Bienvenido A Violet Hill

¡Hombre un turista!

La verdad es que no se ven muchos por aquí. Ya sabe esto es un pueblo tranquilo. Ni siquiera salimos en los mapas. Demasiado pequeños... ¡Pues mejor! ¡Que les den a todos!
...

¡Oh no... no! no se vaya todavía. Deberá disculparme. Mi mujer siempre me dice que debería pensar antes de abrir esta bocaza. Supongo que tiene razón.

¿Que cómo ha llegado aquí? ¿Quién sabe? Algunos llegan porque hace tiempo que nos andaban buscando, para otros en cambio es sólo cuestión de suerte.

¡De eso nada! Esta noche se quedará con nosotros. Dentro de poco oscurecerá y no es seguro ir por estas carreteras mal asfaltadas. Insisto.

Bien, si quiere puede ir a dar una vuelta por el pueblo. Dentro de una hora vuelva. Le estaré esperando con una cerveza bien fría y alguna historia que contar. Le aseguro que no se arrepentirá, mi mujer prepara los mejores guisos de la región.

Ya lo verá, lo pasaremos de miedo.

Dos días antes de entrar.

I

Gravity, it’s working against me. And Gravity wants to break me down…John Mayer cantaba en la radio. El despertador marcaba las 8.30 de la mañana de un lunes y los ojos de Amy no querían abrirse
Gravity stay a hell from me…
Sus párpados parecían estar pegados, como si llevaran cerrados toda una vida. Su cuerpo, sin embargo, ya había empezado a moverse. Se deshizo de la sábana de un fuerte tirón cuando los suaves acordes de blues dieron paso a la pegadiza guitarra de Keith richard en satisfaction.
⎯¿Cuánto hacía que no escuchaba esa canción? ⎯Se preguntó Amy subiendo el volúmen de la radio⎯ ¿Seis, siete años?
Sigue leyendo...
Entró en la ducha.
El agua cayó fria al principio, obligándola a abrir los ojos de par en par, pero pronto empezó a salir caliente y el vaho la envolvió por completo. Se sentía a gusto allí. El último reducto que podía seguir perteneciéndole. Diez minutos más tarde ya estaría de camino a la tienda dónde se pasaría el día reordenando el almacén porque no había clientes que atender.
¿A quién se le ocure montar una tienda de antiguedades en un pueblo como aquel? A ella desde lugo no, pero Dinah Mcdonald, su jefa, la mantenía abierta de todos modos. Lo que ara Amy era una suerte, al menos tenía un sueldo con el que pagar el agua que ahora la despertaba.
Cerró el grifo y salió de la ducha. Su cuerpo desnudo se tensó al sentir el frío, como si todas las ventanas del apartamente estuvieran abiertas de par en par en una fría noche de invierno. Pero no era de noche, y desde luego tampoco era invierno. En realidad hacía una temepratura de lo más agradable, pero nunca le habían gustado los contrastes.
Amy era de esas personas que aprecian la monotonia y la atesoran como uno de sus mayores tesoros. Un mundo ordenado y una vida tranquila solía decir.
⎯Buenos días a todos queridos oyentes…⎯ dijo el locutor de la radio.
⎯Buenos días Frank⎯ le respondió Amy. En realidad el hombre se llam
aba Petter, aunque, y sin saber muy bien por qué, siempre habia sido Frank para ella.
⎯… como no quiero que os durmais de camino al trabajo qué os parece algo de George Benson para animar esas largas caravanas. Esta va dedicada a Marlene… Ella ya sabe por qué⎯ añadió con tono picaron.
A Amy, Frank siempre le había parecido el hombre más enérgico del planeta. A saber cuántas horas llevaba ya en pie y las que le quedaban aún por delante. Pero al menos tenía un trabajo divertido. Se dijo que pinchar la música que a uno le gusta es mucho mejor que pasarse el día trasladando muebles y quitando una y otra vez el polvo que se acumulaba por todos los rincones del almacén.
Se secó y, con el pelo aún mojado, puso a calentar un cazo con agua. Le gustaba tomarse una taza de té antes de salir de casa. Para ella, aquella constumbre, había acabado adquirie
ndo todo el sentido de un ritual. Frutos rojos, siempre frutos rojos, comprados en la herbolistería de la Sra. Brown Era algo más caro que comprarlo en bolsitas, pero a ella le gustaba abrir la caja, remover las hojas secas con la cuchara y dejar que su aroma subiera en espiral hasta colarse por su nariz.
Amy abrió el armario dónde guardaba los filtros. Cogió la caja y sacó uno. Cuando iba a guardarla de nuevo, creyó ver algo, un fugaz destello negro, escondiéndose tras los cereales. Fue sólo un segundo, una sombra, pero bastó para que diera un respingo. Cerró de un portazo el armario y se quedó mirándolo. Estaba tan tensa que el filtro había desaparecido en el interior de su puño cerrado. Permaneció así durante más de un minuto, aunque a ella le pareció mucho más. Temía que si apartaba la mirada, el armario se abririera de golpe para que, fuera lo que fuera lo que había visto, pudiera saltar sobre ella. Su cuerpo desnudo empezaba a s
udar en abundancia y, a pesar que intentaba controlarla, su respiración era acelerada.
El agua empezó a hervir de forma violenta hasta salirse del cazo. Aquello la sacó por un in
stante de su estupor. Sus ojos se desplazaban rapidamente del cazo al armario y vicerversa. Su rodilla derecha tembló ligeramente cuando se obligó a acercarse a la cocina. Cada paso que la acercaba al armario era una tortura. El sudor resbalaba ya por su nuca recorriéndole la espalda. Picaba.
Se detuvo al creer escuchar un extraño sonido tras la portezuela, pero se ahogó tras el chapoteo del agua hirviendo. Amy respiró hondo tres veces y apagó el gas con un rápido movimiento. Tres gotas de agua que saltaron del cazo le quemaron la mano, pero estaba tan tensa que ni siquiera se dio cuenta.
Empezó a alejarse tímidamente de allí. Un paso detrás de otro. Sus pies descalzos se arastraban por el suelo cuando algo le rozó el talón. Amy se quedó paralizada.
Bajó la vista y la vio correteando por entre sus pies Era una cucaracha, pero no de esas pequeñas como las que solía encontrar de vez en cuando al mover algún mueble en el almacén. Con el tiempo había llegado a acostumbrarse a ellas, como si hubieran llegado a un acuerdo tácito entre ellas. Ellas se salvaban de morir aplastadas por la bota de Chuck, el hombre que regentaba la ferretería de al lado, y a cambio procuraban no cruzarse en su camino.

Pero lo que en esos momentos correteaba tranquilamente frente a sus ojos no era para nada como aquellas. Su tamaño debía ser tres o cuatro veces superior, (aunque para Amy la diferencia era incluso mayor) y su cuerpo estaba recubierto de un negro brillante que despedía tímidos destellos al moverse. Sus antenas eran completamente desproporcionadas, largas y delgadas, se movían de aquí para allá con frenesí, tanto que parecía que fueran a partirse en cualquier momento.
La cucaracha siguió corriendo hasta esconderse bajo la nevera.
Amy, no sé dio cuenta que había dejado de respirar hasta que tomó una profunda bocanada de aire cuando el animal desapareció. Su cuerpo empezó a vibrar ligeramente. Una molesta picazón le subió por las piernas adueñándose de cada centímetro de su piel hasta convertirse en un picor insoportable. Uno que no desaparecía por mucho que se rascase, como si un centenar de esas cosas la cosquillearan con sus diminutas patas,
enredándose en su pelo. Quién sabe, tal vez incluso anidando en él.
Tal pensamiento logró sacar a Amy de su estupor que, restregándose el cuerpo y la cabeza con ambas manos, se metió en la habitación, abrió el armario, cogió lo primero que encontró y se vistió lo más deprisa que pudo.
Lo único que en esos momentos importaba era salir de alli cuanto antes.
Una vez vestida cruzó la cocina dándo saltos hasta salir del piso. Estaba ya cerrado la puerta cuando recordó que las llaves seguían en la mesita dónde solía dejarlas. Durante unos segundos titubeó; entraba a cogerlas o no… Hasta que aquella cosa volvió a aparecer de debajo del refrigerador, y lo que aún era peor, otra compañera suya descendía de la pared para ir a encontrarse con ella.
Por alguna extraña razón la visión de aquellos insectos se le hizo mucho más aterradora desde la distáncia y es que les veía deambular tranquilamente por el piso como si est
e fuera su nido y ella sólo una visitante indeseada.
Y así debía ser de algún modo pues era ella la que se marchaba.
Amy cerró la puerta y bajó las escaleras de dos en dos.
⎯La Sra. Bissé tiene un juego de llaves por si pasaba algo⎯ pensó.
Bela Bissé era su vecina del piso de abajo. Llamó a su timbre con el corazón aún acelerado.
⎯Síííí…⎯ la oyó preguntar desde el otro lado de la puerta.
Bela era una anciana uraña y antipática hasta los extremos con casi todo el mundo pero, por alguna extraña razón, se comportaba con Amy como lo haría una dulce abuela con su nieta. Bela nunca hubiera abierto la puerta de no saber que era ella la que estaba al otro lado, y lo sabía porque nadie más en Violet Hill tendría nigún motivo para estar allí. Y de tenerlo ella no estaría interesada en conocerlo.
⎯Hola querida⎯ dijo en tomo amable. Su voz se había ido haciendo más aguda con el paso de los años, aunque para la mayoría aquel hecho no la hacía menos intimidatoría, más bien todo lo contrario. Al hablar, las carnes que colgaban bajo su mentón bailoteaban de forma hipnótica. Tenía el pelo muy largo y liso pero se ondulaba a medida que se acercaba a las puntas mal cortadas. Hacía años que, tras discutirse con la peluquera, había decidido que podía cort
arse el pelo ella misma, en su propia casa y sin tener que soportar sus impertinencias. Su cabellera era de un blanco perfecto, ni un solo de sus cabellos destacaba por encima de los demás formando, lo que a Amy siempre le había parecido, un hermoso velo de seda blanca.
⎯Hola Sra Bissé…⎯ dijo Amy con la respiración entrecortada.
⎯¡Oh, Amy!⎯ la interrumpió ella con un amigable reproche y haciendo caso omiso del estado en que su visita se encontraba⎯ ¿Cuántas veces te he dicho que me llames Bela?
⎯Yo es que…⎯ Amy aún seguía alterada y se dio cuenta que le costaba hilvanar sus pensamientos.
⎯¡Da!⎯ dijo alzando el dedo. Era su forma de decir que el tema estaba zanjado. Bela se dio la vuelta y regresó al interior de su apartamento invitándola a que la siguiera⎯ Me apetece una cerveza ¿Quieres una?

⎯¿Cerveza?⎯ respondió ella con asombro. Demasiado para su gusto.
Bela sacó una lata de la nevera, la abrió y se dio la vuelta hacia ella.
⎯Querida, cuando una llega a mi edad descubre que poco le importa lo que los demás pueden pensar⎯ Amy se sintió cupable por haberla juzgado y supuso que en el fondo tampoco era que le estuviese ofrenciendo un pico de heroína⎯ ¡Al carajo!⎯ gritó Bela mirando hacia la ventana y el mundo exterior⎯ si te apetece una cerveza a las nueve de la mañana por qué no vas a tomártela⎯ dijo dando un largo y ruidoso sorbo. Este hecho, que de haberlo realizado cualquier otra persona de su edad hubiera parecido cuan menos extraño, se antojaba de lo más natural en ella⎯ Bueno querida, ¿qué quieres?⎯ así era ella, directa como una bala volando hacia tu cabeza. A Amy le gustaba.
⎯Cucarachas⎯ dijo esgrimiendo una leve mueca al recordar al insecto⎯ del tamaño de una iglesia.
⎯¿No llegan a catedrales?⎯ respondio Bela con su peculiar sentido del humor.
⎯No, aún no.
Amy sonrió y su nerviosismo se desvaneció entre los pliegues de sus labios. Bela volvió a dar un largo sorbo de la lata. La sonrisa de Amy se convirtió en risa.

⎯ Bela, eres increible⎯ le dijo.
⎯Lo sé querida, lo sé⎯ le respodió esta guiñándole el ojo⎯ Ahora en serio, lo mejor que puedes hacer con esas pequeñas⎯ Bela vio en los ojos de Amy que estaba a punto de corrgerila⎯ O no tan pequeñas…⎯ volvió a beber⎯ debes llamar a un fumigador cuánto antes porque como empiecen a criar…⎯ Amy asintió con la cabeza. Sabía que Bela ya lo tenía todo previsto, era una mujer de acción y conservaba la mente agil, así que puso el piloto automático y se dejó llevar⎯ El primo del hermano de la panadera tiene una empresa de fumigación… Nos conocemos desde hace años. Te tratará bien⎯ Amy volvió a asentir mientras Bela cogía el teléfono y empezaba a marcar. Amy pensó que debía tener una memoria prodigiosa si era capaz de recordar el número del primo del hermano de la panadera. Lo recordaba⎯¿Greg, eres tu?⎯ preguntó. Un breve silencio.⎯ ¡Claro que soy yo! ¿Quién sino?⎯ al otro lado del teléfono, Greg había empezado a hablar sin parar mientras Bela miraba a Amy cruzando los ojos en una extraña mueca que
la divirtió. Ya apenas alcanzaba a recordar el picazón que poco antes había sentido por todo el cuerpo, ni la sensación de ser echada de su propio piso, ahora sólo estaba aquella encantadora viejecita y sus muecas⎯ ¡Da! ¡Dadada! Greg, no me importa… No… me… im… por…ta⎯ el teléfono enmudeció y es que Bela podía ser muy tajante cuando se lo proponía⎯ Bien, ahora escucha. Tengo una amiga Amy Johnson con un problemilla de los que a ti te gustan… Sí exacto, y de las gordas. ¡No Greg! ¡Cállate! Ni lo sé ni me importa, así que no empieces otra vez⎯ Bela parecía realmente furiosa con él. Amy empezó a sentirse incómoda⎯ Bien me da igual si tienes trabajo o no, quiero que vengas esta misma mañana y te encargues del asunto. … Sí, en mi edificio… el piso de arriba…⎯ y colgó. Ni siquiera un gracias Greg o un siento la premura. Nada⎯ Bien querida, todo solucionado. Estará aquí en una hora. Yo misma le abriré, así tu puedes ir a la tienda. Lo último que quiero es que esa vieja arpía que tienes por jefa te eche la bronca por algo como esto.
⎯Muchas gracias Bela.
⎯No tienes por qué dármelas cielo, eres lo único que vale la pena en este maldito pueblo⎯ sus ojos se enfriaron de repente y Amy pensó que en realidad era una mujer extremadamente solitaria. Pensó que debería visitarla más a menudo de lo que lo había estado haciendo que era casi nunca⎯ Sólo recuerda que no puedes entrar en tu piso en un par de días. Por el veneno.⎯ Bela se terminó la cerveza⎯ Supongo que una muchacha tan guapa como tu tiene dónde pasar la noche, pero si no es así, aquí tienes una cama y cerveza fría.
⎯Gracias Bela, te llamó luego desde el trabajo y te digo algo⎯ Amy miró el reloj; marcaba las nueve y media⎯ ¡Dios mío, que tarde!
⎯Tu no te preocupes de nada. Sólo acuerdate de no entrar en el piso en los póximos dos días y yo me encargo del resto.
⎯Gracias ⎯ volvió a decir dándole dos besos.
⎯De nada cielo⎯ se quedaron unos segundos en silencio. Ambas tenían cosas que decir pero ninguna se movió⎯ ¡Anda corre, que llegarás tarde!⎯ la espetó finamente Bela.
Amy sonrio de nuevo.

viernes, 28 de agosto de 2009

1 Comment:

Josep Parera Escrichs said...

Una pregunta para navegantes... ¿Alguién sabe por qué de repente me salen las imágenes también después del "sigue leyendo..."?

 
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Based on a work at Lee Vining, en el motel Murphey's.