Bienvenido A Violet Hill

¡Hombre un turista!

La verdad es que no se ven muchos por aquí. Ya sabe esto es un pueblo tranquilo. Ni siquiera salimos en los mapas. Demasiado pequeños... ¡Pues mejor! ¡Que les den a todos!
...

¡Oh no... no! no se vaya todavía. Deberá disculparme. Mi mujer siempre me dice que debería pensar antes de abrir esta bocaza. Supongo que tiene razón.

¿Que cómo ha llegado aquí? ¿Quién sabe? Algunos llegan porque hace tiempo que nos andaban buscando, para otros en cambio es sólo cuestión de suerte.

¡De eso nada! Esta noche se quedará con nosotros. Dentro de poco oscurecerá y no es seguro ir por estas carreteras mal asfaltadas. Insisto.

Bien, si quiere puede ir a dar una vuelta por el pueblo. Dentro de una hora vuelva. Le estaré esperando con una cerveza bien fría y alguna historia que contar. Le aseguro que no se arrepentirá, mi mujer prepara los mejores guisos de la región.

Ya lo verá, lo pasaremos de miedo.

Diana (continuación)

X
David pidió una semana de baja en la empresa para cuidar de su Jesse y de su hija. Big Tom no dudó en concedérsela, pero David sabía que después tendría que irse, no podía retrasarlo más. La empresa le mandaba a la central, al otro extremo del país. Los jefazos le querían cerca para asegurarse que aprendía a hacer su trabajo como ellos querían. Todos los directivos habían pasado por lo mismo nada más ascender, sin embargo, dada su delicada situación familiar, le permitieron retrasar el momento hasta después del parto. Durante ese tiempo Big Tom se había hecho cargo de él, era la condición que los jefazos pusieron.

Y la semana se quemó en un suspiro.

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—Cielo, tengo que irme—dijo David haciendo la maleta.
—Lo sé, es sólo que… Bueno, nunca habíamos estado separados tanto tiempo.
—Es el precio que hay que pagar. Ya sabíamos que este día llegaría.
—Sí pero ¿ahora? ¿Con Diana?— dijo mirando con ternura la cuna que descansaba junto a la cama.
—Todo irá bien. Os llamaré cada día, te lo prometo. Además, sólo serán un par de meses, y los fines de semana estaré aquí. Me hará ilusión que vengáis las dos a buscarme al aeropuerto.
—Claro que vendremos. Estaremos allí las primeras. ¿Verdad que sí princesa?— dijo acariciando la suave mejilla de su hija.
David las besó a las dos y recogió la maleta del suelo.
—¿Seguro que estaréis bien?—ella asintió con la cabeza— Bueno, pues... te llamo cuando llegue al hotel— y empezó a marcharse.
—¡Cariño!— David se dio la vuelta— Te queremos.
—Yo también os quiero— dijo con un guiño y bajó los escalones de su casa con la sonrisa marcada en el rostro— Cuida bien de ellas— dijo despidiéndose de Scottie que movía la cola enérgicamente en señal de aprobación.


XI

—Lo siento cariño, pero tengo mucho trabajo acumulado. Como unos tres meses…
—Tranquilo. Sabíamos que íbamos a tener que sacrificarnos un poco. ¡Pero el fin de semana que viene me da igual el trabajo que tengas, tú te vienes para aquí!
—Te lo prometo. ¿Qué hace Diana?
—Te echa de menos. Igual que yo. Esta casa no es la misma sin ti, desde que te has ido Scottie se mea por todas partes— al otro lado del aparato David se reía como no lo había hecho en toda la semana— Si tuvieras que limpiarlo dos veces al día no te reirías tanto— y la risa aumentó.

—Tengo que colgar, dentro de diez minutos hay una reunión y aún tengo que leerme unos informes.
—Vale. Llámame cuando llegues al hotel.
—Sabes que no puedo dormirme si no te doy las buenas noches.
—Adiós vida, que vaya bien la reunión.

—Gracias. Te quiero— y colgó.
Genial, otro finde sola.

—Pero al menos te tengo a ti. ¿Verdad que sí princesa?— dijo cogiendo a su hija en brazos— Claro que sí.
En el piso de abajo Scottie empezaba a ladrar frente a la puerta. Jesse tenía exactamente treinta segundos para dejarle salir al jardín antes que, en un acto que ella creía que era totalmente intencionado, el perro se quedase a gusto sobre la alfombra de la entrada.
—¡Scottie, espera¡— le gritó al perro que, al oír la voz de su dueña, aumentó la frecuencia de sus ladridos.

Jesse volvió a dejar a su hija en la cuna y salió a toda pastilla al pasillo. No había llegado ni a media escalera cuando Diana empezó a llorar. Sus chillidos se anteponían sobre los ladridos haciendo que la casa pareciera una caja de resonancia.
—¿Diana? Tranquila cielo. Cállate— le dijo al perro que no cesaba en su empeño de salir al jardín mientras su hija seguía llorando— Mamá ya viene cariño. No llores— más ladridos— ¡Scottie cállate!
El animal agachó la cabeza y se perdió en la cocina. Jesse sabía que se encontraría con un buen charco por lo que acababa de hacer, pero aún así subió a toda prisa.
—Mamá está aquí cielo— dijo cogiéndola de nuevo— Ya pasó… Schhhh…. Ya pasó.
Jesse mecía al bebé de un lado a otro mientras le cantaba una vieja canción que había aprendido de su madre. Pensaba que la había olvidado. Estaba segura que si le hubieran apuntado con un arma amenazándola con pegarle un tiro si no la cantaba, no hubiera sido capaz de recorda
rla, y sin embargo allí estaba. Había brotado de sus labios como si la hubiera cantado un millón de veces antes.
Diana empezó a calmarse al compás de sus palabras y no tardó en quedarse dormida. Jesse aprovechó el momento para bajar a arreglar el desaguisado que seguro habría en la cocina.
Allí estaba, un charco amarillento que el perro había pisado y esparcido por todos lados.
—¡Scottiiiie!
El animal la miraba con culpabilidad desde el rincón donde estaba tumbado con la cabeza metida entre las piernas.
—En fin, supongo que no es culpa tuya.
Jesse cogió el mocho y fregó enérgicamente el suelo.
—Ufff, como huele. Será mejor echarle un poco de ambientador. Y a ti también jovencito. Ven aquí— dijo más animada.
El perro se levantó pesadamente y se acercó con el hocico pegado al suelo y la cola muerta entre las piernas. No fue hasta que sintió las manos de Jesse rascándole la barbilla que empezó a moverla de un lado a otro.
—Pero la próxima vez avísame un poco antes. ¿Vale?— el perro ladró en señal de aproba
ción— Buen chico. Y ahora vamos a ver qué hace la peque.
Subieron a la habitación donde Diana seguía durmiendo. Jesse no había pegado ojo desde la marcha de David. Siempre inquieta, con el temor que si se dormía y Diana lloraba tal vez no la escuchase, pero al ver que todo estaba en calma se tumbó y se permitió cerrar los ojos un rato.

XII
—Te echo de menos cielo— dijo David cuya voz sonaba como si estuviese a punto de llorar—
Tengo tantas ganas de veros…
—Diana te manda recuerdos— y como si la hubiesen invocado esta empezó a llorar

—Menudos pulmones— dijo él riendo.
—Creo que se ha hecho caca. David, cielo, tengo que ir a cambiarla.
—Claro te…—clic— … quiero.

XIII

—¡Oh, vaya! Este es el último pañal. Supongo que tendremos que ir a comprar más— le dijo a su hija que lo miraba todo con ojos curiosos y movía las manitas como si intentase coger algo que sólo ella veía— Vamos a ponerte la ropita nueva que papá te regaló la última vez y nos vamos al super. Ya verás que bien nos lo vamos a pasar.
La niña parecía un esquimal. Gorro, guantes, patucos… el lote completo. Vestida, su cuerpo parecía el doble de grande de lo que era, y Jesse pensó que estaba el doble de mona.
—¡Ay pero que cosa más rica!— dijo sentándola en el cochecito.
Sólo tenían que cruzar la calle, pero ni siquiera llegaron al coche. A medio camino Diana lanzó un tímido estornudo que alarmó a la primeriza.
—¿Qué te pasa cielo? ¿Tienes frío?—Diana volvió a estornudar.
Una ligera pero punzante sensación de inseguridad empezó a dar vueltas en el estómago de la madre.
¿Y si se pone enferma?
Jesse dio media vuelta al carrito y volvieron a meterse en casa.
Ya haré la compra por teléfono pero antes…
—Dr. James, soy Jesse, Jesse Zimmer.
—Dígame Sra. Zimmer.
—Verá es Diana, no para de estornudar y...
—Que no para de estornudar…
—Bueno en realidad sólo ha estornudado un par de veces pero temo que se haya resfriado— dijo alterada.
—No pasa nada porque estornude de vez en cuando. ¿La ha sacado a la calle?
—Sí. ¡He hecho mal!
—Tranquila mujer. Lo más probable es que el viento le haya echo cosquillas. Nada más.
—No sé yo… creo que está enferma.
—Bueno, si tiene que estar más tranquila me pasaré por su casa cuando termine mi turno. ¿Le parece bien?
—Gracias doctor.
—No hay de que.
Jesse subió a Diana a la habitación y la cubrió con una mantita azul para que entrase en calor. El perro lo miraba todo inquieto, daba vueltas alrededor de la cuna, levantando y agachando la cabeza, reclamando un poco de atención.
—¡Scottie, estate quieto!— el perro no le hizo caso— ¡Ya basta! ¡Fuera!
Jesse sacó al perro y cerró la puerta. Viendo que era una batalla perdida, Scottie bajó al salón, levantó la pata, y se desquitó con la alfombra.

Cuando el Dr. James llegó no tardó ni cinco minutos en hacer un diagnóstico.
—Jesse…
—¿Qué tiene doctor, es grave?
—Es la niña más sana que he visto en mi vida.
—¿Seguro que no tiene nada? Porque a mi me parece que…
—Tranquilícese, no le pasa absolutamente nada.
—Está bien. ¿Cu… cuanto le debo?
—No se preocupe, no le cobraré esta vez. Pero, por al amor de Dios, no la tape tanto— y salió por la puerta abrochándose el abrigo.
Jesse corrió junto a su hija sin hacer caso al pobre Scottie que, sentado en la cocina, miraba su bol con cara de hambre.
—El doctor dirá lo que quiera, pero yo creo que no estás bien— Diana movió los brazos de un lado a otro— ¿Tienes frío?
Jesse volvió a tapar a su hija con la mantita de algodón mientras Scottie, cansado de esperar a que le hicieran caso, decidió llamar la atención de su dueña de la única manera que podía, ladrando lo más fuerte que podía.
—¡Maldito sea! ¡Scottie cállate que no la dejas dormir!
Jesse bajó las escaleras de dos en dos. Su corazón se había llenado de rabia. En el piso de arriba su hija sufría de alguna enfermedad que ni el médico había podido descubrir, y abajo el maldito perro le impedía estar con ella.
Una madre tiene que estar con su hija
—Scottie ¡Basta!— gritó golpeándole el hocico.
El perro gimió y volvió a sentarse. Jesse, por su parte, cogió la lata de carne para perros, la abrió y dejó que su contenido cayera sobre el bol. Ni siquiera se molestó en aplastar un poco la carne que había quedado compacta formando una precaria torre. Tampoco le puso pienso, se había acabado y tendría que ir a buscarlo al sótano.
—No seas tan quisquilloso— le dijo al perro que le miraba impaciente— Está bien, ya voy— claudicó ante su insistencia.
El sótano estaba a oscuras, encendió la luz, pero esta, burlona, se negó a hacerle caso.
—Lo que me faltaba.
De vuelta a la cocina a buscar una bombilla de repuesto, y el tiempo que Diana llevaba sola no hacía más que aumentar, como un cruel cronómetro que con cada tic y con cada tac le escupía a la cara por ser tan mala madre. Sustituyó la bombilla fundida por la nueva y rebuscó entre las cajas. El saco de comida para perros no aparecía por ningún lado y Jesse estaba cada vez más nerviosa. Sabía que desde allí abajo no podía oír si su hija lloraba o no y una sensación de peligro la atenazó haciendo que sus movimientos fueran cada vez más rápidos y sus manos más patosas. Podía verla moviéndose sin parar, estornudando una vez tras otra, atragantándose con sus propios mocos, mientras se preguntaba por qué su madre no estaba allí con ella, por qué la había abandonado.
Cuando al fin dio con el saco, ya respiraba aceleradamente, y al abrirlo lo hizo con demasiada fuerza haciendo que el pienso se desparramara por todo el sótano.
—¡Joder!
Al borde del llanto, Jesse metió las dos manos en el saco, cogió lo que pudo, y subió hasta la cocina al grito de ¡Ya voy cielo! convencida que al llegar su hija estaría llorando a pulmón abierto.
Pero la cocina estaba en calma. El perro, nervioso, se movía de un lado a otro olisqueando la carne, aunque no había probado bocado.
Debe ser el único perro del mundo a quien no le gusta la carne sin pienso
Aunque lo único importante era que arriba todo parecía estar tranquilo.
Gracias a Dios.
Jesse echó lo que llevaba entre las manos sobre la carne y al hacerlo Scottie se lanzó a devorar su cena sin esperar a que ella se apartara.
—Serás…— empezó a decir, pero el teléfono la interrumpió— ¿Diga?— preguntó al descolgar.
—¡Buenas noches cielo!— dijo la alegre voz de David al otro lado.
—Carai, si que estás contento esta noche.
—¿Cómo no iba a estarlo? Mañana a estas horas ya estaré aquí con vosotras, y ¿sabes una cosa…?— Jesse no dijo nada— Anda, no seas aguafiestas.
—Estááá bien. El qué— dijo pensando en lo infantil que podía ser David a veces.
—Hoy ha venido Samuel Grow, el Jefazo. Ha venido a verme a mí. ¡A mí! Al parecer le han hablado muy bien de mi trabajo y quería conocerme.
—Felicidades cielo— dijo, y su tono neutro contrastaba con la alegría de su marido— Por cierto, tú perro no deja de ladrar. Tendrás que hacer algo porque no deja dormir a Diana.
—¿Qué? ¿Jesse has escuchado lo que te he dicho? El jefazo quería conocerme ¿Sabes lo que eso puede significar?
—Sí, sí, pero te repito que Scottie no deja dormir a nuestra hija. ¿Me estás diciendo que eso no es más importante que tu estúpido jefe?
David se quedó sin habla y sintió que no era justo que se encontrase en esa situación. Claro que su hija era más importante que cualquier trabajo pero…
—Sí, por supuesto. Mañana hablaré con él— Y no pudo evitar una leve carcajada al imaginarse manteniendo una conversación de hombre a hombre, como solía decir su padre, con el perro.
—Muchas gracias— contestó Jesse con una sequedad poco habitual en ella antes de colgar y dejar a David con el auricular en la mano sintiéndose un estúpido que no sabía qué había hecho para meter la pata.
Jesse miró por la ventana y descubrió que la calle estaba a oscuras. Ni una sola de las farolas iluminaba la noche.
Vaya. Será mejor que suba, si se va la luz no quiero que Diana esté sola.
Subió las escaleras y sus pies resonaban con más fuerza sobre los escalones. La madera crujía con fuerza bajo sus pies. Durante breves segundos, fue más consciente de lo que la rodeaba. Intentó pensar en cómo debía sentirse su hija recién nacida al verse rodeada por una infinidad de ruidos que le eran completamente desconocidos. El viento ululando en el exterior, el pórtico que David nunca arreglaba y que ahora golpeaba contra la ventana de su habitación, los ladridos de Scottie…
¡Dios debe estar aterrorizada!
Pero no fue la niña quien se asustó cuando Jesse cruzó la puerta.

Miró en la habitación pero no vio a su hija, la cuna estaba vacía. Miró a la ventana por si acaso estaba abierta. Tal vez alguien hubiese entrado por ella y se hubiese llevado a su preciosa hjita. Estaba cerrada. El armario abierto; puede que…
No, pero que estás diciendo.
Ya nada tenía sentido, Jesse era incapaz de pensar. El mundo se había detenido, su respiración era dificultosa y resonaba con fuerza para recordarle que estaba sola en la habitación. Las piernas empezaron a flojearle y se sintió algo mareada hasta que de pronto…
Espera un momento…
Diana seguía allí, no la había visto porque la mantita que le había puesto la cubría de la cabeza a los pies.
Ufff, menos mal
—Princesa, mamá está aquí— dijo mientras pensaba en el Dr. James— Lo ves, yo tenía razón, la niña tiene frío— dijo viendo que Diana estaba tapada de la cabeza a los pies.
Jesse apartó la mantita del rostro de su hija y le acarició la mejilla. Su tacto era cálido, suave
, un sueño imposible que había tardado dos años en hacerse realidad. La madre sonrió pero su hija no se movió.
—¿Diana?— dijo tocándola con más fuerza— ¿Princesa?— Ninguna reacción. Jesse posó la oreja sobre el pecho de la pequeña. Nada, nerviosa como estaba le fue imposible encontrarle el pulso— ¡Cariño despierta! ¡No juegues con mamá!— gritó sacudiéndola más y más fuerte.
Jesse se desplomó sobre el suelo haciendo que su llanto resonara en toda la casa y cerró los ojos para no ver el piececito que sobresalía por entre los barrotes de la cuna.
No puede ser Dios mío, no puede estar muerta. Después de lo que he luchado, de lo que he tenido que sufrir... ¡Diez minutos, sólo la he dejado diez malditos minutos! ¡Maldito Scottie y maldito David! Si no me hubieran distraído ahora ella estaría viva.
De pronto un llanto agudo e histérico rompió su oscuridad. Jesse abrió los ojos y el pie ya no estaba allí. La mantita descansaba en el rincón más alejado de la cuna y en el centro, Diana se retorcía entre lágrimas como una tortuga panza arriba. Su carita, antes blanquecina, estaba completamente encendida y su boquita, desprovista de dientes y llena de babas, era la sirena que le había devuelto a Jesse su sueño.
—¡Cielo estás bien! Gracias a Dios— dijo cogiendo a su hija— Schhh, ya pasó. Mamá está aquí y no piensa volver a irse.
Al sentir el cálido abrazo de su madre, la niña fue calmándose mecida por las dulces palabras del ser que le había dado vida.
Jesse, con la niña en brazos, bajó a la cocina. Aún tenía que hacer la cena y no pensaba volver a dejar a su hija sola.
—Ni hablar, hasta que cumplas lo veinte tú no te vas de aquí— dijo dándole un profundo beso en la mejilla. Diana se rió— ¡Te has reído! ¡Madre mía pero que niña más lista!
Dejó a la niña sobre la mesa y preparó un buen biberón para su campeona. El Dr. James le había dicho que podía darle el pecho sin temor, pero ella seguía pensando que con todo lo que se había chutado en los últimos meses el biberón era mucho más seguro. Diana empezó a llorar de nuevo.
—Ya va cielo, dale unos segundos a mamá.
Pero a pesar que ya era su hora de comer, la niña no probó bocado. Por mucho que le pusiera el biberón en la boca Diana no chupaba. Casi una hora estuvo intentándolo pero se negaba en rotundo, y lo que era peor, no dejaba de llorar. Jesse empezó a ponerse nerviosa. Se removía inquieta en la incómoda silla y Scottie su unió a la fiesta con unos ladridos que asustaban a Diana haciendo que gritara con más fuerza.
La cocina se convirtió en un auténtico manicomio. Chillidos por un lado, ladridos por otro, y no había forma de hacer callar a ninguno de los dos.
—¡Oh, por el amor de Dios!— Jesse se levantó y empezó a cortarle a Scottie un filete de carne que se había comprado para cenar— Al menos que sirva para que te calles.
Al ver el filete, el perro se impacientó aún más. Diana gritaba, vociferaba como nunca lo había hecho antes.
Seguro que hasta los vecinos la oyen. ¿Qué pensarán de mí?
—Scottie basta— la cocina empezó a dar vueltas— ¡Cállate! ¡CÁLLATE! ¡CÁLLATE!— gritó cuchillo en mano. Y Scottie calló— Así me gusta. Acabareis volviéndome loca.

XIV
—¿Cómo estás?— preguntó David— Ayer me colgaste de mala manera.
—Perdona cielo, es que Diana estaba llorando.
—¿Va todo bien? ¿Cómo se está portando Scottie? ¿Ya os deja dormir?
—Sí, no te preocupes, desde ayer que no ha abierto la boca. Creo que sabe que vienes esta noche y está más tranquilo.
—Será eso— dijo riendo entre dientes— No sabes las ganas que tengo de daros un buen beso. Os echo tanto de menos... ¿Vendréis a recogerme al aeropuerto?
—Será mejor que no. Creo que Diana está un poco resfriada. Estornuda y llora mucho.
—¿Has llamado al Dr. James?
—Sí. Dice que no es nada, pero prefiero no arriesgarme.
—Está bien. Me hubiese gustado ver a mi mujercita y a mi niña al salir del avión, pero si no puede ser no puede ser. Ya cogeré un taxi.
—Para compensarte te prepararé tu plato favorito.
—¿Y luego…?
—Y luego qué.
—Ya sabes mujer.
—Estás enfermo— y, aunque estaban separados por un país entero, sonrieron como si estuvieran uno frente al otro. Jesse miró a su hija que dormía a su lado en la sillita— Aunque quién sabe. Si me prometes no despertar a Diana tal vez…
—Seré una tumba. ¡Lo juro! Ni sabrás que estoy allí.
—Pues mal vamos— y volvieron a reír.
Jesse, Diana y Scottie, se quedaron en la cocina mucho después de que las promesas de David fueran olvidadas. Hacía un calor sofocante entre aquellas paredes de frío mármol y un extraño olor se arremolinaba en torno a la mesa.
—¡Por Dios Scottie! ¿Qué has comido?
Pero el perro, que la miraba desde el suelo, se quedó inmóvil, como si el asunto no fuera con él.
—Venga preciosa, dejemos aquí al marrano— dijo cogiendo a Diana en brazos— ¡Ufff, parece mentira lo que pesas!— y la niña, con los ojos bien abiertos, sonrió dejando que un hilillo de baba helada resbalara por su rechonchas y blanquecinas mejillas.
Cinco minutos más tarde alguien llamaba a la puerta. Cuando Jesse la abrió se encontró frente a un joven con la cara cubierta de granos, alguno de los cuales parecían estar a punto de explotar.
—¿Sí?
—Le traigo las cosas que encargó en el supermercado.
—¡Ah, claro, pasa, pasa!— dijo dando media vuelta— Puedes dejar las bolsas sobre esta mesa— añadió señalando la mesa del salón.
El chico entró y al hacerlo el olor a rancio proveniente de la cocina le golpeó la nariz haciendo que se diera prisa en hacer su trabajo. Jesse, mientras tanto, empezó a tatarear una canción de cuna mientras mecía a Diana en brazos. La orgullosa madre quería mostrar a la fugaz visita que, a pesar de lo que el Dr. Wilson pudiera decir, lo había conseguido al fin. El chico dejó las dos bolsas sobre la mesa lo más deprisa que pudo. Aquel olor empezaba a marearle y amenazaba con traerle problemas. Lo último que quería era que presentarán una reclamación a su jefe por haber vomitado en la alfombra de una clienta.
—Al menos espero que den buenas propinas— pensó el chico.
—Perfecto. Aquí tiene— dijo Jesse extendiendo la mano con un billete de cinco.
El chico miró a la mujer que le había hecho cruzar media ciudad para llevarle un par de bolsas de pañales y galletas y al hacerlo su rostro se volvió tan pálido como las mejillas de Diana.
—Yo… no hace falta Sra. Es mi trabaj…
Todo él era un manojo de nervios. Sus ojos zigzagueaban sin saber muy bien dónde mirar y como si hubiese recordado algo de suma importancia dio media vuelta y se marchó a toda prisa dejando a Jesse con el billete en la mano y completamente alucinada.
—A que tú no serás tan rara de mayor. A que no— dijo mordiéndole la nariz a Diana— ¡Madre mía que fría estás! Para que luego ese matasanos diga que no te pasa nada.
Jesse subió el termostato al máximo y se sentó con su hija entre los brazos en el sofá.

El calor se hizo insoportable. Jesse tenía la camisa pegada al cuerpo de lo mucho que sudaba, más que eso, chorreaba, pero no le importaba, lo hacía por Diana, y qué no haría una madre por su hija. Lo malo era que con el calor el mal olor de la cocina se había convertido en algo espeso, tanto que casi podía verlo salir reptando por la alfombra.
—Tranquila princesa. Mamá está aquí. Mamá está aquí.

XV

Cuando sabes que nadie te espera, salir de un avión puede ser la cosa más solitaria del mundo. En la terminal siempre había alguien, una esposa, un amigo, una hermana que, alzando los brazos daba la bienvenida a los pasajeros. Era una pequeña ola de amor y añoranza que se extendía mirase donde mirase pero que esquivaba a David como si este fuera la pequeña isla del vuelo 654.
Fuera era de noche. Hubiese querido llegar antes pero tenía asuntos pendientes en la oficina que debía dejar resueltos antes de irse.
—Mierda— dijo mirando el reloj.
No le importaba trabajar duro, siempre lo había hecho, pero le mataba saber que a esas horas Diana ya estaría durmiendo. Le hubiese gustado poder leerle el cuento que llevaba bajo el brazo y que había comprado en el aeropuerto, antes de ponerla a dormir. Jesse le había dicho que aún era demasiado pequeña para cuentos, que no podía entenderlos, pero a él eso no le importaba. Aunque su hija no entendiese ni media palabra quería estar sentado junto a ella hasta ver como sus ojitos se cerraban.
El trayecto en taxi hasta su casa fue aún más solitario. Recordaba las conversaciones telefónicas con su mujer y no podía evitar pensar que se estaba perdiendo algo importante.
Sólo serán unas semanas más luego tendrás a Diana todo para ti.
Saber que en unos minutos iba a pasar dos días con sus noches haciendo el amor con su mujer y jugando con su hija. Eso sí era una buena manera de ver morir la semana.

El taxi desapareció calle arriba mientras David llamaba a la puerta. Tenía llaves pero siempre había preferido que Jesse le abriera. Era un momento que consideraba mágico cuando, centímetro a centímetro, la puerta se abría para dejar paso al rostro de la mujer que le esperaba al otro lado dispuesta para un buen beso de bienvenida.
Igual que cuando empezamos a salir.
Volvió a llamar pero no obtuvo respuesta alguna. Ni siquiera los eufóricos ladridos de Scottie que tanta gracia le hacían. Nada, sólo un silencio duro, gris. David dejó la maleta en el suelo, sacó las llaves del bolsillo del abrigo y abrió la puerta.
Al hacerlo lo primero que sintió fue una oleada de calor metiéndose por entre sus ropas acompañada por un olor a carne en descomposición que disparó todas las alarmas de su mente. Entró a toda prisa en la casa, olvidándose de las maletas, de los problemas, del trabajo. Ya nada importaba, sólo que ellas estuvieran bien.

El salón estaba patas arriba y un rastro de bolsas y pañales abiertos pero sin usar se adentraban hasta la cocina.
¿Pero qué ha pasado aquí?
A cada paso que se acercaba a la cocina el olor a rancio se hacía más fuerte. Se colaba en su nariz y hacía que los ojos le picaran como si alguien estuviese pelando cebollas. Pero no fueron cebollas lo que encontró.
—¡Scottie, Dios mío Scottie!— dijo corriendo hacía su perro.
Scottie no ladró al reconocer su voz, no meneó la cola al verle venir, porque Scottie estaba tumbado sobre un charco de sangre con un cuchillo clavado en la cabeza. Su pelaje se había vuelto gris y la piel se pegaba al hueso haciendo que su cabeza pareciera mucho más pequeña de lo normal. Debido al calor el proceso de descomposición se había acelerado hasta extremos alarmantes. David vio diminutos gusanos blancos que salían de la herida reptando por el cuchillo y vomitó.
—¡Jesse! ¡JESSE!— gritó temiendo que su mujer también estuviese muerta.
—¡Cállate!— le gritó está entre susurros mientras bajaba la escalera.
David apenas podía moverse. Fue como ver un fantasma que se acercaba más y más.
—Dios mío, pensaba que…— dijo mirando al perro.
—Schhh, Diana está durmiendo, vas a despertarla— contestó ella abrazando a su marido.
David, inquieto por la situación, se apartó de ella todo cuanto pudo teniendo cuidado de no tropezar con el pobre perro.
—¿Jesse que ha pasado?
—¿Te refieres a Scottie?
—¡Joder claro que me refiero a Scottie!
—Schhhhhhh, más bajo. No paraba de ladrar. No dejaba dormir a Diana. Pero ya se porta mejor. ¿A que sí Scottie?— dijo acariciándole el hocico.
Una nueva arcada nació en el estómago de David al ver a su mujer acariciando al animal. Y como una punzada sintió la apremiante necesidad de ir a ver a su hija.
—¿Y Diana? ¿Dónde está Diana?
—En su cuarto. ¿Dónde sino?— contestó Jesse— Pero será mejor que la dejes descansar. Se despierta mucho últimamente y no veas lo que cuesta que se vuelva a dormir.
—¡Pues que se despierte!— dijo saliendo de la cocina.
—Cielo ya la veras mañana— insistió Jesse.
David no le hizo caso y empezó a subir las escaleras cuando, a medio camino, Jesse le agarró por la espalda y tiró con fuerza de él.
—¿Qué clase de padre eres? ¡Deja a tu hija dormir en paz!
Ambos forcejearon pero David era mucho más corpulento que su mujer. Se dio la vuelta y de un bofetón la obligó a soltarle. David subió las escaleras y Jesse se sentó en el escalón y empezó a mecerse en un mar de lágrimas.

David volaba a través del pasillo que le separaba de su hija. Sudaba como un cerdo aunque no sabía si por la calefacción o por el miedo que sentía a lo que podía encontrar tras la puerta cerrada del final del pasillo.
Al cruzarla el mundo se heló y David cayó de rodillas junto a la cuna de su hija. La acarició, la besó, la sacudió, pero no se movía. Su azulado cuerpecito yacía inmóvil entre los brazos d
e un padre que lo había perdido todo. A su espalda, aún con lágrimas en los ojos, Jesse le miraba con desprecio.
—¿Cómo has podido?— escupió ella— Con lo que cuesta que se calle.
Jesse se acercó a David y le cogió a Diana de los brazos desprovistos ya de fuerzas.
—Schhh princesa, no llores. Papá no quería despertarte. Es que te echaba de menos.
David contemplaba la locura en los ojos de su esposa mientras esta mecía el cadáver de su hija intentando que los silenciosos gritos que sólo ella oía la dejaran dormir otra vez.

XVI

—¿Cómo está?— preguntó David mirando a su esposa a través del cristal de seguridad que presuntamente separaba a los cuerdos de los locos.
—Me temo que no muy bien— respondió el Dr. James— Tengo el resultado de la autopsia. Sí le interesa…
—Claro.
—Al parecer la causa de la muerte fue por asfixia, encontraron restos de algodón en su tráquea, y…— añadió sin saber cómo continuar.
—Qué.
—Bueno… el forense dice que debía llevar varios días muerta cuando la encontró.
—Dios…— David se llevó la mano a la cara para disimular las lágrimas que empezaban a nacer y que no quería dejar escapar.
—¿Y ella? ¿Qué le pasará?
—De momento seguirá bajo nuestros cuidados.
—¿Puedo entrar? Me gustaría hablar con ella.
—No se lo recomiendo— dijo el Dr. James.
—¿Por qué?— respondió David que era incapaz de apartar la mirada de su esposa que jugaba como una niña con una muñeca de plástico.
El Dr. James se sacó por primera vez la mano del bolsillo y accionó el botón del interfono. De la habitación, con un acento mecánico y lejano, llegaba la locura envuelta con el peor de sus disfraces, el de la normalidad. Sus palabras, su tono de voz, los cuidados gestos de cariño que profesaba, todo lo que cualquier madre hubiese podido dar a su hija, salvo que la niña que tenía en brazos no era más que un viejo trozo de plástico.
—Mi princesa… Mi dulce y hermosa princesa…
David le hizo señas al doctor para que lo apagara y este lo hizo.
—Ve lo que le decía. Pero no se preocupe, tenemos los mejores médicos trabajando en su caso. Con medicación y algo de tiempo…
David asintió con la cabeza y dándole las gracias al Dr. James dio media vuelta y salió del hospital sin saber si tendría el valor suficiente como para regresar algún día. Fuera el día era soleado, todo apuntaba que iba a ser un gran fin de semana, pero no para él. Nunca más. Se sentó en las escaleras del psiquiátrico y rompió a llorar.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Diana

Esto ocurrió hace ya algún tiempo a un chico que un día decidió que Violet Hill no era suficiente para él. Quería ver mundo dijo, necesitaba experimentar la vida real (decía él) de una gran ciudad. Era un buen cuando salió de aquí, ahora... En fin, digámos que no encontró lo que andaba buscando.

*****


I

¡Triiin! ¡Triiin! Un despertador sonando. Fuera es oscuro, el día aún no ha nacido pero David tiene que levantarse.
¡Que putada!
Hace callar al despertador cuanto antes, a ella aún le quedan un par de horas de sueño. Sin prisas, sin ruido, abre el grifo de la ducha y espera desnudo unos segundos para que el chorro frío no le haga gritar. Eso la despertaría.
El agua resbalando por su piel, cayendo como una cascada sobre su cabeza, le llena de calor y le recuerda lo duro y largo que será aquel día. No oye los amortiguados pasos que se acercan. No hacen ruido, casi no tocan el suelo, el cuerpo flota sobre la punta de los dedos. Unos finos dedos abren la puerta mientras David termina de enjabonarse la cabeza y da un respingo cuando unas manos le cogen de la cintura.
— ¡Qué…!
No ve nada, los ojos le escuecen, pero aquella risa que le envuelve no podría olvidarla aunque quisiera.


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II

—¿Qué haces despierta a estás horas?
—Quería desearte buena suerte. Aunque no la necesitas, seguro que el puesto es tuyo.
—No sé, hoy tengo la última entrevista, y hay mucha competencia.
—Has trabajado duro, seguro que te lo dan. Además, esta mañana irás súper relajado.
—¿Y eso?— preguntó él sabiendo lo que iba a pasar.
Ella respondió dándole un beso de enamorada, como solía decir, largo, tierno, que por lo general se convertía en fuego que quemaba hasta que hacían el amor.

Veinte minutos después, David lamentaba no tener tiempo para más, bajaron a desayunar.
—Tres tostadas con miel y un café con leche bien cargadito para que no te duermas en la reunión— dijo ella sirviéndole el desayuno.
Scottie, el Golden retriever que se habían comprado nada más mudarse a la casa nueva, ya que tenemos jardín… había insistido David a pesar de saber que a Jesse no le hacía mucha gracia, revoloteaba nervioso a su alrededor.
—No creo que pueda volver a dormir después de lo que me has hecho. Cariño…
—Dime.
—Te quiero.
Jesse se ruborizó como solía hacer siempre que su marido se ponía en plan sensiblero. No es que no le gustase, al contrario, aquello fue lo que la enamoró, pero, a pesar de los años, seguía sin acostumbrarse a un romanticismo que podía brotar en cualquier momento, a veces incluso hasta en los más inoportunos.
—Que tonto. Anda, comete las tostadas o llegarás tarde— dijo sentándose frente a él.
Le miraba con la sonrisa aún marcada en la cara y pensó que era la mujer más afortunada del mundo.
—Sabes que si me dan el ascenso podremos…
—Schhhh, no pienses en eso ahora— su buen humor intentó borrarse al recordar que no podían tener hijos, al menos sin ayuda, pero se obligó a mantenerlo, no quería que David se sintiera más presionado de lo que ya estaba.
Ambos se miraron, hablando como sólo podían hacerlo las personas que han pasado mucho juntos, a través del silencio.
—Me marcho o llegaré tarde. Deséame suerte— dijo él poniéndose la americana.
—Suerte, y llámame cuando salgas.

III
En poco menos de diez minutos había pasado de hacer el amor con su marido en la ducha a estar recogiendo la cocina. La soledad que la rodeaba parecía espesarse con el paso del tiempo. Se reía de ella, le recordaba sin cesar que no era una mujer, y lo hacía con una voz lejana, familiar.
Incapaz de soportar las verdades que las paredes le susurraban, Jesse se sentó y rompió a llorar.

A escasos metros, David se santiguaba respirando con fuerza mientras se disponía a recorrer los treinta y cinco kilómetros que le separaban de su futuro. Una furtiva mirada a la casa, lo justo para recordar lo increíble que le parecía estar casado con su esposa, y directos al trabajo.
—Seguro que me lo dan cariño, y entonces podremos ir a los mejores médicos. Te lo prometo— pensó David
Jesse estaba cansada, apenas había podido dormir en los últimos días. A decir verdad hacía más de un año que no lograba dormir una noche del tirón. Desde que empezaron los tratamientos de fertilidad. Pruebas y más pruebas, dietas, ejercicio, pastillas, pinchazos y una estricta planificación de su vida sexual… Lo habían probado todo y nada había funcionado. Su única esperanza era un tratamiento experimental, pero era exorbitantemente caro. Fue a raíz de eso que David empezó a trabajar como un loco de día, y se apuntaba a todos los cursillos de formación de la empresa que repasaba por las noches. Todos aquel esfuerzo, todas aque
llas noches en vela, le habían llevado a ese momento, a esa entrevista.
—Saldrá bien, tiene que salir bien— murmuró Jesse para acallar aquellas voces mientras le acariciaba la cabeza a Scottie.
A pesar de su desdicha, sabía que David daría su vida para hacerla feliz, y aquello lo hacía todo un poco más llevadero.

IV

David estaba sentado en su mesa haciendo sus gestiones diarias cuando el teléfono sonó.
—¿Diga?
—Te quiero… – susurró la sensual voz de Jesse.
—Yo también te quiero cariño. ¿Ha pasado algo?
—No ¿Por qué?
—Hacía mucho tiempo que no me llamabas al despacho.
—Me apetecía decirte que te amaba eso es todo. Pero si no quieres no volveré a hacerlo—añadió burlona
—Ya sabes que me encanta.
—Lo sé. Oye, ¿sabes algo ya?
—No, aún no pero creo que… ¡joder¡ tengo que colgar cielo, el jefe viene directo hacia aquí.
—Vale.
—Adióstequiero.
—Llámame… – pero David ya había colgado.
En efecto Tom Cattle, el director general de la empresa venía directamente hacia él.
—Mierda, un día que había empezado tan bien – pensó David para sus adentros.
El Sr. Cattle estaba cada vez más cerca, y él estaba cada vez más nervioso. Intentó leer las intenciones en el rostro de su jefe, pero sus facciones permanecían neutras.
—Dios, este hombre debe desplumar a sus amigos al poker. – pensó
—Buenos días Sr. Zimmer
—Buenos días. – dijo este levantándose de la silla.
Las piernas apenas le respondían, pero se relajó un poco al darle la mano a su jefe. Nadie da la mano a alguien a quien va a despedir ¿no?
Los dos hombres se miraban fijamente a los ojos. David era un manojo de nervios y era algo que se veía a simple vista, en cambio Tom Cattle era un muro infranqueable de calma y sosiego. Y así pasaron sesenta interminables segundos sin que ninguno de los dos rompiera el silencio.
—Me gustan los hombres pacientes— dijo al fin su jefe— He venido para invitarle a desayunar.
¬¬¬ —¿A desayunar?— dijo sorprendido.
David apenas podía creérselo, el pez gordo, Tom Cattle en persona le invitaba a desayunar, y eso sólo podía significar una cosa. No era más que un rumor, algo que se comentaba en voz baja, pero se decía que cuando Big Tom, como le llamaban los empleados en secreto, te invitaba a desayunar es que un ascenso estaba cerca. También se rumoreaba que aquellos desayunos eran la prueba definitiva, podían garantizarte una buena jubilación o destrozarte la vida con la misma facilidad. Se contaba que una vez, hace muchos años, Big Tom invitó a un tal Frank a desayunar. Una hora más tarde el pobre Frank estaba metiendo todas sus cosas en una gran caja de cartón. Al parecer le despidió porque pidió un descafeinado. Tal vez Big Tom creyese que alguien que bebe descafeinado no merecía trabajar en la Loose, aunque David jamás había creído esas historias
¿Quién despediría a alguien por pedir un descafeinado? Tendría que ser un lunático, y Big Tom puede ser muchas cosas, pero no está loco. Espero.
Apartó todo eso de su mente y se concentró en disfrutar de la inesperada noticia.

—Sr. Zimmer— le increpó su jefe que le esperaba apoyado en el marco de la puerta.
—Claro, perdone.
David se apresuró en ponerse el abrigo y los dos se dirigieron con paso firme y rápido hasta el bar de la esquina, el lugar donde los peces gordos se reunían para tomar algo y manejar los hilos de la empresa.

V

Unas dos horas más tarde, mientras Jesse limpiaba el cuarto de baño, el teléfono empezó a sonar en el piso de abajo.
—¡David!— gritó exaltada dejando caer el trapo.
Corrió por el pasillo, y al bajar las escaleras pensó que incluso el pitido del aparato parecía sonar con alegre impaciencia. Y Scottie no dejaba de ladrar.
—Seguro que se lo han dado— le dijo al perro. Descolgó el auricular y con la respiración entrecortada respondió— ¿David?
—No yo… Soy Marta. Verá, ustedes tienen contratado el servicio de Internet con nuestra compañía y queríamos…
—No estoy interesada yo…
—… darle a conocer nuestras nuevas ofertas para este verano— continuó diciendo Marta que, sin importarle lo más mínimo lo que pudieran decirle, se limitaba a recitar el texto que algún listillo de marketing le había escrito.
—Oiga, le digo que no me interesa.
—Pero verá, le ofrecemos una reducción de la tarifa y…
Exasperada ante la insistencia de Marta, Jesse colgó el teléfono y al hacerlo, como si le recriminase haber cogido la llamada anterior, el aparato volvió a sonar con más virulencia que nunca. Jesse lo descolgó irritada.
—¡Oiga, estoy esperando una llamada importante y me dan igual sus…!
—¿Se puede saber con quién te peleas?— dijo una alegre voz al otro lado.
—¡David, cielo! Te había confundido con… Olvídalo. ¿Cómo te ha ido?
—No sé si será por haber hecho el amor contigo esta mañana o porque soy la repera, pero les he dejado con la boca abierta.
—Sabía que lo conseguirías.
—Me han dado el día libre, dicen que no quieren que me estrese antes de empezar, que ya tendré tiempo para eso, así que qué te parece si te paso a recoger y nos vamos a celebrarlo.
—Me parece estupendo. ¿Cuánto tardas?
—Media hora, lo justo para hacer un par de gestiones y llegar.
Los minutos pasaron como una exhalación. Jesse tuvo el tiempo justo de vestirse, maquillarse y ponerse aquel perfume que tanto le gustaba a su marido. Miró el reloj; veintinueve minutos, y un claxon la llamó desde el exterior.
—Tan puntual como siempre— y sonrió.
Jesse siempre había creído que su marido tenía un don especial para calcular el tiempo y ya que ella odiaba llegar tarde a los sitios era algo que sin duda le había dado muchos puntos cuando empezaron a salir.

Al abrir la puerta David la esperaba con una sonrisa que dejaba ver unos dientes perfectos, blancos, alineados. El pelo algo alborotado (seguro que ha venido con la ventana bajada y con la música a toda pastilla) y la corbata un poco desecha, tenía el aspecto de un chico rebelde, cosa que nunca había sido, y eso era algo que ella encontraba sumamente atractivo.
Jesse corrió hasta él y se abrazaron con fuerza. Aprovechando que tenía las manos en su espalda, David se sacó con cuidado una rosa que se había escondido en la manga de la americana, y al separarse, como por arte de magia, apareció entre los dos.
—Creo que se te ha caído esto— dijo él dándole la flor que había comprado de camino a casa.
Jesse no dijo nada, pero a David no le importó, las lágrimas que humedecían sus ojos eran más que suficiente para él.
—Antes de comer me gustaría llevarte a un sitio— dijo él abriéndole la puerta del coche.
—¿A dónde?
—Ya lo verás— y con un guiño subieron al coche.
Recorrieron el mismo camino que habían frecuentado una infinidad de veces durante el último año pero aún así Jesse no se percató de ello hasta que el grisáceo edificio apareció tras una curva. Al reconocerlo intentó decir algo pero demasiadas sensaciones se anudaban a su garganta. Miedo, fracaso, rabia, esperanza, pero sobretodo amor hacia el hombre que tenía al lado y que hacía lo imposible para darle el hijo con el que siempre había soñado.
—He pensado que ya que me van a doblar el sueldo podríamos empezar con el tratamiento. ¿Qué te parece?— preguntó David— Sólo es una reunión informativa pero…
—Yo…— Jesse empezó a llorar y David a reír.
—Que tonta estás— y aprovechando que el semáforo aún estaba en rojo besó a su mujer en la mejilla.
—No sé que haría sin ti.
La luz cambió a verde y David se metió en el parking del hospital.
—Toma— le dijo ofreciéndole un pañuelo— se te ha corrido el rimel.
—¡Ay pero que guapo eres joder!— Jesse se tiró a sus brazos y le besó hasta que le dolieron los labios.
—Venga, venga. No es que no me guste, pero me estoy poniendo un poco y si sigues así perderemos la hora con el doctor.
—Eres un enfermo— dijo golpeándole juguetona en el hombro.
—Hombre, es que desde que intentamos tener el niño que lo hacemos menos que antes. ¡Manda huevos¡
—Ya lo sé cielo. Nunca te lo he dicho pero… gracias por todo. Ya sé que a ti no te importaba tener un hijo y que aguantes todo esto por mí…
—Por los dos, lo hago por los dos. Y bueno… puede que antes no quisiera niños pero ahora…
—¿De verdad?— David asintió con la cabeza y ella volvió a abrazarle.
—Venga… que llegamos tarde.

IV

La sala de espera era austera, como todas, y las pocas revistas que había eran de por lo menos tres meses atrás. Había otras dos parejas con ellos, y nadie hablaba. Cualquier palabra que pudiera decirse allí parecía estar expuesta al análisis de sus compañeros de fatigas. Y nadie quería eso en tales circunstancias. Todas las caras les parecieron familiares, puede que porque eran las mismas que veían al mirarse al espejo cada mañana. Oscuras ojeras bajo los ojos, y una mirada donde se mezclaba una dosis de ilusión entre una marea de dolor. Ambas parejas se cogían de la mano, tal y como ellos lo hacían al entrar en la sala, y una especie de velo de frágil esperanza revoloteaba sobre aquellas cuatro paredes. Nadie decía nada porque en realidad sabían que aquel velo podía rasgarse con demasiada facilidad.

Las parejas fueron entrando a la consulta una tras otra. Cruzaban la puerta como quien iba a un entierro, con el llanto a flor de piel, pero salían con una sonrisa de oreja a oreja y más unidos que nunca.
Jesse y David se miraron y sus ojos decían que todo iba a salir bien.
—¿Los Sres. Zimmer?— preguntó la enfermera que esperaban que les abriera las puertas de la felicidad.
—Sí— dijo David mientras se disponían a seguirla.

La calidez de la consulta chocaba con la frialdad de la sala de espera. Casi todo estaba recubierto de madera, y en las paredes, una infinidad de títulos que ninguno de los dos lograría pronunciar nunca, les decían que aquel no era un médico cualquiera, que era el mejor. O al menos eso quisieron creer.
—Bueno…— empezó a decir el Dr. Williams con una amplía sonrisa que parecía separar su espesa barba en dos— ¿Supongo que sabrán que el tratamiento que les propongo está en fase experimental?
—Sí, el Dr. James ya nos lo comentó— respondió David erigiéndose como portavoz familiar.
—Bien, bien. He revisado a fondo su caso y…
—No hay nada que hacer ¿verdad?— interrumpió Jesse.
—Es difícil, eso ya lo saben, pero si fuera imposible no les harías peder el tiempo, créanme. Como les iba diciendo, el tratamiento aún está en fase experimental y no puedo asegurarles el éxito. Además… no voy a mentirles, es bastante caro.
—Lo sabemos doctor, pero queremos intentarlo— dijo David cogiendo a Jesse de la mano.
—Tengan entonces— dijo entregándoles unos trípticos— son algunas pequeñas indicaciones que deberán seguir antes de empezar el tratamiento. No se asusten, son cuatro tonterías, ejercicio, dieta… Ya saben de qué va esto.
—Sí, lo sabemos— dijo Jesse.
—Perfecto entonces. Cuando salgan no olviden pedir hora para la primera sesión.
Al cruzar la puerta, David abrazó a su esposa y, poniendo la mano sobre su barriga le dijo:
—Pronto la pequeña Diana estará aquí, ya lo verás— y ella no pudo más que sonreír.





V

Una hora y media llevaba Jesse llorando sin cesar. Hacía tres meses que había empezado el nuevo tratamiento y seguía sin poder quedarse embarazada. Todo estaba perdido, su última oportunidad se había evaporado a través de la barba del Dr. Williams.
Lo siento Jesse, no hay nada que hacer.
—¡Lo siento Jesse…! ¿Y quién coño se ha creído que es para decirme que no podré tener hijos?
David estaba sentado a su lado intentando encontrar las palabras adecuadas, pero no las había. Su esposa había perdido aquello que más amaba incluso antes de haberlo tenido. Nunca sería madre, y de la adopción mejor no hablar. David había intentado sacar el tema en una ocasión y ella se enfadó tanto al pensar que tiraba la toalla, que ya no se atrevía a volver a proponérselo.
¬¬¬¬—Cielo...— Jesse parecía no escucharle y la abrazó— …sé cómo te sientes y…
—¿Qué sabes cómo me siento? ¡Y una mierda, nadie lo sabe!
David se levantó, no iba a discutir con ella en ese estado, y al irse Jesse le cogió la mano.
—Perdona, es que…
—No te preocupes. ¿Qué te parece si te preparo un buen baño? Te sentará bien— ella asintió con la cabeza mientras se secaba las lágrimas.
—Lo deseaba tanto…
—Schhh, intenta no pensar ¿vale? Necesitas descansar un poco— dándole un beso e la frente.
Cuando Jesse se metió en la bañera el agua caliente la calmó un poco, al menos ayudó a que dejara de llorar. David había encendido unas cuantas velas y le había dejado a Stan Getz sonando de fondo. Era imposible que siguiera llorando en esas circunstancias, no cuando pensaba en el marido que tenía.
Williams se equivoca. Lo sé. Lo noto.

En el piso de abajo, David repasaba las últimas facturas del médico.
—Dios, nos hemos gastado el aumento de todo el año— dijo sin poder evitar pensar que habían tirado el dinero que tanto le había costado ganar— Supongo que había que intentarlo.
Se sirvió una copa para arrinconar, aunque sólo fuera por unos segundos, lo duros que habían sido los últimos meses.
—Por un año para olvidar— dijo alzando el vaso, y engulló su contenido de un solo trago.
En aquella casa en la que no mucho tiempo atrás ambos solían pensar en lo que la vida iba a darles, ahora recordaban todo cuanto habían perdido.
David subió para estar al lado de su esposa, no le gustaba la mirada que veía en sus ojos desde que habían vuelto del médico. No sabía si era rabia, dolor o desesperación, pero cualquier opción le preocupaba lo suficiente como para no querer dejarla sola mucho tiempo. No porque temiese que pudiera lastimarse, sabía que eso no lo haría nunca, pero era consciente que muchos matrimonios no lograban superar crisis como esas, y no quería perderla.

Al llegar a la habitación fue como si el vapor que salía del baño se hubiera llevado todo el dolor de la mente de su esposa. Jesse le esperaba apoyada en el marco de la puerta con un camisón que se pegaba a su cuerpo aún mojado. Le miraba con ojos encendidos y unos labios entreabiertos que le llamaban a través del silencio. David no sabía qué había podido pasar en el baño pero no preguntó, lo único que importaba era que ella parecía estar mejor, y eso era todo.
Sin mediar palabra, David se quitó la camisa dejando al descubierto un torso esculpido en el gimnasio de la empresa y se acercó con paso decidido hacía ella que se retiraba lentamente hasta la cama. Tumbada allí, provocándole, casi suplicándole que le hiciera el amor, que acallara sus pensamientos de una vez por todas, Jesse jugueteaba picarona acariciando con la mano su entrepierna. David se desnudó del todo y le hizo el amor de forma suave, calmada. Tenían toda la noche, y hacía demasiado tiempo que no lo hacían sin tener que pensar en horarios o posturas que mejorasen la fecundación. Aquella noche sólo estaban ellos dos, nadie más, y disfrutaron durante horas como solían hacerlo de recién casados. Caricias, besos, masajes, cualquier cosa que pudiera unirlos aún un poco más era bien recibida entre aquellas sábanas. Y se miraron a lo ojos, en ningún momento dejaron de hacerlo, y cuando David llegó al orgasmo siguió mirándola fijamente. Ella se retorcía al sentir el semen en su interior, cálido, resbaladizo.
Por favor Dios, que llegue uno, sólo uno.
No tardaron en quedarse dormidos uno en brazos del otro, y fue una noche en la que los sueños invadieron la aparente calma de Jesse.

VI



El cielo era de un color azul como nunca antes lo había visto. El sol brillaba tanto que apenas podía mantener los ojos abiertos, y lo que en un principio le pareció un páramo desierto, empezó convertirse hebra a hebra, en un hermoso e infinito campo de ambarino trigo. Paseaba a través de el, recorriendo caminos infinitos, sintiendo como este la abrazaba, la acariciaba, como si el viento le hubiese insuflado vida. Jesse se sintió a salvo entre aquel vasto campo que le acunaba, tal y como se había sentido la primera vez que David la abrazó. Allí, como entonces, supo que nunca podría ser feliz en otro lugar.

VII

Al despertar Jesse se sentía eufórica, su marido en cambio parecía que no había pegado ojo en toda la noche.
—Menuda nochecita me has dado— dijo este frotándose los ojos.
—¿Yo?
—No has parado de moverte ni un segundo.
—Lo siento cielo— dijo besándole en la mejilla antes de levantarse de un salto.
Jesse se metió en el baño tatareando What a Wonderful World.
—Me alegro que al menos alguien haya podido dormir— dijo David revolcándose sobre la cama.
Al escuchar ruido en el piso de arriba, Scottie subió corriendo la escalera y saltó sobre la cama desperezando a David a base de lametones.
—¡Quieto, Scottie, quieto¡— pero el perro no le hizo caso— ¿Quieres guerra?— David le cogió le puso patas arriba y empezó a rascarle la barriga mientras Scottie mordía la punta de las sábanas.
—¡David… Scottie baja de allí! Como se nota que no eres tú quien pone la lavadora— dijo Jesse al verle sobre la cama.
El perro miró a su dueño y al ver que no iba a encontrar un aliado en él, bajó de un salto y se acurrucó entre las piernas de Jesse.
—Serás pelota— dijo ella acariciándole la cabeza y al hacerlo, el color de aquel pelaje, su tacto, le trajo de nuevo el recuerdo de lo que había soñado esa noche— David…
—Dime— contestó él ajeno a lo que su esposa iba a decirle mientras se quitaba la camiseta.
—Estoy embarazada.
David se quedó pensativo unos segundos sin saber qué hacer mientras la camiseta aún le cubría la cabeza.
—¿Y eso te lo ha dicho Scottie?— bromeó al fin.
—¡Pero que tontería! ¡Claro que no me lo ha dicho Scottie!
—Entonces…
—Lo sé y punto— su esposo la miraba con ojos interrogantes, sabía que había algo más— Estááá bien, lo he soñado.
David no podía creer lo que estaba oyendo, aunque supuso que algo así era de esperar.
—Cielo… Ya sabes lo que dijo el Dr. Williams.
—¡A la mierda el Dr. Williams! ¡David, estoy embarazada!
—Bueno, tranquila, no hace falta que te pongas así— David sabía que las palabras que dijera a continuación podrían desencadenar una tormenta de la que no sabía si podría salir ileso— Mira…— empezó a decir mientras invitaba a su esposa a sentarse en la cama junto a él—…haremos una cosa, ahora tengo que irme a trabajar, pero saldré un poco antes a comer e iremos juntos a hacerte la prueba de embarazo ¿Te parece bien?—Jesse le miraba con el ceño fruncido— No es que no te crea, ojalá sea cierto, pero no cuesta nada asegurarse— Jesse asintió con la cabeza intentando reprimir el llanto— Bien. ¿Vienes a buscarme al trabajo?
—Claro.

VIII
Hacía veinte minutos que el Dr. James había ido en busca de los análisis y la consulta parecía estrecharse poco a poco. Jesse estaba al borde del llanto, David había visto aquella expresión demasiadas veces en los últimos días como para no reconocerla, pero no supo que decir para calmar a su esposa. Ella estaba convencida que estaba embarazada, pero el sabía que aquello era poco probable. Todos los médicos habían dicho que era imposible, así que…
La puerta se abrió y de ella emergió el Dr. James que ojeaba sus papeles una y otra vez. Ambos le miraban con expresiones bien distintas, Jesse con esperanza, David con pena.
—Bien Sres. Zimmer… No entiendo cómo ha podido pasar pero Jesse… estás embarazada.
Sus ojos se abrieron como platos y con una sonrisa de oreja a oreja, las lágrimas que tanto había contenido se desbordaron al fin.
—Está… está seguro.
—Hemos repetido las pruebas dos veces. Ni yo mismo me lo creo. ¡Enhorabuena!
David miraba a su esposa con incredulidad.
—¡Lo ves, te lo dije!— dijo ella.
—¡Va… vamos a ser padres! ¡Voy a ser papá!— y la abrazó sumando sus lágrimas a las de su esposa.
—Ahora tienes que hacer mucho reposo. Aún hay muchas posibilidades de un aborto— interrumpió el doctor.
Aborto. Aquella palabra truncó de golpe toda ilusión.
—Recomiendo reposo total, sobretodo durante los primeros meses. Jesse lo que te ha pasado es muy poco frecuente así que…
—No se preocupe, haré lo que sea por el bebé.
—Contrataremos a una chica que te ayude mientras yo no esté— dijo David al instante.
—Lo que sea— repitió Jesse.
IX

Cinco largos meses sin moverse de la cama, más de la mitad del embarazo, con frecuentes visitas del Dr. James quien, amablemente, había accedido a desplazarse hasta su casa para hacer los controles de rutina. Y otros cuatro yendo de la cama al sofá y del sofá a la cama, siguiendo una dieta especial y pinchándose hormonas cada dos por tres.
Cada día la misma rutina, cada día deseando que llegara la noche y es que las horas pasaban más deprisa cuando conseguía dormir. Cosa que no era muy a menudo. Sin embargo, a pesar de la incomodidad, a pesar del aburrimiento, a pesar de todo, Jesse sabía que cada día de suplicio la acercaba un poco más a su hija. Y con eso consiguió seguir adelante. Hasta que llegó la primera contracción.

Tardaron diez minutos exactos en llegar al hospital. David conducía como si cada segundo fuera crucial, apretando a fondo el acelerador, sin importarle los radares que infestaban la ciud
ad, ni las multas… Sólo pensaba en se esposa y en su hijo no nato.
Que todo salga bien, Dios mío, que todo salga bien.
Y todo salió bien. Fue un parto rápido, menos de tres horas y la niña pesó tres quilos y medio.

—Es un milagro— dijo Jesse al cogerla por primera vez entre sus brazos.
—Sí que lo es— contestó David besando a su esposa en la frente perlada de sudor.
Una de las enfermeras se acercó y se llevó a Diana.
—¿Qué hace? ¿Dónde se lleva a mi hija?— preguntó nerviosa Jesse.
—Tranquila cielo, sólo van a limpiarla un poco. En seguida te la devuelven.
—Está bien, pero vigila que no le pase nada.

Un largo descanso

Hola turistas...

Hace mucho tiempo que Violet está tranquilo. Por aquí hace mucho calor sabeis, y solemos quedarnos en casa el máximo tiempo posible. A veces he creido que el sol podría derretirme los ojos si me atrevía a salir a la calle. Así es el verano en Violet Hill. Incluso los animales habían desaparecido y sólo hace unos días que han vuelto. es el ladrido de un perro o el piar de los pájaros quien nos dice que el peligro ha pasado.

De todas formas he tenido tiempo de desempolvar viejas historias del fondo de mis recuerdos. Venid, coger algo de comer y sentaros junto a mi, porque lo que os voy a contar puede que me lleve algún tiempo.

De nuevo...

Bienvenidos a Violet Hill.

 
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