Bienvenido A Violet Hill

¡Hombre un turista!

La verdad es que no se ven muchos por aquí. Ya sabe esto es un pueblo tranquilo. Ni siquiera salimos en los mapas. Demasiado pequeños... ¡Pues mejor! ¡Que les den a todos!
...

¡Oh no... no! no se vaya todavía. Deberá disculparme. Mi mujer siempre me dice que debería pensar antes de abrir esta bocaza. Supongo que tiene razón.

¿Que cómo ha llegado aquí? ¿Quién sabe? Algunos llegan porque hace tiempo que nos andaban buscando, para otros en cambio es sólo cuestión de suerte.

¡De eso nada! Esta noche se quedará con nosotros. Dentro de poco oscurecerá y no es seguro ir por estas carreteras mal asfaltadas. Insisto.

Bien, si quiere puede ir a dar una vuelta por el pueblo. Dentro de una hora vuelva. Le estaré esperando con una cerveza bien fría y alguna historia que contar. Le aseguro que no se arrepentirá, mi mujer prepara los mejores guisos de la región.

Ya lo verá, lo pasaremos de miedo.

Dos días antes de entrar. (continuación)

II
La noche anterior la había pasado en casa de Bela. No estuvo mal. Una cena ligera, ensalada y pollo a la plancha de segundo. La aciana había abierto una botella de vino tinto y estuvieron conversando de esto y aquello hasta que la terminaron.
Amy pensaba en aquella agradable noche sentada en una silla del siglo XVII que ella misma había restaurado. Le gustaba esa silla, de hecho era su preferida. El tacto de la caoba pulida siempre lograba relajarla y hacerla olvidar que, un día más, no tenía nada que hacer en la tienda. De vez en cuando vendía algunas pequeñas piezas, pero las grandes ventas se hacían a través de internet. Desde que Dinah se había modernizado creando la web, el negocio empezó a crecer y es que su jefa tenía el don de encontrar buenas piezas en los lugares más insospechados. Aunque la mayoria se encontraba en un estado lamentable. Las compraba baratas y las vendía a un precio desorbitado, pero Amy era muy buena convirtiendo aquellos trozos mal ensamblados y llenos de carcoma en los hermosos muebles que antaño fueron. Así que supuso que el precio de venta estaba más que justificado. Aunque este no estuviera en concordancia con su sueldo. ⎯Si tuvieran que pagarme por horas…⎯ pensó.
Sigue leyendo...
En realidad no tenían porque mantener la tienda abierta al público, no valía la pena, pero Dinah insistia en ello. Cuestión de imagen, decía. Amy nunca llegó a entenderlo. Por lo general solía pasar las horas restaurando alguna pieza pero hacía meses que Dinah no traía nada nuevo.
⎯¿Nada nuevo?⎯ pensó durante unos instantes⎯ ¡Mierda el inventario!⎯ se dijo golpeándose la cabeza⎯ Amy eres una estúpida. Estúpida y olvidadiza.
De pronto recordó la carpeta de cuero rojo sobre la mesa. La había dejado junto a las llaves precisamente para no olvidársela. Y es que esa misma tarde tenían que traer un juego de sillas junto con unos jarrones (no recordaba cuántos) y…
Sabía que había algunas cosas más pero se le escapaba.
⎯Y ahora qué. Necesito ese inventario⎯ pensó⎯ pero Bela dijo que no podía entrar en casa en dos días, y sólo ha pasado uno.
¿Qué podía hacer? Si por cualquier motivo faltaba algo en el lote se la iba a ganar. Dinah era extemadamente protectora con sus pequeños tesoros. Si por algún motivo faltara uno sólo de los jarrones…
⎯¡Dios, por qué narices me lo llevaría a casa! En fin, supongo que habrá que ir a por él. No estaré dentro más de treinta segundos. No creo que vaya a pasarme nada, puedo estar treinta segundos sin respirar.
Amy se dio la vuelta y vio, sobre una de las mesitas victorianas una mascara de papel que utlilizaba cuando había que barnizar algún mueble.
⎯Una pequeña protección extra nunca está de más⎯ se dijo metiéndosela en el bolsillo.
Salió de la tienda colgándo el cartel de cerrado tras de sí y fue dirección a su casa. Por suerte no estaba lejos del trabajo. Subió las escaleras con sumo cuidado de no hacer ruido. Lo último que quería era que Bela supiera lo que iba a hacer. Sin duda se lo impediría.
⎯¡Ningún invenario de mierda es más importante que tu salut!⎯ le diría.
Propablemente tuviera razón, pero Amy no estaría tanto tiempo allí como para correr ningún riesgo.
Pasó frente a la puerta de Bela y pudo escuchar el programa de cotilleos que estaba viendo en la tele. Los gritos de aquella gente traspasaban la puerta retumbando en la escalera como si estuvieran allí mismo.
Amy pensó que ella nunca solía tener la televisión tan alta, aunque fue una suerte, así seguro que no iba a oirla entrar en su piso.

Siguió subiendo hasta el piso de arriba. Se acercó a la puerta y aspiró con fuerza. Nada, ni siquiera el más tímido olor colándose por entre las rendijas. Aún así Amy sacó la máscarilla del bolsillo y se la colocó en la cara.
⎯Mujer precavida vale por dos.
La mascarilla desprendía un ligero olor a barniz. Era un olor familiar y reconfortante, un olor de paz y tranquilidad. Se sintió un poco mejor.
Metió la llave en la cerradura y por un momento se detuvo. Se imaginó el suelo de su piso completamiente cubierto de cucarachs muertas. Tal vez si tenía que sortearlas tardara más de lo previsto en volver a salir. ¿Y si realmente era tan tóxico ese gas? ¿Y si no lograba aguantar la respiración? ¿Y sí…?
⎯¡Basta!⎯ se ordenó mentalmente⎯ Ahora vas a girar esa llave, entrarás en TÚ casa, cogerás el maldito inventario y saldrás de aquí antes que esa cosa se meta en tus pulmones.
Amy giró la llave.
⎯No mires al suelo. Concéntrate en la carpeta.
Abrió la puerta. Nunca la había oído chirriar, sin embargo ahora crujía de una forma exagerada.
⎯Está todo en tu cabeza… en tu cabeza.
Detrás suyo, los contertulios del programa de cotilleos seguían gritando, desesperados, como si les fuera la vida en ello.
Había otra puerta que separaba el descansillo del salón principal y la cocina. Estaba cerrada. Tal vez por eso no hubiese sentido el olor del veneno. Debería acordarse de cerrarla de nuevo al salir.
Iba a abrirla cuando creyó escuchar un ligero crujir, como el de una rama seca partiéndose al caminar sobre ella, aunque no, no era exactamente eso. Había algo húmedo en aquel sonido. Abrió la puerta procurando no hacer ruido. De nuevo aquel crujido.
Los treinta segundos que en principio deberían haber bastado para entrar y salir, se habían esfumado hacía tiempo pero había algo en su apartamento, algo que no era una cucaracha, y Amy necesitaba saber qué era.

Lo primero que vio al abrir la puerta del todo fue la carpeta de cuero rojo sobre la mesa. El crujir dio paso a un rítmico repicar, como si fueran las uñas de un perro sobre el suelo.
Clicliclic.
Algo olfateaba.
Clicliclic.
Buscaba hasta encontrar. Luego una cola asomando por la cocina. Rápida, fugas, y otro crujido, salvo que esta vez no le quedó ninguna duda, la humedad que había percibido estaba allí, tan clara y repulsiva como uno pudiera imaginar.
Dio unos pasos en dirección al salón y a la carpeta. Sabía que era una locura. De alguna forma un perro había logrado colarse en su apartamento y sobrevivir al veneno. Creía recordar que en la cocina tan sólo dejó un pepino fuera de la nevera, así que seguramente el animal estuviera hambriento. Sabía que tenía muchas probabilidades de ser atacada por el can, sin embargo siguió caminando. Lo hacía de puntitas, respirando lo menos posible. Sus ojos estaban clavados en la carpeta mientras sus oídos se concentraban en el sonido proveniente de la cocina. Calculó que si el perro la atacaba tendría tiempo de cruzar la puerta antes de que le alcanzara.
Sabía que no era verdad.
Clicliclic.
Clicliclic.
Sus uñas recorrían nerviosas la cocina, por suerte la carpeta estaba ya muy cerca.
⎯En el verano del amor…⎯ empezó a canturrear en falsete una extraña voz proveniente de su habitación⎯… mi nena me dejó…
Amy dejó escapar un tímido gemido y se maldijo en el acto por ello.
⎯Yo me vi sólo y sin trabajo… ⎯ seguía cantando la voz, pero el perro había detenido su incansable búsqueda.
El corazón de Amy se aceleró hasta límites insospechados. La mascarilla se hinchaba y dehinchaba como si uno de sus pulmones se le hubiera salido por la boca.
Clicliclic.
Las uñas reaparecieron, salvo que esta vez se acercaban hacia ella.
Clicclic…
El anial sacó la cabeza de la cocina y sus miradas se cruzaron.
Amy se equivocaba, puede que tuvieran algún parecido pero si aquello era un perro, era el perro más repugnante que hubiera visto jamás.
El animal no debía medir más de veinte centímetros de alto. Su pelaje era tosco, tan grueso que parecía estar recubierto de espinas grises y marrones por igual. Sus patas eran cortas pero poderosas. Tal vez no pudiera correr muy deprisa pero a juzgar por sus músculos y por las afiladas uñas, pensó que podrían cavar un oyo incluso en medio del asfalto. Aunque sin duda lo más extraño de todo era su morro. Era largo y afilado, más propio de un pájaro que de un perro, eso, claro está, si no hubiera estado recubierto por centenares de pequeños y afilados dientes. Enredado en ellos, algo se removía desesperadamente intentando escapar. A Amy le costó reconocerla al principio, pero pronto vio las largas antenas subiendo y bajando.
El animal ladeó levemente la cabeza y se tragó la cucaracha que llevaba en la boca. Fue entonces cuando Amy se dio cuenta que le faltaba una oreja, en su lugar sólo una protuberancia era testigo que una vez allí había habido algo.
Volvió a ladear la cabeza. Era como si la estuviera examinando, decidiendo qué iba a hacer a continuación.
Amy estaba completamente petrificada, y la voz de la habitación seguía canturreando aquella estupida canción que sin duda iba inventándose sobre la marcha. Intentó dar un paso hacia atrás pero los músculos de las patas del perro se tensaron en cuanto intuyó que iba a moverse. El mensaje estaba claro: si das un solo paso saltaré encima de ti y hundiré mis asquerosos dientes come cucarachas en tu precioso cuello.
⎯Tranquilo⎯ susurró intentando calmar al animal sin llamar la atención del desconocido que seguía con su música.
El animal abrió la boca dejando al descubierto una azulada lengua, fina y viscosa, que se removía como una anguila recién pescada en su interior. Esta salió disparada hacia ella, restallando como lo haría un látigo.
Amy dio un respingo pero consiguió, tapándose la boca con ambas manos, ahogar el grito que subía por su garganta.
⎯¿Cómo va eso Marilyn?⎯ preguntó la voz de la habitació⎯ Hoy te estás poniendo las botas ¿eh?⎯ la voz se río de forma grotesca llamando la atención del animal que giró la cabeza en dirección a la habitación.
Amy no lo pensó demasiado. En cuanto el animal desvió la mirada ella dio media vuelta y empezó a correr hacia la puerta.
⎯Con un poco de suerte…⎯ pensó.
Pero Marilyn la vio por el rabillo del ojo. Sus patas se tensaron, y los músculos del cuello se marcaron notabemente a pesar del grueso pelaje, cuando lanzó lo más parecido a un gruñido que aquella cosa podía producir.
A Amy las piernas empezaron a dolerle, más por el miedo que por el esfuerzo, y el maldito pasillo parecía interminable, casi como si fuera agrandándose a medida que avanzaba. Todo a su alrededor quedaba distorsionado, empañado por el sonido de aquel gruñido.
Cliclicliclic
El animal empezó a correr hacia ella. Su lengua restallaba aquí y allá, cada vez más cerca, cada vez con más fuerza. Amy sabía que si aquella cosa le tocaba, aunque sólo fuera rozándola, se caería del asco. Sus músculos se agarrotarían y terminaría dándose de bruces en el suelo mientras aquel bicho jugueteaba a su antojo con ella.
⎯¿Marilyn?⎯ la voz de la habitación sonó más aguda si cabe⎯ ¿Marilyn, qué ocurre cielo?
Amy estaba a punto de llegar a la puerta que separaba la entrada del salón cuando el hombre salió de la habitación.
Era alto, tanto que tuvo que encorvarse ligeramente para no golpearse con el marco de la puerta, y era grueso. La camiseta de tirantes que llevaba apenas lograba retener la masa grasienta que rodeaba su esqueleto. En el piso hacía calor, así que se había quitado los pantalones. Sus calzoncillos no dejaban mucho a la imaginación y sufrían tanto como su compañera. Sus grandes piernas estaban cubiertas de pelo negro. No llegaba a ser tan grueso como el pelaje del animal pero poco le faltaba. Sin embargo era el único lugar de su cuerpo que tenía pelo. Nada en los brazos ni en la cabeza. Una de sus grandes manos sostenía sobre sa nariz una de las bragas de Amy que había encontrado en el suelo.
El hombre salió de la habitación con semblante divertido, aunque pronto se borró al ver a una mujer intentando cerrar la puerta de cristal mientras Marilyn se abalanzaba sobre ella.
⎯¡Marilyn no! ¡Quieta!⎯ gritó arrojando las bragas a un lado y corriendo hacia ellas.
Amy no logró cerrar la puerta. Cuando vio al animal saltar sobre ella trastabilleó y se cayó de espaldas golpeándose la cabeza.
Durante unos segundos todo daba vueltas. Un amasijo de colores confusos que no le decían nada. Era como estar fuera de su propio cuerpo. Notaba que tiraban de ella de forma violenta, pero nada más. No había dolor, no había miedo, sólo una gran y brumosa opacidad.
El animal sobre ella, cebándose con su mano, el hombre de la camiseta de tirantes cogiéndo a Marilyn por el estómago y tirando de ella.
¬⎯¡Suelta!⎯ dijo aquella voz⎯ ¡Suelta!⎯ repitió.
Marilyn se soltó y al hacerlo la sangre salió a borbotones. Su rojizo color fue lo que devolvió a Amy a la realidad, con la misma brutalidad que una lancha que echara el ancla cuando iba a máxima velocidad. El mundo se detuvo unos segundos antes de explotar por completo.
Su mano quemaba, ardía como si la tuviera metida en el horno. La alzó frente a sus ojos y con un grito contempló la sangre manando con abundancia de dónde antes había habido un dedo índice y un anular. El muñón la escupía a intervalos irregulares como un viejo que tosiera y escupiera las flemas en el suelo.
⎯¡Mala Marilyn! ¡Mala!⎯ escuchó que decía el hombre.
Amy se desmayó.

III
⎯¿Cómo te encuentras querida?⎯ dijo una voz que reconoció.
Era Bela quien le hablaba sentada al lado de la cama. Amy abrió los ojos y miró a su alrededor. Seguía aturdida por los calmantes y su estómago parecía estar del revés. Debió esforzarse por no vomitar.
⎯Estás en el hospital⎯ continuó la anciana de la forma más natural posible.
⎯¿Qué…?⎯ tenía la boca seca⎯ ¿Qué ha pasado?⎯ dijo.
Amy intentó incorporarse y al hacerlo se apoyó en la mano herida que rápidamente respondió a su pregunta.
Como si de una adicta al LSD se tratara, el dolor inundó su cabeza con imágenes. Demasiado veloces, demasiado brumosas como para comprenderlas más allá de lo más básico. Lo único contundente en ellas era la sangre brotando de sus desaparecidos dedos.
⎯Amy…⎯ dijo Bela. Su voz sonaba triste, y arrastraba cada letra como si le costase pronunciarlas⎯ ¿Por qué lo hiciste? Te dije que no debías entrar…⎯Bela dejó la frase en el aire.
⎯Yo… no recuerdo⎯ dijo Amy con la mirada clavada en las vendas que empezaban a macharse de sangre de nuevo.
⎯El veneno… ⎯Bela suspiró como si aquello lo hiciera todo más fácil. No lo hacía⎯ Estuviste alucinando⎯ volvió a detenerse de nuevo⎯ A saber qué pasó por tu cabeza para hacerte eso⎯ dijo señalando su mano.
⎯Los he…⎯ empezó a decir Amy con lágrimas en los ojos.
Bela asintió con la cabeza.
⎯Estaban tan dañados que no pudieron reimplantártelos.
Amy estalló en llanto.
IV

Un mes más tarde el escozor en la mano seguía allí. Dolor fantasma le llamaban. En el hospital se dijeron que tardaría en desaparecer. El doctor le dijo que muchos sentían dolor, ella sólo sentía un pocor que no podía aliviarse. Así que supuso que era afortunada.
Miraba la cocina como si ya no fuese suya. De hecho nada en aquel apartamento habia vuelto a parecerle lo mismo después de aquello. Era como si ya no le perteneciera, como si no tuviera derecho a estar allí. Supuso que era otra variante del dolor fantasma.
Se plantó frente al refrigerador. Por un instante creyó sentir un ligero Clicliclic proveniente de su interior. El doctor también le había advertido sobre aquello. Podía experimentar cierto tipo de alucinaciones, reflejos derivados de la intoxicación. Ya había pasado bastante tiempo, pero seguía escuchándolos de vez en cuando. Aunque cada vez eran menos frecuentes.
Abrió la nevera, descorchó la botella de vino que tenía a medias y recordó las palabras de Bela.
Si te apetece una cerveza a las nueve de la mañana por qué no vas a tomártela.
Parecían tan lejanas… y nunca como en ese momento se le antojaron tan ciertas.
A Amy no le gustaba la cerveza, pero no rechazaba facilmente un buen Cabernet.
Cogió el corcho con la mano derecha. Para cuando quiso darse cuenta que los dedos ya no estaban allí, este ya estaba rodando bajo la nevera.
⎯¡Mierda!⎯ gritó enfurecida mirándose los muñones⎯ En fin… Supongo que aún te llevará un tiempo⎯ se dijo.
Lo último que Amy quería era que el vino se estropeara por su torpeza, así que movió un poco la nevera hacia un lado. Cuando se agachó para recoger el corcho vio que descansaba junto a algo que no había visto antes y que sin embargo la llamaba poderosamente. Lo recogió. Parecía un cabello, sólo que más largo y grueso de lo que uno podría esperar. Su tacto era áspero y desprendía un fuerte olor a podrido, como si hubiera recorrido media ciudad viajando por las cloacas.
⎯Pero qué diablos…

viernes, 28 de agosto de 2009

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Based on a work at Lee Vining, en el motel Murphey's.