Bienvenido A Violet Hill

¡Hombre un turista!

La verdad es que no se ven muchos por aquí. Ya sabe esto es un pueblo tranquilo. Ni siquiera salimos en los mapas. Demasiado pequeños... ¡Pues mejor! ¡Que les den a todos!
...

¡Oh no... no! no se vaya todavía. Deberá disculparme. Mi mujer siempre me dice que debería pensar antes de abrir esta bocaza. Supongo que tiene razón.

¿Que cómo ha llegado aquí? ¿Quién sabe? Algunos llegan porque hace tiempo que nos andaban buscando, para otros en cambio es sólo cuestión de suerte.

¡De eso nada! Esta noche se quedará con nosotros. Dentro de poco oscurecerá y no es seguro ir por estas carreteras mal asfaltadas. Insisto.

Bien, si quiere puede ir a dar una vuelta por el pueblo. Dentro de una hora vuelva. Le estaré esperando con una cerveza bien fría y alguna historia que contar. Le aseguro que no se arrepentirá, mi mujer prepara los mejores guisos de la región.

Ya lo verá, lo pasaremos de miedo.

Presentación PECCATUM


Bien amigos, mi primera novela, PECCATUM, ya está a la vuelta de la esquina. Hace unos días me confirmaron la fecha de la presentación. Será el día quince de diciembre en la librería Beltrand, en Rambla Catalunya; Barcelona. Tengo el honor de poder contar con Marius Carol para realizar la presentación y con una infinidad de amigos y conocidos que me arroparan en este día.

No os podeis imaginar como tengo los nervios estos días. Mi nena, como yo la llamo, sale al mundo. Ahora ya no hay nada que hacer, sólo esperar que os guste y querais más (la segunda ya está a punto de corrección). Madre mía, ha sido un parto largo (y doloroso en algunas ocasiones) pero ha valido la pena ¡Vaya si lo ha valido!

un abrazo a todos, y venga ¡otra de cava! que esto hay que celebrarlo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Cómo se hizo... Dos días antes de entrar

Las historias siempre surgen de elementos o situaciones que ocurren en mi día a día. Por lo general nunca prentendo escribir nada en concreto, simplemente surgen, a veces el hilo que las une con mi vida es tan fino que apenas soy capaz de encontrarlo yo mismo. Sin embargo, en este caso, el paralelismo era más que evidente.

Hace un tiempo, mi novia tuvo una pequeña (por llamarlo de algun modo) invsión de cucarachas en su piso. (no fue tan malo como podeis pensar, al menos la tuve viviendo en casa por un par de semanas... si vale, no se tarda tanto en matar cuatro cucas... pero qué quereis que os diga... no se estaba nada mal la verdad jeje)

La cuestión es que uno de esos días, mientras cenábamos, me pregunté por qué no podíamos entrar en el piso en 48H. Cuando se lo pregunté me miró en plan... estás de coña ¿no? Me dijo que era evidente, por los productos que utilizaban... (claro que era evidente pero... ¿y si no fuera por eso?)
Esa es la mentalidad de quienes creamos historias, cogemos algo normal y nos preguntamos qué pasaría si...

Y así surgió esta historia que espero que os haya gustado. A mi, particularmente, el personaje de Bela, me resulta fascinante. me enamoré de la ancianita en cuanto abrió la boca (si, si, en mi cabeza les oigo, qué pasa jeje) y creo que es una personita que va a dar bastante de qué hablar en Violet...

en fin, amigos, eso es todo por ahora.

Un saludo y hasta pronto.

lunes, 31 de agosto de 2009

Dos días antes de entrar. (continuación)

II
La noche anterior la había pasado en casa de Bela. No estuvo mal. Una cena ligera, ensalada y pollo a la plancha de segundo. La aciana había abierto una botella de vino tinto y estuvieron conversando de esto y aquello hasta que la terminaron.
Amy pensaba en aquella agradable noche sentada en una silla del siglo XVII que ella misma había restaurado. Le gustaba esa silla, de hecho era su preferida. El tacto de la caoba pulida siempre lograba relajarla y hacerla olvidar que, un día más, no tenía nada que hacer en la tienda. De vez en cuando vendía algunas pequeñas piezas, pero las grandes ventas se hacían a través de internet. Desde que Dinah se había modernizado creando la web, el negocio empezó a crecer y es que su jefa tenía el don de encontrar buenas piezas en los lugares más insospechados. Aunque la mayoria se encontraba en un estado lamentable. Las compraba baratas y las vendía a un precio desorbitado, pero Amy era muy buena convirtiendo aquellos trozos mal ensamblados y llenos de carcoma en los hermosos muebles que antaño fueron. Así que supuso que el precio de venta estaba más que justificado. Aunque este no estuviera en concordancia con su sueldo. ⎯Si tuvieran que pagarme por horas…⎯ pensó.
Sigue leyendo...
En realidad no tenían porque mantener la tienda abierta al público, no valía la pena, pero Dinah insistia en ello. Cuestión de imagen, decía. Amy nunca llegó a entenderlo. Por lo general solía pasar las horas restaurando alguna pieza pero hacía meses que Dinah no traía nada nuevo.
⎯¿Nada nuevo?⎯ pensó durante unos instantes⎯ ¡Mierda el inventario!⎯ se dijo golpeándose la cabeza⎯ Amy eres una estúpida. Estúpida y olvidadiza.
De pronto recordó la carpeta de cuero rojo sobre la mesa. La había dejado junto a las llaves precisamente para no olvidársela. Y es que esa misma tarde tenían que traer un juego de sillas junto con unos jarrones (no recordaba cuántos) y…
Sabía que había algunas cosas más pero se le escapaba.
⎯Y ahora qué. Necesito ese inventario⎯ pensó⎯ pero Bela dijo que no podía entrar en casa en dos días, y sólo ha pasado uno.
¿Qué podía hacer? Si por cualquier motivo faltaba algo en el lote se la iba a ganar. Dinah era extemadamente protectora con sus pequeños tesoros. Si por algún motivo faltara uno sólo de los jarrones…
⎯¡Dios, por qué narices me lo llevaría a casa! En fin, supongo que habrá que ir a por él. No estaré dentro más de treinta segundos. No creo que vaya a pasarme nada, puedo estar treinta segundos sin respirar.
Amy se dio la vuelta y vio, sobre una de las mesitas victorianas una mascara de papel que utlilizaba cuando había que barnizar algún mueble.
⎯Una pequeña protección extra nunca está de más⎯ se dijo metiéndosela en el bolsillo.
Salió de la tienda colgándo el cartel de cerrado tras de sí y fue dirección a su casa. Por suerte no estaba lejos del trabajo. Subió las escaleras con sumo cuidado de no hacer ruido. Lo último que quería era que Bela supiera lo que iba a hacer. Sin duda se lo impediría.
⎯¡Ningún invenario de mierda es más importante que tu salut!⎯ le diría.
Propablemente tuviera razón, pero Amy no estaría tanto tiempo allí como para correr ningún riesgo.
Pasó frente a la puerta de Bela y pudo escuchar el programa de cotilleos que estaba viendo en la tele. Los gritos de aquella gente traspasaban la puerta retumbando en la escalera como si estuvieran allí mismo.
Amy pensó que ella nunca solía tener la televisión tan alta, aunque fue una suerte, así seguro que no iba a oirla entrar en su piso.

Siguió subiendo hasta el piso de arriba. Se acercó a la puerta y aspiró con fuerza. Nada, ni siquiera el más tímido olor colándose por entre las rendijas. Aún así Amy sacó la máscarilla del bolsillo y se la colocó en la cara.
⎯Mujer precavida vale por dos.
La mascarilla desprendía un ligero olor a barniz. Era un olor familiar y reconfortante, un olor de paz y tranquilidad. Se sintió un poco mejor.
Metió la llave en la cerradura y por un momento se detuvo. Se imaginó el suelo de su piso completamiente cubierto de cucarachs muertas. Tal vez si tenía que sortearlas tardara más de lo previsto en volver a salir. ¿Y si realmente era tan tóxico ese gas? ¿Y si no lograba aguantar la respiración? ¿Y sí…?
⎯¡Basta!⎯ se ordenó mentalmente⎯ Ahora vas a girar esa llave, entrarás en TÚ casa, cogerás el maldito inventario y saldrás de aquí antes que esa cosa se meta en tus pulmones.
Amy giró la llave.
⎯No mires al suelo. Concéntrate en la carpeta.
Abrió la puerta. Nunca la había oído chirriar, sin embargo ahora crujía de una forma exagerada.
⎯Está todo en tu cabeza… en tu cabeza.
Detrás suyo, los contertulios del programa de cotilleos seguían gritando, desesperados, como si les fuera la vida en ello.
Había otra puerta que separaba el descansillo del salón principal y la cocina. Estaba cerrada. Tal vez por eso no hubiese sentido el olor del veneno. Debería acordarse de cerrarla de nuevo al salir.
Iba a abrirla cuando creyó escuchar un ligero crujir, como el de una rama seca partiéndose al caminar sobre ella, aunque no, no era exactamente eso. Había algo húmedo en aquel sonido. Abrió la puerta procurando no hacer ruido. De nuevo aquel crujido.
Los treinta segundos que en principio deberían haber bastado para entrar y salir, se habían esfumado hacía tiempo pero había algo en su apartamento, algo que no era una cucaracha, y Amy necesitaba saber qué era.

Lo primero que vio al abrir la puerta del todo fue la carpeta de cuero rojo sobre la mesa. El crujir dio paso a un rítmico repicar, como si fueran las uñas de un perro sobre el suelo.
Clicliclic.
Algo olfateaba.
Clicliclic.
Buscaba hasta encontrar. Luego una cola asomando por la cocina. Rápida, fugas, y otro crujido, salvo que esta vez no le quedó ninguna duda, la humedad que había percibido estaba allí, tan clara y repulsiva como uno pudiera imaginar.
Dio unos pasos en dirección al salón y a la carpeta. Sabía que era una locura. De alguna forma un perro había logrado colarse en su apartamento y sobrevivir al veneno. Creía recordar que en la cocina tan sólo dejó un pepino fuera de la nevera, así que seguramente el animal estuviera hambriento. Sabía que tenía muchas probabilidades de ser atacada por el can, sin embargo siguió caminando. Lo hacía de puntitas, respirando lo menos posible. Sus ojos estaban clavados en la carpeta mientras sus oídos se concentraban en el sonido proveniente de la cocina. Calculó que si el perro la atacaba tendría tiempo de cruzar la puerta antes de que le alcanzara.
Sabía que no era verdad.
Clicliclic.
Clicliclic.
Sus uñas recorrían nerviosas la cocina, por suerte la carpeta estaba ya muy cerca.
⎯En el verano del amor…⎯ empezó a canturrear en falsete una extraña voz proveniente de su habitación⎯… mi nena me dejó…
Amy dejó escapar un tímido gemido y se maldijo en el acto por ello.
⎯Yo me vi sólo y sin trabajo… ⎯ seguía cantando la voz, pero el perro había detenido su incansable búsqueda.
El corazón de Amy se aceleró hasta límites insospechados. La mascarilla se hinchaba y dehinchaba como si uno de sus pulmones se le hubiera salido por la boca.
Clicliclic.
Las uñas reaparecieron, salvo que esta vez se acercaban hacia ella.
Clicclic…
El anial sacó la cabeza de la cocina y sus miradas se cruzaron.
Amy se equivocaba, puede que tuvieran algún parecido pero si aquello era un perro, era el perro más repugnante que hubiera visto jamás.
El animal no debía medir más de veinte centímetros de alto. Su pelaje era tosco, tan grueso que parecía estar recubierto de espinas grises y marrones por igual. Sus patas eran cortas pero poderosas. Tal vez no pudiera correr muy deprisa pero a juzgar por sus músculos y por las afiladas uñas, pensó que podrían cavar un oyo incluso en medio del asfalto. Aunque sin duda lo más extraño de todo era su morro. Era largo y afilado, más propio de un pájaro que de un perro, eso, claro está, si no hubiera estado recubierto por centenares de pequeños y afilados dientes. Enredado en ellos, algo se removía desesperadamente intentando escapar. A Amy le costó reconocerla al principio, pero pronto vio las largas antenas subiendo y bajando.
El animal ladeó levemente la cabeza y se tragó la cucaracha que llevaba en la boca. Fue entonces cuando Amy se dio cuenta que le faltaba una oreja, en su lugar sólo una protuberancia era testigo que una vez allí había habido algo.
Volvió a ladear la cabeza. Era como si la estuviera examinando, decidiendo qué iba a hacer a continuación.
Amy estaba completamente petrificada, y la voz de la habitación seguía canturreando aquella estupida canción que sin duda iba inventándose sobre la marcha. Intentó dar un paso hacia atrás pero los músculos de las patas del perro se tensaron en cuanto intuyó que iba a moverse. El mensaje estaba claro: si das un solo paso saltaré encima de ti y hundiré mis asquerosos dientes come cucarachas en tu precioso cuello.
⎯Tranquilo⎯ susurró intentando calmar al animal sin llamar la atención del desconocido que seguía con su música.
El animal abrió la boca dejando al descubierto una azulada lengua, fina y viscosa, que se removía como una anguila recién pescada en su interior. Esta salió disparada hacia ella, restallando como lo haría un látigo.
Amy dio un respingo pero consiguió, tapándose la boca con ambas manos, ahogar el grito que subía por su garganta.
⎯¿Cómo va eso Marilyn?⎯ preguntó la voz de la habitació⎯ Hoy te estás poniendo las botas ¿eh?⎯ la voz se río de forma grotesca llamando la atención del animal que giró la cabeza en dirección a la habitación.
Amy no lo pensó demasiado. En cuanto el animal desvió la mirada ella dio media vuelta y empezó a correr hacia la puerta.
⎯Con un poco de suerte…⎯ pensó.
Pero Marilyn la vio por el rabillo del ojo. Sus patas se tensaron, y los músculos del cuello se marcaron notabemente a pesar del grueso pelaje, cuando lanzó lo más parecido a un gruñido que aquella cosa podía producir.
A Amy las piernas empezaron a dolerle, más por el miedo que por el esfuerzo, y el maldito pasillo parecía interminable, casi como si fuera agrandándose a medida que avanzaba. Todo a su alrededor quedaba distorsionado, empañado por el sonido de aquel gruñido.
Cliclicliclic
El animal empezó a correr hacia ella. Su lengua restallaba aquí y allá, cada vez más cerca, cada vez con más fuerza. Amy sabía que si aquella cosa le tocaba, aunque sólo fuera rozándola, se caería del asco. Sus músculos se agarrotarían y terminaría dándose de bruces en el suelo mientras aquel bicho jugueteaba a su antojo con ella.
⎯¿Marilyn?⎯ la voz de la habitación sonó más aguda si cabe⎯ ¿Marilyn, qué ocurre cielo?
Amy estaba a punto de llegar a la puerta que separaba la entrada del salón cuando el hombre salió de la habitación.
Era alto, tanto que tuvo que encorvarse ligeramente para no golpearse con el marco de la puerta, y era grueso. La camiseta de tirantes que llevaba apenas lograba retener la masa grasienta que rodeaba su esqueleto. En el piso hacía calor, así que se había quitado los pantalones. Sus calzoncillos no dejaban mucho a la imaginación y sufrían tanto como su compañera. Sus grandes piernas estaban cubiertas de pelo negro. No llegaba a ser tan grueso como el pelaje del animal pero poco le faltaba. Sin embargo era el único lugar de su cuerpo que tenía pelo. Nada en los brazos ni en la cabeza. Una de sus grandes manos sostenía sobre sa nariz una de las bragas de Amy que había encontrado en el suelo.
El hombre salió de la habitación con semblante divertido, aunque pronto se borró al ver a una mujer intentando cerrar la puerta de cristal mientras Marilyn se abalanzaba sobre ella.
⎯¡Marilyn no! ¡Quieta!⎯ gritó arrojando las bragas a un lado y corriendo hacia ellas.
Amy no logró cerrar la puerta. Cuando vio al animal saltar sobre ella trastabilleó y se cayó de espaldas golpeándose la cabeza.
Durante unos segundos todo daba vueltas. Un amasijo de colores confusos que no le decían nada. Era como estar fuera de su propio cuerpo. Notaba que tiraban de ella de forma violenta, pero nada más. No había dolor, no había miedo, sólo una gran y brumosa opacidad.
El animal sobre ella, cebándose con su mano, el hombre de la camiseta de tirantes cogiéndo a Marilyn por el estómago y tirando de ella.
¬⎯¡Suelta!⎯ dijo aquella voz⎯ ¡Suelta!⎯ repitió.
Marilyn se soltó y al hacerlo la sangre salió a borbotones. Su rojizo color fue lo que devolvió a Amy a la realidad, con la misma brutalidad que una lancha que echara el ancla cuando iba a máxima velocidad. El mundo se detuvo unos segundos antes de explotar por completo.
Su mano quemaba, ardía como si la tuviera metida en el horno. La alzó frente a sus ojos y con un grito contempló la sangre manando con abundancia de dónde antes había habido un dedo índice y un anular. El muñón la escupía a intervalos irregulares como un viejo que tosiera y escupiera las flemas en el suelo.
⎯¡Mala Marilyn! ¡Mala!⎯ escuchó que decía el hombre.
Amy se desmayó.

III
⎯¿Cómo te encuentras querida?⎯ dijo una voz que reconoció.
Era Bela quien le hablaba sentada al lado de la cama. Amy abrió los ojos y miró a su alrededor. Seguía aturdida por los calmantes y su estómago parecía estar del revés. Debió esforzarse por no vomitar.
⎯Estás en el hospital⎯ continuó la anciana de la forma más natural posible.
⎯¿Qué…?⎯ tenía la boca seca⎯ ¿Qué ha pasado?⎯ dijo.
Amy intentó incorporarse y al hacerlo se apoyó en la mano herida que rápidamente respondió a su pregunta.
Como si de una adicta al LSD se tratara, el dolor inundó su cabeza con imágenes. Demasiado veloces, demasiado brumosas como para comprenderlas más allá de lo más básico. Lo único contundente en ellas era la sangre brotando de sus desaparecidos dedos.
⎯Amy…⎯ dijo Bela. Su voz sonaba triste, y arrastraba cada letra como si le costase pronunciarlas⎯ ¿Por qué lo hiciste? Te dije que no debías entrar…⎯Bela dejó la frase en el aire.
⎯Yo… no recuerdo⎯ dijo Amy con la mirada clavada en las vendas que empezaban a macharse de sangre de nuevo.
⎯El veneno… ⎯Bela suspiró como si aquello lo hiciera todo más fácil. No lo hacía⎯ Estuviste alucinando⎯ volvió a detenerse de nuevo⎯ A saber qué pasó por tu cabeza para hacerte eso⎯ dijo señalando su mano.
⎯Los he…⎯ empezó a decir Amy con lágrimas en los ojos.
Bela asintió con la cabeza.
⎯Estaban tan dañados que no pudieron reimplantártelos.
Amy estalló en llanto.
IV

Un mes más tarde el escozor en la mano seguía allí. Dolor fantasma le llamaban. En el hospital se dijeron que tardaría en desaparecer. El doctor le dijo que muchos sentían dolor, ella sólo sentía un pocor que no podía aliviarse. Así que supuso que era afortunada.
Miraba la cocina como si ya no fuese suya. De hecho nada en aquel apartamento habia vuelto a parecerle lo mismo después de aquello. Era como si ya no le perteneciera, como si no tuviera derecho a estar allí. Supuso que era otra variante del dolor fantasma.
Se plantó frente al refrigerador. Por un instante creyó sentir un ligero Clicliclic proveniente de su interior. El doctor también le había advertido sobre aquello. Podía experimentar cierto tipo de alucinaciones, reflejos derivados de la intoxicación. Ya había pasado bastante tiempo, pero seguía escuchándolos de vez en cuando. Aunque cada vez eran menos frecuentes.
Abrió la nevera, descorchó la botella de vino que tenía a medias y recordó las palabras de Bela.
Si te apetece una cerveza a las nueve de la mañana por qué no vas a tomártela.
Parecían tan lejanas… y nunca como en ese momento se le antojaron tan ciertas.
A Amy no le gustaba la cerveza, pero no rechazaba facilmente un buen Cabernet.
Cogió el corcho con la mano derecha. Para cuando quiso darse cuenta que los dedos ya no estaban allí, este ya estaba rodando bajo la nevera.
⎯¡Mierda!⎯ gritó enfurecida mirándose los muñones⎯ En fin… Supongo que aún te llevará un tiempo⎯ se dijo.
Lo último que Amy quería era que el vino se estropeara por su torpeza, así que movió un poco la nevera hacia un lado. Cuando se agachó para recoger el corcho vio que descansaba junto a algo que no había visto antes y que sin embargo la llamaba poderosamente. Lo recogió. Parecía un cabello, sólo que más largo y grueso de lo que uno podría esperar. Su tacto era áspero y desprendía un fuerte olor a podrido, como si hubiera recorrido media ciudad viajando por las cloacas.
⎯Pero qué diablos…

viernes, 28 de agosto de 2009

Dos días antes de entrar.

I

Gravity, it’s working against me. And Gravity wants to break me down…John Mayer cantaba en la radio. El despertador marcaba las 8.30 de la mañana de un lunes y los ojos de Amy no querían abrirse
Gravity stay a hell from me…
Sus párpados parecían estar pegados, como si llevaran cerrados toda una vida. Su cuerpo, sin embargo, ya había empezado a moverse. Se deshizo de la sábana de un fuerte tirón cuando los suaves acordes de blues dieron paso a la pegadiza guitarra de Keith richard en satisfaction.
⎯¿Cuánto hacía que no escuchaba esa canción? ⎯Se preguntó Amy subiendo el volúmen de la radio⎯ ¿Seis, siete años?
Sigue leyendo...
Entró en la ducha.
El agua cayó fria al principio, obligándola a abrir los ojos de par en par, pero pronto empezó a salir caliente y el vaho la envolvió por completo. Se sentía a gusto allí. El último reducto que podía seguir perteneciéndole. Diez minutos más tarde ya estaría de camino a la tienda dónde se pasaría el día reordenando el almacén porque no había clientes que atender.
¿A quién se le ocure montar una tienda de antiguedades en un pueblo como aquel? A ella desde lugo no, pero Dinah Mcdonald, su jefa, la mantenía abierta de todos modos. Lo que ara Amy era una suerte, al menos tenía un sueldo con el que pagar el agua que ahora la despertaba.
Cerró el grifo y salió de la ducha. Su cuerpo desnudo se tensó al sentir el frío, como si todas las ventanas del apartamente estuvieran abiertas de par en par en una fría noche de invierno. Pero no era de noche, y desde luego tampoco era invierno. En realidad hacía una temepratura de lo más agradable, pero nunca le habían gustado los contrastes.
Amy era de esas personas que aprecian la monotonia y la atesoran como uno de sus mayores tesoros. Un mundo ordenado y una vida tranquila solía decir.
⎯Buenos días a todos queridos oyentes…⎯ dijo el locutor de la radio.
⎯Buenos días Frank⎯ le respondió Amy. En realidad el hombre se llam
aba Petter, aunque, y sin saber muy bien por qué, siempre habia sido Frank para ella.
⎯… como no quiero que os durmais de camino al trabajo qué os parece algo de George Benson para animar esas largas caravanas. Esta va dedicada a Marlene… Ella ya sabe por qué⎯ añadió con tono picaron.
A Amy, Frank siempre le había parecido el hombre más enérgico del planeta. A saber cuántas horas llevaba ya en pie y las que le quedaban aún por delante. Pero al menos tenía un trabajo divertido. Se dijo que pinchar la música que a uno le gusta es mucho mejor que pasarse el día trasladando muebles y quitando una y otra vez el polvo que se acumulaba por todos los rincones del almacén.
Se secó y, con el pelo aún mojado, puso a calentar un cazo con agua. Le gustaba tomarse una taza de té antes de salir de casa. Para ella, aquella constumbre, había acabado adquirie
ndo todo el sentido de un ritual. Frutos rojos, siempre frutos rojos, comprados en la herbolistería de la Sra. Brown Era algo más caro que comprarlo en bolsitas, pero a ella le gustaba abrir la caja, remover las hojas secas con la cuchara y dejar que su aroma subiera en espiral hasta colarse por su nariz.
Amy abrió el armario dónde guardaba los filtros. Cogió la caja y sacó uno. Cuando iba a guardarla de nuevo, creyó ver algo, un fugaz destello negro, escondiéndose tras los cereales. Fue sólo un segundo, una sombra, pero bastó para que diera un respingo. Cerró de un portazo el armario y se quedó mirándolo. Estaba tan tensa que el filtro había desaparecido en el interior de su puño cerrado. Permaneció así durante más de un minuto, aunque a ella le pareció mucho más. Temía que si apartaba la mirada, el armario se abririera de golpe para que, fuera lo que fuera lo que había visto, pudiera saltar sobre ella. Su cuerpo desnudo empezaba a s
udar en abundancia y, a pesar que intentaba controlarla, su respiración era acelerada.
El agua empezó a hervir de forma violenta hasta salirse del cazo. Aquello la sacó por un in
stante de su estupor. Sus ojos se desplazaban rapidamente del cazo al armario y vicerversa. Su rodilla derecha tembló ligeramente cuando se obligó a acercarse a la cocina. Cada paso que la acercaba al armario era una tortura. El sudor resbalaba ya por su nuca recorriéndole la espalda. Picaba.
Se detuvo al creer escuchar un extraño sonido tras la portezuela, pero se ahogó tras el chapoteo del agua hirviendo. Amy respiró hondo tres veces y apagó el gas con un rápido movimiento. Tres gotas de agua que saltaron del cazo le quemaron la mano, pero estaba tan tensa que ni siquiera se dio cuenta.
Empezó a alejarse tímidamente de allí. Un paso detrás de otro. Sus pies descalzos se arastraban por el suelo cuando algo le rozó el talón. Amy se quedó paralizada.
Bajó la vista y la vio correteando por entre sus pies Era una cucaracha, pero no de esas pequeñas como las que solía encontrar de vez en cuando al mover algún mueble en el almacén. Con el tiempo había llegado a acostumbrarse a ellas, como si hubieran llegado a un acuerdo tácito entre ellas. Ellas se salvaban de morir aplastadas por la bota de Chuck, el hombre que regentaba la ferretería de al lado, y a cambio procuraban no cruzarse en su camino.

Pero lo que en esos momentos correteaba tranquilamente frente a sus ojos no era para nada como aquellas. Su tamaño debía ser tres o cuatro veces superior, (aunque para Amy la diferencia era incluso mayor) y su cuerpo estaba recubierto de un negro brillante que despedía tímidos destellos al moverse. Sus antenas eran completamente desproporcionadas, largas y delgadas, se movían de aquí para allá con frenesí, tanto que parecía que fueran a partirse en cualquier momento.
La cucaracha siguió corriendo hasta esconderse bajo la nevera.
Amy, no sé dio cuenta que había dejado de respirar hasta que tomó una profunda bocanada de aire cuando el animal desapareció. Su cuerpo empezó a vibrar ligeramente. Una molesta picazón le subió por las piernas adueñándose de cada centímetro de su piel hasta convertirse en un picor insoportable. Uno que no desaparecía por mucho que se rascase, como si un centenar de esas cosas la cosquillearan con sus diminutas patas,
enredándose en su pelo. Quién sabe, tal vez incluso anidando en él.
Tal pensamiento logró sacar a Amy de su estupor que, restregándose el cuerpo y la cabeza con ambas manos, se metió en la habitación, abrió el armario, cogió lo primero que encontró y se vistió lo más deprisa que pudo.
Lo único que en esos momentos importaba era salir de alli cuanto antes.
Una vez vestida cruzó la cocina dándo saltos hasta salir del piso. Estaba ya cerrado la puerta cuando recordó que las llaves seguían en la mesita dónde solía dejarlas. Durante unos segundos titubeó; entraba a cogerlas o no… Hasta que aquella cosa volvió a aparecer de debajo del refrigerador, y lo que aún era peor, otra compañera suya descendía de la pared para ir a encontrarse con ella.
Por alguna extraña razón la visión de aquellos insectos se le hizo mucho más aterradora desde la distáncia y es que les veía deambular tranquilamente por el piso como si est
e fuera su nido y ella sólo una visitante indeseada.
Y así debía ser de algún modo pues era ella la que se marchaba.
Amy cerró la puerta y bajó las escaleras de dos en dos.
⎯La Sra. Bissé tiene un juego de llaves por si pasaba algo⎯ pensó.
Bela Bissé era su vecina del piso de abajo. Llamó a su timbre con el corazón aún acelerado.
⎯Síííí…⎯ la oyó preguntar desde el otro lado de la puerta.
Bela era una anciana uraña y antipática hasta los extremos con casi todo el mundo pero, por alguna extraña razón, se comportaba con Amy como lo haría una dulce abuela con su nieta. Bela nunca hubiera abierto la puerta de no saber que era ella la que estaba al otro lado, y lo sabía porque nadie más en Violet Hill tendría nigún motivo para estar allí. Y de tenerlo ella no estaría interesada en conocerlo.
⎯Hola querida⎯ dijo en tomo amable. Su voz se había ido haciendo más aguda con el paso de los años, aunque para la mayoría aquel hecho no la hacía menos intimidatoría, más bien todo lo contrario. Al hablar, las carnes que colgaban bajo su mentón bailoteaban de forma hipnótica. Tenía el pelo muy largo y liso pero se ondulaba a medida que se acercaba a las puntas mal cortadas. Hacía años que, tras discutirse con la peluquera, había decidido que podía cort
arse el pelo ella misma, en su propia casa y sin tener que soportar sus impertinencias. Su cabellera era de un blanco perfecto, ni un solo de sus cabellos destacaba por encima de los demás formando, lo que a Amy siempre le había parecido, un hermoso velo de seda blanca.
⎯Hola Sra Bissé…⎯ dijo Amy con la respiración entrecortada.
⎯¡Oh, Amy!⎯ la interrumpió ella con un amigable reproche y haciendo caso omiso del estado en que su visita se encontraba⎯ ¿Cuántas veces te he dicho que me llames Bela?
⎯Yo es que…⎯ Amy aún seguía alterada y se dio cuenta que le costaba hilvanar sus pensamientos.
⎯¡Da!⎯ dijo alzando el dedo. Era su forma de decir que el tema estaba zanjado. Bela se dio la vuelta y regresó al interior de su apartamento invitándola a que la siguiera⎯ Me apetece una cerveza ¿Quieres una?

⎯¿Cerveza?⎯ respondió ella con asombro. Demasiado para su gusto.
Bela sacó una lata de la nevera, la abrió y se dio la vuelta hacia ella.
⎯Querida, cuando una llega a mi edad descubre que poco le importa lo que los demás pueden pensar⎯ Amy se sintió cupable por haberla juzgado y supuso que en el fondo tampoco era que le estuviese ofrenciendo un pico de heroína⎯ ¡Al carajo!⎯ gritó Bela mirando hacia la ventana y el mundo exterior⎯ si te apetece una cerveza a las nueve de la mañana por qué no vas a tomártela⎯ dijo dando un largo y ruidoso sorbo. Este hecho, que de haberlo realizado cualquier otra persona de su edad hubiera parecido cuan menos extraño, se antojaba de lo más natural en ella⎯ Bueno querida, ¿qué quieres?⎯ así era ella, directa como una bala volando hacia tu cabeza. A Amy le gustaba.
⎯Cucarachas⎯ dijo esgrimiendo una leve mueca al recordar al insecto⎯ del tamaño de una iglesia.
⎯¿No llegan a catedrales?⎯ respondio Bela con su peculiar sentido del humor.
⎯No, aún no.
Amy sonrió y su nerviosismo se desvaneció entre los pliegues de sus labios. Bela volvió a dar un largo sorbo de la lata. La sonrisa de Amy se convirtió en risa.

⎯ Bela, eres increible⎯ le dijo.
⎯Lo sé querida, lo sé⎯ le respodió esta guiñándole el ojo⎯ Ahora en serio, lo mejor que puedes hacer con esas pequeñas⎯ Bela vio en los ojos de Amy que estaba a punto de corrgerila⎯ O no tan pequeñas…⎯ volvió a beber⎯ debes llamar a un fumigador cuánto antes porque como empiecen a criar…⎯ Amy asintió con la cabeza. Sabía que Bela ya lo tenía todo previsto, era una mujer de acción y conservaba la mente agil, así que puso el piloto automático y se dejó llevar⎯ El primo del hermano de la panadera tiene una empresa de fumigación… Nos conocemos desde hace años. Te tratará bien⎯ Amy volvió a asentir mientras Bela cogía el teléfono y empezaba a marcar. Amy pensó que debía tener una memoria prodigiosa si era capaz de recordar el número del primo del hermano de la panadera. Lo recordaba⎯¿Greg, eres tu?⎯ preguntó. Un breve silencio.⎯ ¡Claro que soy yo! ¿Quién sino?⎯ al otro lado del teléfono, Greg había empezado a hablar sin parar mientras Bela miraba a Amy cruzando los ojos en una extraña mueca que
la divirtió. Ya apenas alcanzaba a recordar el picazón que poco antes había sentido por todo el cuerpo, ni la sensación de ser echada de su propio piso, ahora sólo estaba aquella encantadora viejecita y sus muecas⎯ ¡Da! ¡Dadada! Greg, no me importa… No… me… im… por…ta⎯ el teléfono enmudeció y es que Bela podía ser muy tajante cuando se lo proponía⎯ Bien, ahora escucha. Tengo una amiga Amy Johnson con un problemilla de los que a ti te gustan… Sí exacto, y de las gordas. ¡No Greg! ¡Cállate! Ni lo sé ni me importa, así que no empieces otra vez⎯ Bela parecía realmente furiosa con él. Amy empezó a sentirse incómoda⎯ Bien me da igual si tienes trabajo o no, quiero que vengas esta misma mañana y te encargues del asunto. … Sí, en mi edificio… el piso de arriba…⎯ y colgó. Ni siquiera un gracias Greg o un siento la premura. Nada⎯ Bien querida, todo solucionado. Estará aquí en una hora. Yo misma le abriré, así tu puedes ir a la tienda. Lo último que quiero es que esa vieja arpía que tienes por jefa te eche la bronca por algo como esto.
⎯Muchas gracias Bela.
⎯No tienes por qué dármelas cielo, eres lo único que vale la pena en este maldito pueblo⎯ sus ojos se enfriaron de repente y Amy pensó que en realidad era una mujer extremadamente solitaria. Pensó que debería visitarla más a menudo de lo que lo había estado haciendo que era casi nunca⎯ Sólo recuerda que no puedes entrar en tu piso en un par de días. Por el veneno.⎯ Bela se terminó la cerveza⎯ Supongo que una muchacha tan guapa como tu tiene dónde pasar la noche, pero si no es así, aquí tienes una cama y cerveza fría.
⎯Gracias Bela, te llamó luego desde el trabajo y te digo algo⎯ Amy miró el reloj; marcaba las nueve y media⎯ ¡Dios mío, que tarde!
⎯Tu no te preocupes de nada. Sólo acuerdate de no entrar en el piso en los póximos dos días y yo me encargo del resto.
⎯Gracias ⎯ volvió a decir dándole dos besos.
⎯De nada cielo⎯ se quedaron unos segundos en silencio. Ambas tenían cosas que decir pero ninguna se movió⎯ ¡Anda corre, que llegarás tarde!⎯ la espetó finamente Bela.
Amy sonrio de nuevo.

El libro está a punto de llegar...


Jack Norton tenía lo que muchos hombres soñaban poseer: una considerable fortuna, un deportivo en el garaje y las más hermosas mujeres siempre que lo deseara. Sin embargo no era feliz.
Sin familia, sin verdaderos amigos, sin amor. De haber tenido a alguien en esa fatídica noche todo hubiera sido diferente, pero no fue así, estaba solo.
Una casa vacía, la casa de sus padres, una botella de bourbon y un arma. Esa era su única compañía en la hora en que su vida cambiaría para siempre.
Tres semanas después, tres semanas atrapado por el oscuro sueño del coma, Jack despierta y todo sigue igual. Aunque eso no es del todo cierto. Ya no está solo, su vecina, Megan, la mujer que le ha salvado la vida, está con él en el hospital. Pero hay más, algo se ha movido, algo no está bien. Nadie más parece darse cuenta de ello, pero él sí, él puede verlo. Un ente oscuro que espera ansioso el momento de darse a conocer, el momento de reclamar sus almas.


He aquí la sinopsis de mi primera novela que saldrá a la venta próximamente gracias a la confianza que la editorial Sombra ha puesto en mi.

Dentro de poco subiré las primeras páginas de la novela para que os hagais una idea de cómo es. Por el momento os dejo con la intriga je je.

domingo, 14 de junio de 2009

Si dos mundos se unieran en uno

Si sólo tu pudieras verlo

¿Qué sería de tu cordura?

martes, 2 de junio de 2009

Cuando tus seres queridos te han ABANDONADO


Cuando todo lo que AMASTE ha quedado atrás

Cuando ya no queda NADA

Sólo puedes RENDIRTE o seguir LUCHANDO

martes, 26 de mayo de 2009

Quédate esta noche

A esas horas la calle estaba completamente vacía. Nadie quería tener que enfrentarse al frío de la noche y mucho menos cuando el viento parecía lanzar pequeños dardos que se te clavaban en la cara. Pero aquello no le importaba a Ross Heffner, aquella noche había hecho el amor con su novia como si hubiera sido la primera vez. Hacía tiempo que Ross no encontraba esa conexión con alguien y apenas podía borrar la estúpida sonrisa del enamorado de su rostro.
En su mente aún resonaban las suaves notas del piano de Oscar Peterson mientras los jadeos de su amante le hacían volar como nunca antes lo habían hecho.


Sigue leyendo...




Ross había estado con algunas chicas a lo largo de sus cuarenta años de vida, unas más expertas que otras, pero nunca había encontrado a ninguna como Faith. Ella había sido la única capaz de arrancarle un grito de placer mientras estaba entre sus brazos. Sí, era buena en la cama, pero no era sólo por eso, era algo que veía en su mirada, algo que sintió mientras, abrazados, le acariciaba lentamente el pelo. Había algo mágico en sus palabras cuando le pidió que se quedara con ella esa noche. Ross, se moría de ganas por hacerlo, fuera hacía frío y allí, junto a ella, estaba tan a gusto… pero no podía, tenía que volver a su casa antes de que amaneciera.

Acababa de salir a la calle y ya tenía ganas de volver a verla. La lejana voz de la tentación le musitaba al oído que podía regresar, sólo tenía que dar media vuelta, llamar al timbre y ella le abriría la puerta de su piso y le haría un hueco entre sus sábanas. Tal vez volverían a hacer el amor para luego quedarse dormidos uno en brazos del otro. Casi podía sentir el calor de su cuerpo junto al suyo. Aspiró con fuerza y el olor aún fresco de su sexo por poco hace que se dejara llevar por el deseo. Pero no lo hizo. Nunca le habían gustado los coches. El hecho de que su madre fuera atropellado por uno probablemente tenía mucho que ver. Así que fue caminando.
No estaba a más de veinte minutos, pero aún así tenía que darse prisa, el sol ya no podía tardar mucho en despertar, y para cuando eso ocurriese debía estar preparado.

Cuando se encontraba a medio camino de su casa el móvil emitió un ligero quejido, sólo uno, pero bastó para que su mente volviera a volar una vez más. “Ya te hecho de menos” leyó, y de nuevo las ganas de dar media vuelta casi se apoderaron de su mente. Pero Ross era un luchador, siempre lo había sido y también se consideraba un hombre responsable, y como hombre tení
a ciertos asuntos que atender, ciertas obligaciones que le eran ineludibles. «Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer» solía decirle su madre.
—Sí madre—dijo Ross en voz alta hablándole al vacio y esbozando una forzada sonrisa que le otorgaba un aire demasiado triste para alguien que acababa de pasar la que sin duda había sido, la mejor noche de su vida.

Ni siquiera contestó el mensaje, tenía miedo que si lo hacía ella le contestase de nuevo y si eso ocurría Ross se vería empujado con demasiada fuerza a volver junto a ella. En vez de eso lo que hizo fue acelerar un poco más el paso hasta que sintió las piernas duras como rocas por el esfuerzo.

Entró en casa desabrochándose uno a uno los botones de la camisa. Iba contándolos en voz baja a medida que lo hacía, con una calma que contrarrestaba con la premura de sus pasos. La camisa cayó sobre el suelo emitiendo un sordo quejido que sólo Ross pudo oír. Después le tocó el turno a los zapatos que fueron arrojados a un lado de la habitación haciendo que uno fuera a para debajo de la mesa del comedor. Los pantalones, los calzoncillos y finalmente los calcetines. Toda su ropa reposaba esparcida por el suelo y una silla le esperaba frente a una ventana abie
rta de par en par.
Ross se sentó y esperó. Hacía frío, podía sentir como los pezones se le ponían duros mientras los testículos se le encogían, pero no más que cualquier otra noche. Hacía años que mantenía el mismo ritual, largos años en los que no había fallado ni una sola vez. El precio a pagar por
su irresponsabilidad era algo que no podía permitirse y menos ahora que Faith había entrado en su vida.

Desnudo, Ross esperó que el astro sol mostrara una mañana más su rostro y calentase su cuerpo otorgándole parte de su energía. Y como cada mañana Ross recordó a su madre y lloró. Se tapó los ojos con las manos para que nadie pudiera ver sus lágrimas. No le importaba lo más mínimo que los vecinos pudieran verle desnudo haciendo su ritual diario, pero no podía soportar la idea de que le tomaran por alguien débil. No, Ross podía parecer un loco, pero de ninguna manera iba a dejar que le tacharan de nenaza.

Y así permaneció una larga hora hasta que el sol surgió de entre los edificios que le rodeaban. Un nuevo día había nacido y el calor de la esperanza se llevó consigo todo el dolor que tor
turaba su alma. Orgulloso por haberse mostrado fuerte en su cometido se vistió y se metió en la cama. Aún le quedaban un par de horas hasta que el despertador le obligase a ir a trabajar, pero iban a ser dos horas que pasaría soñando con su amada. Ross se metió en la cama con la esperanza de volver a revivir todas y cada una de las caricias que Faith le había regalado esa misma noche, pero no fue así. Su sueño fue intranquilo, invadido por lejanas voces que parecían gritarle desde la oscuridad. «¡Sé un hombre! ¡Deja ya de llorar ¡ ¡Sé un hombre!» Sin embargo cuando despertó las voces ya no estaban allí, ni siquiera su recuerdo había sobrevivido al sueño. Nada, sólo un ligero dolor en la nuca y la ilusión de saber que esa noche volvería a ver a Faith.

II



Eran las nueve de la tarde cuando llamó al timbre. Al otro extremo del aparato una voz juguetona le invitó a subir. Ross sabía que esa noche Faith no quería perder el tiempo, lo notó en su voz, sabía que en cuanto abriese la puerta ambos harían el amor y que después, si les quedaban fuerzas, tal vez cenasen algo.

Mientras subía las escaleras sintió un suave cosquilleo en el estómago. Estaba nervioso, no sabía por qué, pero lo estaba. Su corazón se aceleró a medida que se acercaba a la puerta. Parecía un chiquillo que acudiendo a su primera cita. Se sentía algo extraño pero sin duda era una sensación que le gustaba, como si hubiese vuelto a engancharse a una vieja droga que hacía siglos que no tomaba. El síndrome de abstinencia pareció fortalecerse cuando llamó a la puerta. Pequeñas perlas de sudor empezaron a recorrer su frente, las manos se le removían inquietas sin saber qué hacer y empezó a notar que su miembro se erguía lentamente. Ni siquiera la había visto y ya podía sentir sus labios recorriendo su piel, mordiéndole con fuerza la oreja. Creía que no podía haber nada mejor, que su imaginación había creado un ser difícilmente igualable, y por un instante tuvo miedo de que Faith no pudiese estar a la altura de sus expectativas esta vez. Por suerte no fue así.
La puerta se abrió y Ross descubrió el voluptuoso cuerpo de su amada arropado solamente p
or los delicados encajes de su conjunto de ropa interior. Fue entonces cuando su fantasía se evaporó para dejar que todos sus sentidos se centraran en lo que tenía delante.
Ni siquiera se saludaron. Ella, con la mirada clavada en su ojos, se acercó lentamente hacía él y le besó con fuerza en los labios. Ninguno de los dos habló, temerosos de romper la magia de aquel momento, hicieron el amor en silencio, comunicándose a través de la respiración, del tacto, del gusto. Cinco sentidos destinados a amar, y se dijeron más aquella noche que en las largas horas de conversación que habían mantenido hasta la fecha. Al terminar ambos siguieron en silencio intentando entrar en el mundo del otro con la mirada, intentando convertir dos almas en una sola.
—Quédate esta noche, quédate a dormir—dijo ella rompiendo el silencio. Y sus palabras
resonaron en la habitación con una fuerza abrumadora.
—Sabes que no puedo—respondió él con pesar.
—Hace ya tiempo que salimos y nunca te has quedado a dormir—su mirada era inquisitiva, era una mirada que se preguntaba una infinidad de cosas, una mirada mezcla de recelo y temor—¿Es que no me quieres?—preguntó al fin.

—Sabes que no es eso, es sólo que…
—¡Qué, qué es sino!
Ross guardó silencio, no quería mentirle, pero tampoco podía contarle la verdad. Estaba seguro que si lo hacía lo que estaban construyendo se marchitaría. Ella le abandonaría sin dudarlo ni un segundo. Lo sabía, le había pasado antes, pero esta vez era diferente, Faith era demasiado importante, no quería perderla, no podía perderla.
—Es que no… no puedo, lo siento—dijo apartando la mirada.
—¡Como quieras!—se dio la vuelta y se quedó en silencio.
Ross sintió que la estaba perdiendo, en ese mismo instante, con el sabor de su aliento aún
en su boca, supo que si no le contaba la verdad no volvería a verla. No sabía qué podía hacer, sólo le había contado su secreto a una persona y no había sido precisamente un éxito. Aún podía oír como se reía de él, haciéndole sentir como un loco, y no era un loco, era un hombre que luchaba por salvar a sus seres queridos, un hombre que había renunciado a muchas cosas por hacer lo que tenía que hacer.
Faith seguía en silencio y la habitación empezaba hacerse incómodamente pequeña. Sólo le quedaba una cosa por hacer. No esperaba que lo entendiera, sólo rezaba para que no se riera demasiado.
—No es que no quiera quedarme, ojalá pudiera pero… tengo que estar en casa antes de que
amanezca—Faith se dio la vuelta y se quedó mirándole mientras su silencio le invitaba a seguir—Tengo que estar antes del amanecer o pasará algo terrible—Ella seguía mirándole. De momento no se estaba riendo pero tampoco parecía que fuera a contentarse con esa explicación. Quería la verdad, toda la verdad—¡Oh, a la mierda! Si no estoy en mi casa antes de que salga el sol alguien morirá.
Faith no dijo nada, siguió mirándole, escudriñando su rostro, hasta que rompió a reír.
—Joder Ross, por poco me lo trago—dijo—Vamos en serio, estás casado ¿no?—concluyó borrando la sonrisa de su rostro.
—Sabía que esto iba a pasar, sabía que no lo entenderías—se levantó y empezó a vesti
rse— Será mejor que me vaya, no me queda mucho tiempo.
—¡Espera! Espera por favor—Ross la miró con tristeza, como si no tuviese que volv
er a verla—Lo dices en serio ¿verdad?—él asintió con un ligero golpe de cabeza—¿De verdad crees que si no estás en tu casa cuando salga el sol alguien morirá?
—Sé que parece una locura pero… Si no quieres volver a verme lo entenderé.
—¿Cómo puedes decir algo así? Ross, te quiero, es sólo que… bueno, no es algo que puedas s
oltar y esperar que lo asuma como lo más normal del mundo.
—Entiendo que no me creas.
—No es que no te crea pero…
—Hace ya veinte años que lo hago. Media vida…—sus palabras se tiñeron de melancolía y después de una pausa añadió⎯ Yo Tenía veinte años cuando mi madre murió
— Yo… no lo sabía—dijo cogiéndole la mano.
—No es algo que me guste ir contando por allí. La noche que murió tuve un sueño. Podía haberla salvado ¿sabes? Y lo único que tenía que hacer era sentarme a mirar el amanecer. Podía haberla salvado y yo… No quiero que vuelva a pasar.

—Si quieres puedes ver amanecer desde aquí. ¡Podemos verlo juntos!
—¡Es que no le entiendes! ¡Tiene que ser en mi casa, tengo que entrar desabrochándome la camisa, tengo que contar los botones uno a uno, y una vez desnudo tengo que sentarme y esperar! Yo… tengo que irme ya—dijo suplicante.
—Cielo no pasará nada malo.
—¡Y tú cómo lo sabes! Dime ¿cómo lo sabes?
—Porque no lo permitiré.
—No puedo yo… —sus ojos empezaron a brillar hasta que soltaron una sola lágrima.
—Schhhh—susurró ella abrazándole—Sólo túmbate a mi lado. No va a pasar nada, te lo prometo.
Y Ross sucumbió al fin al deseo. No pudo evitarlo, su tacto era demasiado suave, su voz demasiado insinuante. Las ganas de estar con ella lo arrasaron todo anteponiéndose a sus miedos. Se tumbó y no tardó en quedarse dormido acunado por las dulces caricias del amor.




III


Cuando Ross despertó el sol ya iluminaba con fuerza el mundo. Sus rayos entraban a través de una pequeña apertura en las cortinas rompiendo la oscuridad de la habitación. Al darse cuenta de lo que había hecho sintió cómo el corazón se aceleraba en su interior. «¡Qué he hecho, cómo he podido ser tan débil!» Miró a Faith temeroso de que le hubiese pasado algo, pero dormí
a placidamente. Estuvo tentado de despertarla pero parecía estar tan a gusto que prefirió dejarla dormir. Veía su fina melena rubia, el contorno de su espalda desnuda y tuvo que refrenar un fuerte impulso de abrazarla, de besarla y hacerle el amor.
Por fin la maldición se había desvanecido, ella lo había hecho, se lo había contado y aún así seguía amándole. Su amor le había hecho libre después de tantos años.
Con la alegría en el rostro, se levantó con cuidado para prepararle el desayuno. Le pareci
ó que era lo mínimo que podía hacer por ella. Canturreando una vieja canción, preparó un par de tostadas con mermelada y puso a calentar un poco de leche. «El chocolate sin grumos», le había dicho Faith en una ocasión y no pudo evitar sonreír al recordarlo.

Ross se sintió aliviado, despojado, por primera vez en largos años, del peso de la responsabilidad. Ya no tendría que volver a contar ridículamente los botones de la camisa, ni tendría que sentir el frío de la mañana sobre su piel, y por supuesto se acabaoron las furtivas miradas de los vecinos y sus consantes cuchicheos. Ya nunca tendría que volver a separarse de Faith, liberado al fin del destino que le había sido impuesto, Ross podía hacer cuanto quisiera, y lo que quería era pasar el resto de su vida despertando al lado de la mujer que le había salvado. Ross podía escoger, y la escogió a ella.
—¡Cielo el desayuno está liiistoooo!—dijo con la alegría de un chiquillo mientras entraba en
la habitación con una enorme bandeja entre las manos.
Faith no contestó.
—Cielo el desayuno—pero Faith no se movía—¿Cielo?

El mundo se paralizó mientras Ross escudriñaba con atención el pecho de Faith. «No, no puede ser.» las manos le temblaron y la bandeja cayó al suelo haciendo que el vaso se rompiera. Faith seguía sin moverse.
—No, no, no, no…
Ross corrió hasta ella y la zarandeó para intentar que se despertara, pero fue inútil, no respiraba, estaba… muerta.


El mundo se oscureció hasta que, entre lágrimas, Ross oyó una voz proveniente de su interior. «¡Ves lo que has hecho! Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. ¡Sé un hombre!» Ross cayó al suelo y lloró, lloró hasta que no pudo más. Lloró por Faith, lloró por él, pero
sobretodo lloró al sentir las pesadas cadenas que volvían a atarle una vez más. Sin saber qué hacer se desvistió lentamente, se sentó frente a la ventana y esperó. Porque un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.

viernes, 20 de marzo de 2009

toda espera tiene un motivo...

Hola amigos lectores

Se que hace mucho que no me prodigo por aquí. Muchos pensareis que el blog había caído en el olvido y seguramente ya no pasareis por aquí, otros tal vez os paseis una vez cada dos meses y finalmente están los recién llegados.

A todos vosotros os pido disuclpas por la tardanza. Sinceramente ahora mismo no tengo tiempo de escribir más relatos. Están allí, pero mis energías creativas deben estar dirigidas hacía proyectos más grandes, mucho más grandes. El primero de ellos es la próxima publicación de mi primera novela. (aún no os puedo adelantar nada, ni siquiera el título, dudo entre dos. Pero pronto sabreis más) Haremos la presentación en la feria del libro de madrid de la mano de la Editorial Sombra. Así que los últimos meses lo he pasado revisando una y otra vez el manuscrito, y aprovechando para terminar mi segunda novela, (primera de una nueva triología)

Así que espero que entendais el por qué de este abandono del blog. Pero creedme, Violet Hill está más vivo que nunca. Sus gentes claman por contarme sus historias, pero no puedo prestarles a tención, aún no.

lunes, 16 de marzo de 2009

 
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Based on a work at Lee Vining, en el motel Murphey's.