el orgullo que Sean había heredado de él.
- Pues no volveré.

Sean despertó con un cabreo considerable. Se removía inquieto sobre el colchón sin saber muy bien qué hacer. Aspiró con fuerza y el olor de las plantas logró apaciguar su espíritu. Se levantó, corrió un poco las persianas y descubrió que fuera ya era de noche. ¡Había dormido toda la tarde! Volvió a cerrar la cortina, tal y como Scott le había pedido, y bajó a ver si el viejo estaba levantado o si le había dejado algo para cenar.
Al llegar al piso de abajo fue directamente hacia la cocina, pero Scott no estaba allí y tampoco parecía que hubiese comida por ninguna parte. Mischi apareció con su enorme barriga y empezó a restregarse contra su pierna. Levantaba la cola y emitía suaves ronroneos mientras entornaba aún más los ojos.
- Eso es que le gustas. – dijo Scott a su espalda.
- Pues eso parece. Me he quedado dormido, lo siento.
- ¡Oh, no te preocupes! Es por la Flor de Mischi; es relajante. Yo suelo prepararme una infusión con algunas hojas antes de irme a dormir, ayuda a que no me despierte a media noche. Odio despertarme a media noche.
Sean pensó que el anciano volvía a parecer demasiado viejo y que cuando hablaba parecía que no se diera cuenta de que él estaba allí. Y no pudo evitar pensar en su padre.
- Creo que no nos hemos terminado todas las cervezas ¿Te apetece que nos tomemos una y veamos algunas viejas fotos? – propuso Scott.
- Claro, me encantaría.
- Bien… bien. Tú prepárate algo de cenar mientras voy al sótano a buscar el álbum.
- ¿Quiere que le prepare algo?
- No, no, yo cenaré más tarde. ¿Verdad Mischi? – la gata ronroneó mientras Scott le acariciaba la cabeza. – Sí, yo cenaré más tarde, ahora es tiempo de recordar.
Scott desapareció de la cocina y Mischi intentó seguirle pero cada vez le costaba más caminar. Sean no podía evitar pensar que aquel hombre parecía enfermo, como si perdiese la noción de las cosas. «Demencia senil.» Pensó. O tal vez sólo fuese la manera de actuar de un anciano que se había acostumbrado a tener a Mischi como única compañía.
Sean preparó un par de bocadillos con jamón, supuso que al final Scott se comería uno, y sino sabía de uno que daría buena cuenta de él.
Scott no tardó en volver con un pequeño álbum de fotos abrazado junto al pecho. Se sentaron en el sofá del salón y Scott encendió una lámpara que previamente había cubierto con un pañuelo para atenuar la intensidad de la luz. Sean se sentó a su lado y fue comiendo mientras el viejo le contaba alguna de las historias que se escondían tras aquellas fotos.
- Mira, esta era mi mujer, Rachel.
Scott le mostraba una fotografía en blanco y negro con los bordes amarillentos por la humedad del sótano. En ella aparecía él con un elegante traje oscuro junto a una bella mujer de pelo rizado.
- Era muy guapa.
- Ya lo creo que lo era. – a Scott empezaron a brillarle los ojos. – Era la chica más guapa del pueblo. – Sean intuyó que una lágrima amenazaba con escaparse.
- Y parecían muy enamorados.
- Y aún lo estamos. Bueno, ella murió al nacer mi hijo, pero yo aún la sigo amando como si estuviera viva. No ha habido ninguna otra mujer en mi vida, y te puedo jurar que han pasado muchos años desde que se fue. A veces creo que demasiados.
- No diga eso hombre, si a usted aún le queda cuerda para rato.
- Mientras haya cervezas... – dijo con una media sonrisa que intentada disimular lo mucho que la echaba de menos. – Cada noche bajaba a mirar las fotos, hablaba con ellas, tanto que debo reconocer que a veces me olvidaba que mi hijo sí vivía. Al final, cuando Bret se fue, decidí bajar una cama al sótano y convertirlo en mi cuarto, así puedo dormir con ella.
- Eso es muy bonito. – aunque en realidad Sean no entendía por qué no había subido las fotos a su cuarto en vez de obligarse a dormir allí abajo, pero decidió que aquello no era de su incumbencia. – Siento lo de su esposa. – y eso sí que lo decía de corazón.
- Hizo aquello para lo que Dios la creó, dar a luz a un precioso niño. Es más de lo que muchos pueden decir.
- Es una hermosa manera de ver las cosas.
- Es la única. – y los ojos del anciano resplandecieron con más dureza que nunca.
- ¿Y… y qué fue de su hijo? ¿Aún vive en el pueblo?
- No, Bret abandonó Violet Hill hace ya muchos años. No sé dónde vive, ni siquiera sé si sigue vivo. Nunca llama, nunca escribe, aunque supongo que es culpa mía.
- No diga eso, un hijo no debería abandonar así a su padre. – y decir eso le produjo una punzada en la boca del estómago. Pero aquello no era lo mismo, su caso era diferente, aquel era un buen hombre. ¿Y su padre… era un mal hombre? Sean se sentía demasiado confundido como para pensar en eso. - ¿Ese es Bret? – dijo señalando otra de las fotos.
- Sí.
- Se le parece mucho.
- Es verdad, nadie podrá decir que no es hijo mío. – respondió el hombre dibujando una amplia sonrisa y acariciando la fotografía.
- ¿Se encuentra bien?
- Es bonito recordar. ¿No crees? – Sean no contestó, él quería olvidar. – A veces siento que por las noches se mueve y me habla.
- ¿Su mujer? Mi madre me dijo antes de morir que mientras la recordase siempre estaría conmigo. Seguro que su esposa está ahora con usted.
- Oh sí, de eso no tengo la menor duda. Siempre estaremos juntos, nos quisimos demasiado para que algo tan insustancial como la muerte pueda separarnos. -Scott seguía esgrimiendo aquella sonrisa totalmente neutra que había adoptado al hablar de su hijo. – Siempre juntos.

Nadie habló y el tiempo fue pasando mientras la mente del viejo estaba perdida entre las páginas de aquel álbum. Sean no sabía qué hacer, y desde luego no quería seguir con aquella conversación. La muerte era un tema que prefería no tratar, y menos con un anciano al que no conocía absolutamente de nada, pero tampoco vio adecuado levantarse y marcharse. Tal vez Scott ni se diera cuenta, teniendo en cuenta el estado en el que parecía estar, pero de todas formas no lo vio apropiado. Aquel hombre le había ofrecido su casa y un poco de compañía era lo mínimo que podía darle, aunque se sintiese incómodo, aunque lo único que quisiese fuese salir corriendo de allí, emborracharse, vomitar, y dormir la mona en cualquier parte. No había sentido tal necesidad de beber desde después del funeral de su madre, cuando, al llegar a casa, se dio cuenta que a partir de ese instante sólo estarían su padre y él. Pero no lo hizo, se quedó allí junto a Scott y esperó en silencio.
Al final fue el viejo quien se levantó rompiendo así el incómodo silencio.
- Muchacho, creo que ya va siendo hora que cerremos el baúl de los recuerdos y vayamos a dormir. – Scott dio media vuelta y empezó a recorrer el pasillo que le llevaría hasta el sótano.
- Claro. – fue lo único que Sean respondió pero Scott ya había desaparecido por las escaleras cerrando la puerta tras de sí, y al hacerlo Sean creyó escuchar el apagado clic de una llave girando en la cerradura.
Sean se dio cuenta que estaba en un pueblo perdido de la mano de Dios, sin dinero y durmiendo en casa de un viejo chiflado que se encerraba con llave en el sótano para dormir. Y no pudo evitar echarse a reír. «Menuda aventura.» Se levantó, subió a su habitación, y se quedó dormido en cuanto sintió el calor de la manta envolviéndole.

En el piso de abajo alguien dio un portazo. Después silencio. Sean, curioso, salió de su habitación y asomó la cabeza por las escaleras. En el piso inferior todo seguía a oscuras y sólo un pequeño rayo de luz proveniente de la calle iluminaba la estancia. Mischi emitió un aullido aterrador desde algún lugar entre aquella oscuridad, pero Sean no fue capaz de ver dónde se encontraba el animal que parecía estar sufriendo el peor de los tormentos. Cuando sus ojos se acostumbraron por fin a la oscuridad descubrió que la puerta del sótano estaba entreabierta. Aunque desde donde estaba no podía ver qué había en su interior.
Fue bajando los escalones, uno a uno, deteniéndose a cada paso a escuchar el silencio. ¿Qué debía estar haciendo Scott en el sótano? ¿Por qué siempre cerraba con llave? ¿Y por qué esta vez había olvidado hacerlo? Cuando se encontraba ya a medio camino del sótano escuchó un sonido parecido al de una sierra cortando algo duro, seguido por la viscosa marea de algo que no sabía describir. Su mente empezó a imaginar, a crear formas a partir de la nada, y el sonido parecía aumentar a medida que su mente creaba. Se sentía atraído hacia aquel sótano en el que la oscuridad era tan espesa que temía no poder atravesarla.
Fue entonces cuando de la nada surgió una leve brisa que le heló la sangre y cerró la puerta del sótano con un estruendo que hizo que toda la casa temblara bajo sus pies. En el interior de la habitación sellada Mischa volvía a chillar, aunque a Sean le pareció que estaba más próximo a un grito humano que al maullar de un gato.

Despertó bañado en sudor y respirando con dificultad, escudriñando el silencio en busca de cualquier sonido que pudiera resultarle extraño, pero fue inútil, la casa estaba en la más absoluta calma, y aquello le resultó aún más aterrador. Fuera aún era de noche, aunque en aquel piso la noche parecía no terminar nunca. «¿Qué deberá estar haciendo el viejo?» Sean se levantó y se quitó la camiseta mojada. Sabía que aquella no era la mejor forma de pasearse por la casa, pero su maleta aún estaba en el coche y no quería que la humedad se le pegara al cuerpo. Se secó lo mejor que pudo con la sábana y salió de la habitación. Bajó para ver si Scott estaba despierto, y si no lo estaba se tomaría una cerveza antes de volver a la cama. Sean pensaba que nunca iba a necesitar tanto un trago como en aquel momento. Se equivocaba.
- Mischi, Mischiiiiiii. – llamaba Scott.
«Parece que está levantado al fin y al cabo.»
- ¡Mischi, maldita sea, ven aquí! – su voz se había vuelto más grave y autoritaria, aunque seguía hablando entre susurros.
Sean se quedó quieto sin atreverse a bajar las escaleras. Había algo en esa voz que llamaba a la gata que no cuajaba con la imagen que se había formado de Scott, que desde el primer momento le había parecido un viejecito encantador cuya única preocupación era poder tomarse una cerveza de tanto en tanto y mirar las fotos de su difunta esposa. Pero aquella voz que caminaba entre las sombras del primer piso mezclaba la ira con tintes de tristeza. Sean nunca había escuchado nada igual. La sombra del viejo surgió de la puerta que daba al sótano y se perdió en el interior de la cocina. Sin pensárselo dos veces Sean bajó las escaleras en silencio hasta llegar al sótano.
En el interior, el olor a Flor de Mischi era mucho más intenso, tanto que le dio un vuelco el estómago y la acidez de las arcadas impregnó su lengua. Fuera Mischi maullaba, aunque no de la misma manera en que lo había hecho en su sueño, pero no le prestó atención, lo único que le interesaba era el sótano en el que se encontraba.
Resultó ser mucho más grande de lo que se había imaginado, aunque la mayor parte de él se encontraba totalmente a oscuras. Sólo había una pequeña lámpara encendida, cubierta, como no, por una fina tela que dejaba pasar la luz que iluminaba una mesa de proporciones descomunales. A su derecha, una pesada cortina partía el sótano en dos. Sobre la mesa Sean vio algunas herramientas que resplandecían contrastado con la oscuridad. La mayoría de ellas tenían aspecto de ser muy viejas, pero sin duda parecían estar bien afiladas. Sean no sabía para qué podría usar todo aquello el viejo, y tampoco intentó imaginárselo. Había algo más en el borde de la mesa, algo que no había visto al principio porque la luz apenas lo iluminaba. Sólo los ojos de la gata sobresalían de la oscuridad.
- ¿Mischi? – pero el animal no se movió, se quedó quieto, clavando sus rasgados ojos sobre él.
- Esa no es Mischi, muchacho. – dijo Scott a su espalda.
Al darse la vuelta sobresaltado vio que el viejo llevaba a la gata debajo del brazo. El animal se removía intranquilo, pero sus intentos por zafarse fueron reprimidos con un único golpe en el hocico. Mischi cesó en su empeño y se dejó llevar con docilidad.
- Se había escapado, pero no lo volverá a hacer. ¿Verdad Mischi? – Scott no dejó de mirar a Sean y este esperaba que el viejo le preguntara qué hacía en su sótano después de haberle dicho que no lo bajara, pero no se lo pregunto. – Como puedes comprobar esa no es Mischi – dijo señalando el gato que había sobre la mesa. – Es su madre.
- ¿Su madre?
- Era una buena gata, muy buena. Por eso la disequé al morir, para que nos hiciera compañía. - Scott dejó a Mischi sobre la mesa. – Mischi va a dar a luz.
- ¿Ahora? ¿Có… cómo lo sabe? – a Sean empezaba a temblarle la voz.
- Porque se lo voy a provocar. – dijo con una amplía sonrisa que dejaba al descubierto todos sus dientes mientras cogía un bisturí que había entre las herramientas.
Sean no podía moverse, el terror le había paralizado. Le ocurría lo mismo cuando su madre sufría alguno de sus ataques. Podría haberse muerto frente a sus ojos y no hubiese sido capaz ni de llamar a su padre.

Con un movimiento demasiado rápido para su avanzada edad, Scott cogió a Mischi por el pescuezo, la puso patas arriba y le cortó el abultado abdomen de un solo tajo. La gata chilló, y de nuevo Sean volvió a pensar que aquel grito parecía más humano que animal. Por suerte para todos, el parto fue rápido. Rápido y sucio. La madera de la mesa había sido engullida por una marea roja que parecía no tener fin. Se movía lenta, viscosa, resbalando por el antebrazo del viejo que depositaba las crías sobre la mesa.
- No te preocupes, siempre sobrevive alguna. – le dijo limpiándose la sangre de las manos en los pantalones.
Los ojos de Sean permanecían pegados al cuerpo inerte de la pobre Mischi.
- Ha sido una buena gata. La disecaré y la pondré junto a su madre. Se lo ha ganado.
Scott parecía apenado
- ¿Por… por qué? – fue lo único que Sean logró decir.
- Porque todos tenemos que hacer lo que tenemos que hacer. Su misión era la de engendrar una nueva vida, la mía es hacer que sufra lo menos posible.
Una de las crías empezó a moverse. Scott la envolvió con cuidado en una manta y tiró las demás a un cubo que había sacado de debajo de la mesa.
- Lo ves, la vida se abre camino a través del dolor. ¿No es preciosa? Mischi… - susurró mientras acariciaba con el dedo la húmeda cabeza de la cría. – Cuántos recuerdos… - Sean seguía sin poder creerse lo que había ocurrido en los últimos minutos. Lo veía todo con la lejana sensación de que aquello no era más que una pesadilla de la que pronto iba a despertar. – Rachel tuvo complicaciones en el parto… - Scott empezó a llorar. – Treinta y seis horas tardó en dar a luz a Bret, treinta y seis horas de un horrible dolor. Sangraba, sangraba mucho y yo no sabía qué más hacer. Recé, recé como nunca antes lo había hecho, incluso deseé que todo aquello parara, que mi hijo muriera y ella se salvara. Pero cuando nació, cuando le cogí en mis brazos ella ya estaba muerta. Una luz se extingue y una nueva se ilumina. La vida es así de sencilla. Pero juré que nunca más permitiría que nadie a quien quisiera pasara por lo mismo que la pobre Rachel.
Sean podía ver el brillo de la locura abrirse camino a través de la oscuridad de aquel sótano. Empezó a correr hacía las escaleras pero tropezó con algo que se ocultaba en la oscuridad. Scott se puso encima de él y apoyó el bisturí en el pecho del joven.
- ¡No…no me mate! Por favor. – suplicó Sean.
- Sólo quiero enseñarte. La vida es una lección constante y quiero saber si esta la has aprendido. Me caes bien muchacho, por eso quiero darte lo que nunca nadie me dio a mi, la oportunidad de mirar al pasado y enmendar mis errores. Dime muchacho, ¿has aprendido la lección?
- Ssssí. – dijo Sean entre llantos y cerrando los ojos convencido de que aquel viejo chiflado iba a destriparle como a la pobre Mischi.
- Bien, muchacho. Bien. – dijo Scott levantándose y regresando junto a la cría que aún se removía intranquila dentro de la manta.
Al verse liberado, Sean corrió hasta el coche y no tardó en dejar Violet Hill atrás. Lo único que quería era volver con su padre.
Estuvo llorando hasta que llegó a su casa, y tardó algunos días en encontrar el camino, pero al ver la preocupación en el rostro de su padre supo que iban a tener una nueva oportunidad para hacer mejor las cosas. Además, después de lo que había visto, le pareció que Rose no podía ser tan mala después de todo.

En el sótano de la casa el viejo Scott empezaba a extraer los órganos de la gata para poder disecarla.
- ¿Qué, cómo dices? … No te preocupes cielo, sólo le he asustado un poco. Tenía que hacerlo para enseñarle. Hay que hacer lo que sea por aquellos a los que uno quiere. ¿No es cierto mi amor?
Scott se levantó de la silla y descorrió la pesada cortina que dividía el sótano dejando al descubierto una gran cama de matrimonio. Tumbada en ella, una mujer descansaba cubierta por una fina sábana de seda blanca.
- Ja ja, no seas tonta, ya verás como algún día me lo agradecerá. – Scott se sentó en la cama junto a la mujer. – La verdad es que me caía bien… Sí, puede que tengas razón, yo también creo que se parecía un poco a Bret.
Scott acarició el cuerpo de la joven pero el relleno de paja y algodón que había usado le daba una textura poco más que desagradable, como la de un espantapájaros. El viejo miró a su mujer a los ojos, unos ojos de cristal que apenas parecían reales y le propinó un beso en los labios.
- Yo también te quiero Rachel. Aunque eso ya lo sabes.

domingo, 8 de junio de 2008

 
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