Bienvenido A Violet Hill

¡Hombre un turista!

La verdad es que no se ven muchos por aquí. Ya sabe esto es un pueblo tranquilo. Ni siquiera salimos en los mapas. Demasiado pequeños... ¡Pues mejor! ¡Que les den a todos!
...

¡Oh no... no! no se vaya todavía. Deberá disculparme. Mi mujer siempre me dice que debería pensar antes de abrir esta bocaza. Supongo que tiene razón.

¿Que cómo ha llegado aquí? ¿Quién sabe? Algunos llegan porque hace tiempo que nos andaban buscando, para otros en cambio es sólo cuestión de suerte.

¡De eso nada! Esta noche se quedará con nosotros. Dentro de poco oscurecerá y no es seguro ir por estas carreteras mal asfaltadas. Insisto.

Bien, si quiere puede ir a dar una vuelta por el pueblo. Dentro de una hora vuelva. Le estaré esperando con una cerveza bien fría y alguna historia que contar. Le aseguro que no se arrepentirá, mi mujer prepara los mejores guisos de la región.

Ya lo verá, lo pasaremos de miedo.

Cómo se hizo... Dos días antes de entrar

Las historias siempre surgen de elementos o situaciones que ocurren en mi día a día. Por lo general nunca prentendo escribir nada en concreto, simplemente surgen, a veces el hilo que las une con mi vida es tan fino que apenas soy capaz de encontrarlo yo mismo. Sin embargo, en este caso, el paralelismo era más que evidente.

Hace un tiempo, mi novia tuvo una pequeña (por llamarlo de algun modo) invsión de cucarachas en su piso. (no fue tan malo como podeis pensar, al menos la tuve viviendo en casa por un par de semanas... si vale, no se tarda tanto en matar cuatro cucas... pero qué quereis que os diga... no se estaba nada mal la verdad jeje)

La cuestión es que uno de esos días, mientras cenábamos, me pregunté por qué no podíamos entrar en el piso en 48H. Cuando se lo pregunté me miró en plan... estás de coña ¿no? Me dijo que era evidente, por los productos que utilizaban... (claro que era evidente pero... ¿y si no fuera por eso?)
Esa es la mentalidad de quienes creamos historias, cogemos algo normal y nos preguntamos qué pasaría si...

Y así surgió esta historia que espero que os haya gustado. A mi, particularmente, el personaje de Bela, me resulta fascinante. me enamoré de la ancianita en cuanto abrió la boca (si, si, en mi cabeza les oigo, qué pasa jeje) y creo que es una personita que va a dar bastante de qué hablar en Violet...

en fin, amigos, eso es todo por ahora.

Un saludo y hasta pronto.

lunes, 31 de agosto de 2009

Dos días antes de entrar. (continuación)

II
La noche anterior la había pasado en casa de Bela. No estuvo mal. Una cena ligera, ensalada y pollo a la plancha de segundo. La aciana había abierto una botella de vino tinto y estuvieron conversando de esto y aquello hasta que la terminaron.
Amy pensaba en aquella agradable noche sentada en una silla del siglo XVII que ella misma había restaurado. Le gustaba esa silla, de hecho era su preferida. El tacto de la caoba pulida siempre lograba relajarla y hacerla olvidar que, un día más, no tenía nada que hacer en la tienda. De vez en cuando vendía algunas pequeñas piezas, pero las grandes ventas se hacían a través de internet. Desde que Dinah se había modernizado creando la web, el negocio empezó a crecer y es que su jefa tenía el don de encontrar buenas piezas en los lugares más insospechados. Aunque la mayoria se encontraba en un estado lamentable. Las compraba baratas y las vendía a un precio desorbitado, pero Amy era muy buena convirtiendo aquellos trozos mal ensamblados y llenos de carcoma en los hermosos muebles que antaño fueron. Así que supuso que el precio de venta estaba más que justificado. Aunque este no estuviera en concordancia con su sueldo. ⎯Si tuvieran que pagarme por horas…⎯ pensó.
Sigue leyendo...
En realidad no tenían porque mantener la tienda abierta al público, no valía la pena, pero Dinah insistia en ello. Cuestión de imagen, decía. Amy nunca llegó a entenderlo. Por lo general solía pasar las horas restaurando alguna pieza pero hacía meses que Dinah no traía nada nuevo.
⎯¿Nada nuevo?⎯ pensó durante unos instantes⎯ ¡Mierda el inventario!⎯ se dijo golpeándose la cabeza⎯ Amy eres una estúpida. Estúpida y olvidadiza.
De pronto recordó la carpeta de cuero rojo sobre la mesa. La había dejado junto a las llaves precisamente para no olvidársela. Y es que esa misma tarde tenían que traer un juego de sillas junto con unos jarrones (no recordaba cuántos) y…
Sabía que había algunas cosas más pero se le escapaba.
⎯Y ahora qué. Necesito ese inventario⎯ pensó⎯ pero Bela dijo que no podía entrar en casa en dos días, y sólo ha pasado uno.
¿Qué podía hacer? Si por cualquier motivo faltaba algo en el lote se la iba a ganar. Dinah era extemadamente protectora con sus pequeños tesoros. Si por algún motivo faltara uno sólo de los jarrones…
⎯¡Dios, por qué narices me lo llevaría a casa! En fin, supongo que habrá que ir a por él. No estaré dentro más de treinta segundos. No creo que vaya a pasarme nada, puedo estar treinta segundos sin respirar.
Amy se dio la vuelta y vio, sobre una de las mesitas victorianas una mascara de papel que utlilizaba cuando había que barnizar algún mueble.
⎯Una pequeña protección extra nunca está de más⎯ se dijo metiéndosela en el bolsillo.
Salió de la tienda colgándo el cartel de cerrado tras de sí y fue dirección a su casa. Por suerte no estaba lejos del trabajo. Subió las escaleras con sumo cuidado de no hacer ruido. Lo último que quería era que Bela supiera lo que iba a hacer. Sin duda se lo impediría.
⎯¡Ningún invenario de mierda es más importante que tu salut!⎯ le diría.
Propablemente tuviera razón, pero Amy no estaría tanto tiempo allí como para correr ningún riesgo.
Pasó frente a la puerta de Bela y pudo escuchar el programa de cotilleos que estaba viendo en la tele. Los gritos de aquella gente traspasaban la puerta retumbando en la escalera como si estuvieran allí mismo.
Amy pensó que ella nunca solía tener la televisión tan alta, aunque fue una suerte, así seguro que no iba a oirla entrar en su piso.

Siguió subiendo hasta el piso de arriba. Se acercó a la puerta y aspiró con fuerza. Nada, ni siquiera el más tímido olor colándose por entre las rendijas. Aún así Amy sacó la máscarilla del bolsillo y se la colocó en la cara.
⎯Mujer precavida vale por dos.
La mascarilla desprendía un ligero olor a barniz. Era un olor familiar y reconfortante, un olor de paz y tranquilidad. Se sintió un poco mejor.
Metió la llave en la cerradura y por un momento se detuvo. Se imaginó el suelo de su piso completamiente cubierto de cucarachs muertas. Tal vez si tenía que sortearlas tardara más de lo previsto en volver a salir. ¿Y si realmente era tan tóxico ese gas? ¿Y si no lograba aguantar la respiración? ¿Y sí…?
⎯¡Basta!⎯ se ordenó mentalmente⎯ Ahora vas a girar esa llave, entrarás en TÚ casa, cogerás el maldito inventario y saldrás de aquí antes que esa cosa se meta en tus pulmones.
Amy giró la llave.
⎯No mires al suelo. Concéntrate en la carpeta.
Abrió la puerta. Nunca la había oído chirriar, sin embargo ahora crujía de una forma exagerada.
⎯Está todo en tu cabeza… en tu cabeza.
Detrás suyo, los contertulios del programa de cotilleos seguían gritando, desesperados, como si les fuera la vida en ello.
Había otra puerta que separaba el descansillo del salón principal y la cocina. Estaba cerrada. Tal vez por eso no hubiese sentido el olor del veneno. Debería acordarse de cerrarla de nuevo al salir.
Iba a abrirla cuando creyó escuchar un ligero crujir, como el de una rama seca partiéndose al caminar sobre ella, aunque no, no era exactamente eso. Había algo húmedo en aquel sonido. Abrió la puerta procurando no hacer ruido. De nuevo aquel crujido.
Los treinta segundos que en principio deberían haber bastado para entrar y salir, se habían esfumado hacía tiempo pero había algo en su apartamento, algo que no era una cucaracha, y Amy necesitaba saber qué era.

Lo primero que vio al abrir la puerta del todo fue la carpeta de cuero rojo sobre la mesa. El crujir dio paso a un rítmico repicar, como si fueran las uñas de un perro sobre el suelo.
Clicliclic.
Algo olfateaba.
Clicliclic.
Buscaba hasta encontrar. Luego una cola asomando por la cocina. Rápida, fugas, y otro crujido, salvo que esta vez no le quedó ninguna duda, la humedad que había percibido estaba allí, tan clara y repulsiva como uno pudiera imaginar.
Dio unos pasos en dirección al salón y a la carpeta. Sabía que era una locura. De alguna forma un perro había logrado colarse en su apartamento y sobrevivir al veneno. Creía recordar que en la cocina tan sólo dejó un pepino fuera de la nevera, así que seguramente el animal estuviera hambriento. Sabía que tenía muchas probabilidades de ser atacada por el can, sin embargo siguió caminando. Lo hacía de puntitas, respirando lo menos posible. Sus ojos estaban clavados en la carpeta mientras sus oídos se concentraban en el sonido proveniente de la cocina. Calculó que si el perro la atacaba tendría tiempo de cruzar la puerta antes de que le alcanzara.
Sabía que no era verdad.
Clicliclic.
Clicliclic.
Sus uñas recorrían nerviosas la cocina, por suerte la carpeta estaba ya muy cerca.
⎯En el verano del amor…⎯ empezó a canturrear en falsete una extraña voz proveniente de su habitación⎯… mi nena me dejó…
Amy dejó escapar un tímido gemido y se maldijo en el acto por ello.
⎯Yo me vi sólo y sin trabajo… ⎯ seguía cantando la voz, pero el perro había detenido su incansable búsqueda.
El corazón de Amy se aceleró hasta límites insospechados. La mascarilla se hinchaba y dehinchaba como si uno de sus pulmones se le hubiera salido por la boca.
Clicliclic.
Las uñas reaparecieron, salvo que esta vez se acercaban hacia ella.
Clicclic…
El anial sacó la cabeza de la cocina y sus miradas se cruzaron.
Amy se equivocaba, puede que tuvieran algún parecido pero si aquello era un perro, era el perro más repugnante que hubiera visto jamás.
El animal no debía medir más de veinte centímetros de alto. Su pelaje era tosco, tan grueso que parecía estar recubierto de espinas grises y marrones por igual. Sus patas eran cortas pero poderosas. Tal vez no pudiera correr muy deprisa pero a juzgar por sus músculos y por las afiladas uñas, pensó que podrían cavar un oyo incluso en medio del asfalto. Aunque sin duda lo más extraño de todo era su morro. Era largo y afilado, más propio de un pájaro que de un perro, eso, claro está, si no hubiera estado recubierto por centenares de pequeños y afilados dientes. Enredado en ellos, algo se removía desesperadamente intentando escapar. A Amy le costó reconocerla al principio, pero pronto vio las largas antenas subiendo y bajando.
El animal ladeó levemente la cabeza y se tragó la cucaracha que llevaba en la boca. Fue entonces cuando Amy se dio cuenta que le faltaba una oreja, en su lugar sólo una protuberancia era testigo que una vez allí había habido algo.
Volvió a ladear la cabeza. Era como si la estuviera examinando, decidiendo qué iba a hacer a continuación.
Amy estaba completamente petrificada, y la voz de la habitación seguía canturreando aquella estupida canción que sin duda iba inventándose sobre la marcha. Intentó dar un paso hacia atrás pero los músculos de las patas del perro se tensaron en cuanto intuyó que iba a moverse. El mensaje estaba claro: si das un solo paso saltaré encima de ti y hundiré mis asquerosos dientes come cucarachas en tu precioso cuello.
⎯Tranquilo⎯ susurró intentando calmar al animal sin llamar la atención del desconocido que seguía con su música.
El animal abrió la boca dejando al descubierto una azulada lengua, fina y viscosa, que se removía como una anguila recién pescada en su interior. Esta salió disparada hacia ella, restallando como lo haría un látigo.
Amy dio un respingo pero consiguió, tapándose la boca con ambas manos, ahogar el grito que subía por su garganta.
⎯¿Cómo va eso Marilyn?⎯ preguntó la voz de la habitació⎯ Hoy te estás poniendo las botas ¿eh?⎯ la voz se río de forma grotesca llamando la atención del animal que giró la cabeza en dirección a la habitación.
Amy no lo pensó demasiado. En cuanto el animal desvió la mirada ella dio media vuelta y empezó a correr hacia la puerta.
⎯Con un poco de suerte…⎯ pensó.
Pero Marilyn la vio por el rabillo del ojo. Sus patas se tensaron, y los músculos del cuello se marcaron notabemente a pesar del grueso pelaje, cuando lanzó lo más parecido a un gruñido que aquella cosa podía producir.
A Amy las piernas empezaron a dolerle, más por el miedo que por el esfuerzo, y el maldito pasillo parecía interminable, casi como si fuera agrandándose a medida que avanzaba. Todo a su alrededor quedaba distorsionado, empañado por el sonido de aquel gruñido.
Cliclicliclic
El animal empezó a correr hacia ella. Su lengua restallaba aquí y allá, cada vez más cerca, cada vez con más fuerza. Amy sabía que si aquella cosa le tocaba, aunque sólo fuera rozándola, se caería del asco. Sus músculos se agarrotarían y terminaría dándose de bruces en el suelo mientras aquel bicho jugueteaba a su antojo con ella.
⎯¿Marilyn?⎯ la voz de la habitación sonó más aguda si cabe⎯ ¿Marilyn, qué ocurre cielo?
Amy estaba a punto de llegar a la puerta que separaba la entrada del salón cuando el hombre salió de la habitación.
Era alto, tanto que tuvo que encorvarse ligeramente para no golpearse con el marco de la puerta, y era grueso. La camiseta de tirantes que llevaba apenas lograba retener la masa grasienta que rodeaba su esqueleto. En el piso hacía calor, así que se había quitado los pantalones. Sus calzoncillos no dejaban mucho a la imaginación y sufrían tanto como su compañera. Sus grandes piernas estaban cubiertas de pelo negro. No llegaba a ser tan grueso como el pelaje del animal pero poco le faltaba. Sin embargo era el único lugar de su cuerpo que tenía pelo. Nada en los brazos ni en la cabeza. Una de sus grandes manos sostenía sobre sa nariz una de las bragas de Amy que había encontrado en el suelo.
El hombre salió de la habitación con semblante divertido, aunque pronto se borró al ver a una mujer intentando cerrar la puerta de cristal mientras Marilyn se abalanzaba sobre ella.
⎯¡Marilyn no! ¡Quieta!⎯ gritó arrojando las bragas a un lado y corriendo hacia ellas.
Amy no logró cerrar la puerta. Cuando vio al animal saltar sobre ella trastabilleó y se cayó de espaldas golpeándose la cabeza.
Durante unos segundos todo daba vueltas. Un amasijo de colores confusos que no le decían nada. Era como estar fuera de su propio cuerpo. Notaba que tiraban de ella de forma violenta, pero nada más. No había dolor, no había miedo, sólo una gran y brumosa opacidad.
El animal sobre ella, cebándose con su mano, el hombre de la camiseta de tirantes cogiéndo a Marilyn por el estómago y tirando de ella.
¬⎯¡Suelta!⎯ dijo aquella voz⎯ ¡Suelta!⎯ repitió.
Marilyn se soltó y al hacerlo la sangre salió a borbotones. Su rojizo color fue lo que devolvió a Amy a la realidad, con la misma brutalidad que una lancha que echara el ancla cuando iba a máxima velocidad. El mundo se detuvo unos segundos antes de explotar por completo.
Su mano quemaba, ardía como si la tuviera metida en el horno. La alzó frente a sus ojos y con un grito contempló la sangre manando con abundancia de dónde antes había habido un dedo índice y un anular. El muñón la escupía a intervalos irregulares como un viejo que tosiera y escupiera las flemas en el suelo.
⎯¡Mala Marilyn! ¡Mala!⎯ escuchó que decía el hombre.
Amy se desmayó.

III
⎯¿Cómo te encuentras querida?⎯ dijo una voz que reconoció.
Era Bela quien le hablaba sentada al lado de la cama. Amy abrió los ojos y miró a su alrededor. Seguía aturdida por los calmantes y su estómago parecía estar del revés. Debió esforzarse por no vomitar.
⎯Estás en el hospital⎯ continuó la anciana de la forma más natural posible.
⎯¿Qué…?⎯ tenía la boca seca⎯ ¿Qué ha pasado?⎯ dijo.
Amy intentó incorporarse y al hacerlo se apoyó en la mano herida que rápidamente respondió a su pregunta.
Como si de una adicta al LSD se tratara, el dolor inundó su cabeza con imágenes. Demasiado veloces, demasiado brumosas como para comprenderlas más allá de lo más básico. Lo único contundente en ellas era la sangre brotando de sus desaparecidos dedos.
⎯Amy…⎯ dijo Bela. Su voz sonaba triste, y arrastraba cada letra como si le costase pronunciarlas⎯ ¿Por qué lo hiciste? Te dije que no debías entrar…⎯Bela dejó la frase en el aire.
⎯Yo… no recuerdo⎯ dijo Amy con la mirada clavada en las vendas que empezaban a macharse de sangre de nuevo.
⎯El veneno… ⎯Bela suspiró como si aquello lo hiciera todo más fácil. No lo hacía⎯ Estuviste alucinando⎯ volvió a detenerse de nuevo⎯ A saber qué pasó por tu cabeza para hacerte eso⎯ dijo señalando su mano.
⎯Los he…⎯ empezó a decir Amy con lágrimas en los ojos.
Bela asintió con la cabeza.
⎯Estaban tan dañados que no pudieron reimplantártelos.
Amy estalló en llanto.
IV

Un mes más tarde el escozor en la mano seguía allí. Dolor fantasma le llamaban. En el hospital se dijeron que tardaría en desaparecer. El doctor le dijo que muchos sentían dolor, ella sólo sentía un pocor que no podía aliviarse. Así que supuso que era afortunada.
Miraba la cocina como si ya no fuese suya. De hecho nada en aquel apartamento habia vuelto a parecerle lo mismo después de aquello. Era como si ya no le perteneciera, como si no tuviera derecho a estar allí. Supuso que era otra variante del dolor fantasma.
Se plantó frente al refrigerador. Por un instante creyó sentir un ligero Clicliclic proveniente de su interior. El doctor también le había advertido sobre aquello. Podía experimentar cierto tipo de alucinaciones, reflejos derivados de la intoxicación. Ya había pasado bastante tiempo, pero seguía escuchándolos de vez en cuando. Aunque cada vez eran menos frecuentes.
Abrió la nevera, descorchó la botella de vino que tenía a medias y recordó las palabras de Bela.
Si te apetece una cerveza a las nueve de la mañana por qué no vas a tomártela.
Parecían tan lejanas… y nunca como en ese momento se le antojaron tan ciertas.
A Amy no le gustaba la cerveza, pero no rechazaba facilmente un buen Cabernet.
Cogió el corcho con la mano derecha. Para cuando quiso darse cuenta que los dedos ya no estaban allí, este ya estaba rodando bajo la nevera.
⎯¡Mierda!⎯ gritó enfurecida mirándose los muñones⎯ En fin… Supongo que aún te llevará un tiempo⎯ se dijo.
Lo último que Amy quería era que el vino se estropeara por su torpeza, así que movió un poco la nevera hacia un lado. Cuando se agachó para recoger el corcho vio que descansaba junto a algo que no había visto antes y que sin embargo la llamaba poderosamente. Lo recogió. Parecía un cabello, sólo que más largo y grueso de lo que uno podría esperar. Su tacto era áspero y desprendía un fuerte olor a podrido, como si hubiera recorrido media ciudad viajando por las cloacas.
⎯Pero qué diablos…

viernes, 28 de agosto de 2009

Dos días antes de entrar.

I

Gravity, it’s working against me. And Gravity wants to break me down…John Mayer cantaba en la radio. El despertador marcaba las 8.30 de la mañana de un lunes y los ojos de Amy no querían abrirse
Gravity stay a hell from me…
Sus párpados parecían estar pegados, como si llevaran cerrados toda una vida. Su cuerpo, sin embargo, ya había empezado a moverse. Se deshizo de la sábana de un fuerte tirón cuando los suaves acordes de blues dieron paso a la pegadiza guitarra de Keith richard en satisfaction.
⎯¿Cuánto hacía que no escuchaba esa canción? ⎯Se preguntó Amy subiendo el volúmen de la radio⎯ ¿Seis, siete años?
Sigue leyendo...
Entró en la ducha.
El agua cayó fria al principio, obligándola a abrir los ojos de par en par, pero pronto empezó a salir caliente y el vaho la envolvió por completo. Se sentía a gusto allí. El último reducto que podía seguir perteneciéndole. Diez minutos más tarde ya estaría de camino a la tienda dónde se pasaría el día reordenando el almacén porque no había clientes que atender.
¿A quién se le ocure montar una tienda de antiguedades en un pueblo como aquel? A ella desde lugo no, pero Dinah Mcdonald, su jefa, la mantenía abierta de todos modos. Lo que ara Amy era una suerte, al menos tenía un sueldo con el que pagar el agua que ahora la despertaba.
Cerró el grifo y salió de la ducha. Su cuerpo desnudo se tensó al sentir el frío, como si todas las ventanas del apartamente estuvieran abiertas de par en par en una fría noche de invierno. Pero no era de noche, y desde luego tampoco era invierno. En realidad hacía una temepratura de lo más agradable, pero nunca le habían gustado los contrastes.
Amy era de esas personas que aprecian la monotonia y la atesoran como uno de sus mayores tesoros. Un mundo ordenado y una vida tranquila solía decir.
⎯Buenos días a todos queridos oyentes…⎯ dijo el locutor de la radio.
⎯Buenos días Frank⎯ le respondió Amy. En realidad el hombre se llam
aba Petter, aunque, y sin saber muy bien por qué, siempre habia sido Frank para ella.
⎯… como no quiero que os durmais de camino al trabajo qué os parece algo de George Benson para animar esas largas caravanas. Esta va dedicada a Marlene… Ella ya sabe por qué⎯ añadió con tono picaron.
A Amy, Frank siempre le había parecido el hombre más enérgico del planeta. A saber cuántas horas llevaba ya en pie y las que le quedaban aún por delante. Pero al menos tenía un trabajo divertido. Se dijo que pinchar la música que a uno le gusta es mucho mejor que pasarse el día trasladando muebles y quitando una y otra vez el polvo que se acumulaba por todos los rincones del almacén.
Se secó y, con el pelo aún mojado, puso a calentar un cazo con agua. Le gustaba tomarse una taza de té antes de salir de casa. Para ella, aquella constumbre, había acabado adquirie
ndo todo el sentido de un ritual. Frutos rojos, siempre frutos rojos, comprados en la herbolistería de la Sra. Brown Era algo más caro que comprarlo en bolsitas, pero a ella le gustaba abrir la caja, remover las hojas secas con la cuchara y dejar que su aroma subiera en espiral hasta colarse por su nariz.
Amy abrió el armario dónde guardaba los filtros. Cogió la caja y sacó uno. Cuando iba a guardarla de nuevo, creyó ver algo, un fugaz destello negro, escondiéndose tras los cereales. Fue sólo un segundo, una sombra, pero bastó para que diera un respingo. Cerró de un portazo el armario y se quedó mirándolo. Estaba tan tensa que el filtro había desaparecido en el interior de su puño cerrado. Permaneció así durante más de un minuto, aunque a ella le pareció mucho más. Temía que si apartaba la mirada, el armario se abririera de golpe para que, fuera lo que fuera lo que había visto, pudiera saltar sobre ella. Su cuerpo desnudo empezaba a s
udar en abundancia y, a pesar que intentaba controlarla, su respiración era acelerada.
El agua empezó a hervir de forma violenta hasta salirse del cazo. Aquello la sacó por un in
stante de su estupor. Sus ojos se desplazaban rapidamente del cazo al armario y vicerversa. Su rodilla derecha tembló ligeramente cuando se obligó a acercarse a la cocina. Cada paso que la acercaba al armario era una tortura. El sudor resbalaba ya por su nuca recorriéndole la espalda. Picaba.
Se detuvo al creer escuchar un extraño sonido tras la portezuela, pero se ahogó tras el chapoteo del agua hirviendo. Amy respiró hondo tres veces y apagó el gas con un rápido movimiento. Tres gotas de agua que saltaron del cazo le quemaron la mano, pero estaba tan tensa que ni siquiera se dio cuenta.
Empezó a alejarse tímidamente de allí. Un paso detrás de otro. Sus pies descalzos se arastraban por el suelo cuando algo le rozó el talón. Amy se quedó paralizada.
Bajó la vista y la vio correteando por entre sus pies Era una cucaracha, pero no de esas pequeñas como las que solía encontrar de vez en cuando al mover algún mueble en el almacén. Con el tiempo había llegado a acostumbrarse a ellas, como si hubieran llegado a un acuerdo tácito entre ellas. Ellas se salvaban de morir aplastadas por la bota de Chuck, el hombre que regentaba la ferretería de al lado, y a cambio procuraban no cruzarse en su camino.

Pero lo que en esos momentos correteaba tranquilamente frente a sus ojos no era para nada como aquellas. Su tamaño debía ser tres o cuatro veces superior, (aunque para Amy la diferencia era incluso mayor) y su cuerpo estaba recubierto de un negro brillante que despedía tímidos destellos al moverse. Sus antenas eran completamente desproporcionadas, largas y delgadas, se movían de aquí para allá con frenesí, tanto que parecía que fueran a partirse en cualquier momento.
La cucaracha siguió corriendo hasta esconderse bajo la nevera.
Amy, no sé dio cuenta que había dejado de respirar hasta que tomó una profunda bocanada de aire cuando el animal desapareció. Su cuerpo empezó a vibrar ligeramente. Una molesta picazón le subió por las piernas adueñándose de cada centímetro de su piel hasta convertirse en un picor insoportable. Uno que no desaparecía por mucho que se rascase, como si un centenar de esas cosas la cosquillearan con sus diminutas patas,
enredándose en su pelo. Quién sabe, tal vez incluso anidando en él.
Tal pensamiento logró sacar a Amy de su estupor que, restregándose el cuerpo y la cabeza con ambas manos, se metió en la habitación, abrió el armario, cogió lo primero que encontró y se vistió lo más deprisa que pudo.
Lo único que en esos momentos importaba era salir de alli cuanto antes.
Una vez vestida cruzó la cocina dándo saltos hasta salir del piso. Estaba ya cerrado la puerta cuando recordó que las llaves seguían en la mesita dónde solía dejarlas. Durante unos segundos titubeó; entraba a cogerlas o no… Hasta que aquella cosa volvió a aparecer de debajo del refrigerador, y lo que aún era peor, otra compañera suya descendía de la pared para ir a encontrarse con ella.
Por alguna extraña razón la visión de aquellos insectos se le hizo mucho más aterradora desde la distáncia y es que les veía deambular tranquilamente por el piso como si est
e fuera su nido y ella sólo una visitante indeseada.
Y así debía ser de algún modo pues era ella la que se marchaba.
Amy cerró la puerta y bajó las escaleras de dos en dos.
⎯La Sra. Bissé tiene un juego de llaves por si pasaba algo⎯ pensó.
Bela Bissé era su vecina del piso de abajo. Llamó a su timbre con el corazón aún acelerado.
⎯Síííí…⎯ la oyó preguntar desde el otro lado de la puerta.
Bela era una anciana uraña y antipática hasta los extremos con casi todo el mundo pero, por alguna extraña razón, se comportaba con Amy como lo haría una dulce abuela con su nieta. Bela nunca hubiera abierto la puerta de no saber que era ella la que estaba al otro lado, y lo sabía porque nadie más en Violet Hill tendría nigún motivo para estar allí. Y de tenerlo ella no estaría interesada en conocerlo.
⎯Hola querida⎯ dijo en tomo amable. Su voz se había ido haciendo más aguda con el paso de los años, aunque para la mayoría aquel hecho no la hacía menos intimidatoría, más bien todo lo contrario. Al hablar, las carnes que colgaban bajo su mentón bailoteaban de forma hipnótica. Tenía el pelo muy largo y liso pero se ondulaba a medida que se acercaba a las puntas mal cortadas. Hacía años que, tras discutirse con la peluquera, había decidido que podía cort
arse el pelo ella misma, en su propia casa y sin tener que soportar sus impertinencias. Su cabellera era de un blanco perfecto, ni un solo de sus cabellos destacaba por encima de los demás formando, lo que a Amy siempre le había parecido, un hermoso velo de seda blanca.
⎯Hola Sra Bissé…⎯ dijo Amy con la respiración entrecortada.
⎯¡Oh, Amy!⎯ la interrumpió ella con un amigable reproche y haciendo caso omiso del estado en que su visita se encontraba⎯ ¿Cuántas veces te he dicho que me llames Bela?
⎯Yo es que…⎯ Amy aún seguía alterada y se dio cuenta que le costaba hilvanar sus pensamientos.
⎯¡Da!⎯ dijo alzando el dedo. Era su forma de decir que el tema estaba zanjado. Bela se dio la vuelta y regresó al interior de su apartamento invitándola a que la siguiera⎯ Me apetece una cerveza ¿Quieres una?

⎯¿Cerveza?⎯ respondió ella con asombro. Demasiado para su gusto.
Bela sacó una lata de la nevera, la abrió y se dio la vuelta hacia ella.
⎯Querida, cuando una llega a mi edad descubre que poco le importa lo que los demás pueden pensar⎯ Amy se sintió cupable por haberla juzgado y supuso que en el fondo tampoco era que le estuviese ofrenciendo un pico de heroína⎯ ¡Al carajo!⎯ gritó Bela mirando hacia la ventana y el mundo exterior⎯ si te apetece una cerveza a las nueve de la mañana por qué no vas a tomártela⎯ dijo dando un largo y ruidoso sorbo. Este hecho, que de haberlo realizado cualquier otra persona de su edad hubiera parecido cuan menos extraño, se antojaba de lo más natural en ella⎯ Bueno querida, ¿qué quieres?⎯ así era ella, directa como una bala volando hacia tu cabeza. A Amy le gustaba.
⎯Cucarachas⎯ dijo esgrimiendo una leve mueca al recordar al insecto⎯ del tamaño de una iglesia.
⎯¿No llegan a catedrales?⎯ respondio Bela con su peculiar sentido del humor.
⎯No, aún no.
Amy sonrió y su nerviosismo se desvaneció entre los pliegues de sus labios. Bela volvió a dar un largo sorbo de la lata. La sonrisa de Amy se convirtió en risa.

⎯ Bela, eres increible⎯ le dijo.
⎯Lo sé querida, lo sé⎯ le respodió esta guiñándole el ojo⎯ Ahora en serio, lo mejor que puedes hacer con esas pequeñas⎯ Bela vio en los ojos de Amy que estaba a punto de corrgerila⎯ O no tan pequeñas…⎯ volvió a beber⎯ debes llamar a un fumigador cuánto antes porque como empiecen a criar…⎯ Amy asintió con la cabeza. Sabía que Bela ya lo tenía todo previsto, era una mujer de acción y conservaba la mente agil, así que puso el piloto automático y se dejó llevar⎯ El primo del hermano de la panadera tiene una empresa de fumigación… Nos conocemos desde hace años. Te tratará bien⎯ Amy volvió a asentir mientras Bela cogía el teléfono y empezaba a marcar. Amy pensó que debía tener una memoria prodigiosa si era capaz de recordar el número del primo del hermano de la panadera. Lo recordaba⎯¿Greg, eres tu?⎯ preguntó. Un breve silencio.⎯ ¡Claro que soy yo! ¿Quién sino?⎯ al otro lado del teléfono, Greg había empezado a hablar sin parar mientras Bela miraba a Amy cruzando los ojos en una extraña mueca que
la divirtió. Ya apenas alcanzaba a recordar el picazón que poco antes había sentido por todo el cuerpo, ni la sensación de ser echada de su propio piso, ahora sólo estaba aquella encantadora viejecita y sus muecas⎯ ¡Da! ¡Dadada! Greg, no me importa… No… me… im… por…ta⎯ el teléfono enmudeció y es que Bela podía ser muy tajante cuando se lo proponía⎯ Bien, ahora escucha. Tengo una amiga Amy Johnson con un problemilla de los que a ti te gustan… Sí exacto, y de las gordas. ¡No Greg! ¡Cállate! Ni lo sé ni me importa, así que no empieces otra vez⎯ Bela parecía realmente furiosa con él. Amy empezó a sentirse incómoda⎯ Bien me da igual si tienes trabajo o no, quiero que vengas esta misma mañana y te encargues del asunto. … Sí, en mi edificio… el piso de arriba…⎯ y colgó. Ni siquiera un gracias Greg o un siento la premura. Nada⎯ Bien querida, todo solucionado. Estará aquí en una hora. Yo misma le abriré, así tu puedes ir a la tienda. Lo último que quiero es que esa vieja arpía que tienes por jefa te eche la bronca por algo como esto.
⎯Muchas gracias Bela.
⎯No tienes por qué dármelas cielo, eres lo único que vale la pena en este maldito pueblo⎯ sus ojos se enfriaron de repente y Amy pensó que en realidad era una mujer extremadamente solitaria. Pensó que debería visitarla más a menudo de lo que lo había estado haciendo que era casi nunca⎯ Sólo recuerda que no puedes entrar en tu piso en un par de días. Por el veneno.⎯ Bela se terminó la cerveza⎯ Supongo que una muchacha tan guapa como tu tiene dónde pasar la noche, pero si no es así, aquí tienes una cama y cerveza fría.
⎯Gracias Bela, te llamó luego desde el trabajo y te digo algo⎯ Amy miró el reloj; marcaba las nueve y media⎯ ¡Dios mío, que tarde!
⎯Tu no te preocupes de nada. Sólo acuerdate de no entrar en el piso en los póximos dos días y yo me encargo del resto.
⎯Gracias ⎯ volvió a decir dándole dos besos.
⎯De nada cielo⎯ se quedaron unos segundos en silencio. Ambas tenían cosas que decir pero ninguna se movió⎯ ¡Anda corre, que llegarás tarde!⎯ la espetó finamente Bela.
Amy sonrio de nuevo.

 
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Based on a work at Lee Vining, en el motel Murphey's.