Bienvenido A Violet Hill

¡Hombre un turista!

La verdad es que no se ven muchos por aquí. Ya sabe esto es un pueblo tranquilo. Ni siquiera salimos en los mapas. Demasiado pequeños... ¡Pues mejor! ¡Que les den a todos!
...

¡Oh no... no! no se vaya todavía. Deberá disculparme. Mi mujer siempre me dice que debería pensar antes de abrir esta bocaza. Supongo que tiene razón.

¿Que cómo ha llegado aquí? ¿Quién sabe? Algunos llegan porque hace tiempo que nos andaban buscando, para otros en cambio es sólo cuestión de suerte.

¡De eso nada! Esta noche se quedará con nosotros. Dentro de poco oscurecerá y no es seguro ir por estas carreteras mal asfaltadas. Insisto.

Bien, si quiere puede ir a dar una vuelta por el pueblo. Dentro de una hora vuelva. Le estaré esperando con una cerveza bien fría y alguna historia que contar. Le aseguro que no se arrepentirá, mi mujer prepara los mejores guisos de la región.

Ya lo verá, lo pasaremos de miedo.

Diana

Esto ocurrió hace ya algún tiempo a un chico que un día decidió que Violet Hill no era suficiente para él. Quería ver mundo dijo, necesitaba experimentar la vida real (decía él) de una gran ciudad. Era un buen cuando salió de aquí, ahora... En fin, digámos que no encontró lo que andaba buscando.

*****


I

¡Triiin! ¡Triiin! Un despertador sonando. Fuera es oscuro, el día aún no ha nacido pero David tiene que levantarse.
¡Que putada!
Hace callar al despertador cuanto antes, a ella aún le quedan un par de horas de sueño. Sin prisas, sin ruido, abre el grifo de la ducha y espera desnudo unos segundos para que el chorro frío no le haga gritar. Eso la despertaría.
El agua resbalando por su piel, cayendo como una cascada sobre su cabeza, le llena de calor y le recuerda lo duro y largo que será aquel día. No oye los amortiguados pasos que se acercan. No hacen ruido, casi no tocan el suelo, el cuerpo flota sobre la punta de los dedos. Unos finos dedos abren la puerta mientras David termina de enjabonarse la cabeza y da un respingo cuando unas manos le cogen de la cintura.
— ¡Qué…!
No ve nada, los ojos le escuecen, pero aquella risa que le envuelve no podría olvidarla aunque quisiera.


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II

—¿Qué haces despierta a estás horas?
—Quería desearte buena suerte. Aunque no la necesitas, seguro que el puesto es tuyo.
—No sé, hoy tengo la última entrevista, y hay mucha competencia.
—Has trabajado duro, seguro que te lo dan. Además, esta mañana irás súper relajado.
—¿Y eso?— preguntó él sabiendo lo que iba a pasar.
Ella respondió dándole un beso de enamorada, como solía decir, largo, tierno, que por lo general se convertía en fuego que quemaba hasta que hacían el amor.

Veinte minutos después, David lamentaba no tener tiempo para más, bajaron a desayunar.
—Tres tostadas con miel y un café con leche bien cargadito para que no te duermas en la reunión— dijo ella sirviéndole el desayuno.
Scottie, el Golden retriever que se habían comprado nada más mudarse a la casa nueva, ya que tenemos jardín… había insistido David a pesar de saber que a Jesse no le hacía mucha gracia, revoloteaba nervioso a su alrededor.
—No creo que pueda volver a dormir después de lo que me has hecho. Cariño…
—Dime.
—Te quiero.
Jesse se ruborizó como solía hacer siempre que su marido se ponía en plan sensiblero. No es que no le gustase, al contrario, aquello fue lo que la enamoró, pero, a pesar de los años, seguía sin acostumbrarse a un romanticismo que podía brotar en cualquier momento, a veces incluso hasta en los más inoportunos.
—Que tonto. Anda, comete las tostadas o llegarás tarde— dijo sentándose frente a él.
Le miraba con la sonrisa aún marcada en la cara y pensó que era la mujer más afortunada del mundo.
—Sabes que si me dan el ascenso podremos…
—Schhhh, no pienses en eso ahora— su buen humor intentó borrarse al recordar que no podían tener hijos, al menos sin ayuda, pero se obligó a mantenerlo, no quería que David se sintiera más presionado de lo que ya estaba.
Ambos se miraron, hablando como sólo podían hacerlo las personas que han pasado mucho juntos, a través del silencio.
—Me marcho o llegaré tarde. Deséame suerte— dijo él poniéndose la americana.
—Suerte, y llámame cuando salgas.

III
En poco menos de diez minutos había pasado de hacer el amor con su marido en la ducha a estar recogiendo la cocina. La soledad que la rodeaba parecía espesarse con el paso del tiempo. Se reía de ella, le recordaba sin cesar que no era una mujer, y lo hacía con una voz lejana, familiar.
Incapaz de soportar las verdades que las paredes le susurraban, Jesse se sentó y rompió a llorar.

A escasos metros, David se santiguaba respirando con fuerza mientras se disponía a recorrer los treinta y cinco kilómetros que le separaban de su futuro. Una furtiva mirada a la casa, lo justo para recordar lo increíble que le parecía estar casado con su esposa, y directos al trabajo.
—Seguro que me lo dan cariño, y entonces podremos ir a los mejores médicos. Te lo prometo— pensó David
Jesse estaba cansada, apenas había podido dormir en los últimos días. A decir verdad hacía más de un año que no lograba dormir una noche del tirón. Desde que empezaron los tratamientos de fertilidad. Pruebas y más pruebas, dietas, ejercicio, pastillas, pinchazos y una estricta planificación de su vida sexual… Lo habían probado todo y nada había funcionado. Su única esperanza era un tratamiento experimental, pero era exorbitantemente caro. Fue a raíz de eso que David empezó a trabajar como un loco de día, y se apuntaba a todos los cursillos de formación de la empresa que repasaba por las noches. Todos aquel esfuerzo, todas aque
llas noches en vela, le habían llevado a ese momento, a esa entrevista.
—Saldrá bien, tiene que salir bien— murmuró Jesse para acallar aquellas voces mientras le acariciaba la cabeza a Scottie.
A pesar de su desdicha, sabía que David daría su vida para hacerla feliz, y aquello lo hacía todo un poco más llevadero.

IV

David estaba sentado en su mesa haciendo sus gestiones diarias cuando el teléfono sonó.
—¿Diga?
—Te quiero… – susurró la sensual voz de Jesse.
—Yo también te quiero cariño. ¿Ha pasado algo?
—No ¿Por qué?
—Hacía mucho tiempo que no me llamabas al despacho.
—Me apetecía decirte que te amaba eso es todo. Pero si no quieres no volveré a hacerlo—añadió burlona
—Ya sabes que me encanta.
—Lo sé. Oye, ¿sabes algo ya?
—No, aún no pero creo que… ¡joder¡ tengo que colgar cielo, el jefe viene directo hacia aquí.
—Vale.
—Adióstequiero.
—Llámame… – pero David ya había colgado.
En efecto Tom Cattle, el director general de la empresa venía directamente hacia él.
—Mierda, un día que había empezado tan bien – pensó David para sus adentros.
El Sr. Cattle estaba cada vez más cerca, y él estaba cada vez más nervioso. Intentó leer las intenciones en el rostro de su jefe, pero sus facciones permanecían neutras.
—Dios, este hombre debe desplumar a sus amigos al poker. – pensó
—Buenos días Sr. Zimmer
—Buenos días. – dijo este levantándose de la silla.
Las piernas apenas le respondían, pero se relajó un poco al darle la mano a su jefe. Nadie da la mano a alguien a quien va a despedir ¿no?
Los dos hombres se miraban fijamente a los ojos. David era un manojo de nervios y era algo que se veía a simple vista, en cambio Tom Cattle era un muro infranqueable de calma y sosiego. Y así pasaron sesenta interminables segundos sin que ninguno de los dos rompiera el silencio.
—Me gustan los hombres pacientes— dijo al fin su jefe— He venido para invitarle a desayunar.
¬¬¬ —¿A desayunar?— dijo sorprendido.
David apenas podía creérselo, el pez gordo, Tom Cattle en persona le invitaba a desayunar, y eso sólo podía significar una cosa. No era más que un rumor, algo que se comentaba en voz baja, pero se decía que cuando Big Tom, como le llamaban los empleados en secreto, te invitaba a desayunar es que un ascenso estaba cerca. También se rumoreaba que aquellos desayunos eran la prueba definitiva, podían garantizarte una buena jubilación o destrozarte la vida con la misma facilidad. Se contaba que una vez, hace muchos años, Big Tom invitó a un tal Frank a desayunar. Una hora más tarde el pobre Frank estaba metiendo todas sus cosas en una gran caja de cartón. Al parecer le despidió porque pidió un descafeinado. Tal vez Big Tom creyese que alguien que bebe descafeinado no merecía trabajar en la Loose, aunque David jamás había creído esas historias
¿Quién despediría a alguien por pedir un descafeinado? Tendría que ser un lunático, y Big Tom puede ser muchas cosas, pero no está loco. Espero.
Apartó todo eso de su mente y se concentró en disfrutar de la inesperada noticia.

—Sr. Zimmer— le increpó su jefe que le esperaba apoyado en el marco de la puerta.
—Claro, perdone.
David se apresuró en ponerse el abrigo y los dos se dirigieron con paso firme y rápido hasta el bar de la esquina, el lugar donde los peces gordos se reunían para tomar algo y manejar los hilos de la empresa.

V

Unas dos horas más tarde, mientras Jesse limpiaba el cuarto de baño, el teléfono empezó a sonar en el piso de abajo.
—¡David!— gritó exaltada dejando caer el trapo.
Corrió por el pasillo, y al bajar las escaleras pensó que incluso el pitido del aparato parecía sonar con alegre impaciencia. Y Scottie no dejaba de ladrar.
—Seguro que se lo han dado— le dijo al perro. Descolgó el auricular y con la respiración entrecortada respondió— ¿David?
—No yo… Soy Marta. Verá, ustedes tienen contratado el servicio de Internet con nuestra compañía y queríamos…
—No estoy interesada yo…
—… darle a conocer nuestras nuevas ofertas para este verano— continuó diciendo Marta que, sin importarle lo más mínimo lo que pudieran decirle, se limitaba a recitar el texto que algún listillo de marketing le había escrito.
—Oiga, le digo que no me interesa.
—Pero verá, le ofrecemos una reducción de la tarifa y…
Exasperada ante la insistencia de Marta, Jesse colgó el teléfono y al hacerlo, como si le recriminase haber cogido la llamada anterior, el aparato volvió a sonar con más virulencia que nunca. Jesse lo descolgó irritada.
—¡Oiga, estoy esperando una llamada importante y me dan igual sus…!
—¿Se puede saber con quién te peleas?— dijo una alegre voz al otro lado.
—¡David, cielo! Te había confundido con… Olvídalo. ¿Cómo te ha ido?
—No sé si será por haber hecho el amor contigo esta mañana o porque soy la repera, pero les he dejado con la boca abierta.
—Sabía que lo conseguirías.
—Me han dado el día libre, dicen que no quieren que me estrese antes de empezar, que ya tendré tiempo para eso, así que qué te parece si te paso a recoger y nos vamos a celebrarlo.
—Me parece estupendo. ¿Cuánto tardas?
—Media hora, lo justo para hacer un par de gestiones y llegar.
Los minutos pasaron como una exhalación. Jesse tuvo el tiempo justo de vestirse, maquillarse y ponerse aquel perfume que tanto le gustaba a su marido. Miró el reloj; veintinueve minutos, y un claxon la llamó desde el exterior.
—Tan puntual como siempre— y sonrió.
Jesse siempre había creído que su marido tenía un don especial para calcular el tiempo y ya que ella odiaba llegar tarde a los sitios era algo que sin duda le había dado muchos puntos cuando empezaron a salir.

Al abrir la puerta David la esperaba con una sonrisa que dejaba ver unos dientes perfectos, blancos, alineados. El pelo algo alborotado (seguro que ha venido con la ventana bajada y con la música a toda pastilla) y la corbata un poco desecha, tenía el aspecto de un chico rebelde, cosa que nunca había sido, y eso era algo que ella encontraba sumamente atractivo.
Jesse corrió hasta él y se abrazaron con fuerza. Aprovechando que tenía las manos en su espalda, David se sacó con cuidado una rosa que se había escondido en la manga de la americana, y al separarse, como por arte de magia, apareció entre los dos.
—Creo que se te ha caído esto— dijo él dándole la flor que había comprado de camino a casa.
Jesse no dijo nada, pero a David no le importó, las lágrimas que humedecían sus ojos eran más que suficiente para él.
—Antes de comer me gustaría llevarte a un sitio— dijo él abriéndole la puerta del coche.
—¿A dónde?
—Ya lo verás— y con un guiño subieron al coche.
Recorrieron el mismo camino que habían frecuentado una infinidad de veces durante el último año pero aún así Jesse no se percató de ello hasta que el grisáceo edificio apareció tras una curva. Al reconocerlo intentó decir algo pero demasiadas sensaciones se anudaban a su garganta. Miedo, fracaso, rabia, esperanza, pero sobretodo amor hacia el hombre que tenía al lado y que hacía lo imposible para darle el hijo con el que siempre había soñado.
—He pensado que ya que me van a doblar el sueldo podríamos empezar con el tratamiento. ¿Qué te parece?— preguntó David— Sólo es una reunión informativa pero…
—Yo…— Jesse empezó a llorar y David a reír.
—Que tonta estás— y aprovechando que el semáforo aún estaba en rojo besó a su mujer en la mejilla.
—No sé que haría sin ti.
La luz cambió a verde y David se metió en el parking del hospital.
—Toma— le dijo ofreciéndole un pañuelo— se te ha corrido el rimel.
—¡Ay pero que guapo eres joder!— Jesse se tiró a sus brazos y le besó hasta que le dolieron los labios.
—Venga, venga. No es que no me guste, pero me estoy poniendo un poco y si sigues así perderemos la hora con el doctor.
—Eres un enfermo— dijo golpeándole juguetona en el hombro.
—Hombre, es que desde que intentamos tener el niño que lo hacemos menos que antes. ¡Manda huevos¡
—Ya lo sé cielo. Nunca te lo he dicho pero… gracias por todo. Ya sé que a ti no te importaba tener un hijo y que aguantes todo esto por mí…
—Por los dos, lo hago por los dos. Y bueno… puede que antes no quisiera niños pero ahora…
—¿De verdad?— David asintió con la cabeza y ella volvió a abrazarle.
—Venga… que llegamos tarde.

IV

La sala de espera era austera, como todas, y las pocas revistas que había eran de por lo menos tres meses atrás. Había otras dos parejas con ellos, y nadie hablaba. Cualquier palabra que pudiera decirse allí parecía estar expuesta al análisis de sus compañeros de fatigas. Y nadie quería eso en tales circunstancias. Todas las caras les parecieron familiares, puede que porque eran las mismas que veían al mirarse al espejo cada mañana. Oscuras ojeras bajo los ojos, y una mirada donde se mezclaba una dosis de ilusión entre una marea de dolor. Ambas parejas se cogían de la mano, tal y como ellos lo hacían al entrar en la sala, y una especie de velo de frágil esperanza revoloteaba sobre aquellas cuatro paredes. Nadie decía nada porque en realidad sabían que aquel velo podía rasgarse con demasiada facilidad.

Las parejas fueron entrando a la consulta una tras otra. Cruzaban la puerta como quien iba a un entierro, con el llanto a flor de piel, pero salían con una sonrisa de oreja a oreja y más unidos que nunca.
Jesse y David se miraron y sus ojos decían que todo iba a salir bien.
—¿Los Sres. Zimmer?— preguntó la enfermera que esperaban que les abriera las puertas de la felicidad.
—Sí— dijo David mientras se disponían a seguirla.

La calidez de la consulta chocaba con la frialdad de la sala de espera. Casi todo estaba recubierto de madera, y en las paredes, una infinidad de títulos que ninguno de los dos lograría pronunciar nunca, les decían que aquel no era un médico cualquiera, que era el mejor. O al menos eso quisieron creer.
—Bueno…— empezó a decir el Dr. Williams con una amplía sonrisa que parecía separar su espesa barba en dos— ¿Supongo que sabrán que el tratamiento que les propongo está en fase experimental?
—Sí, el Dr. James ya nos lo comentó— respondió David erigiéndose como portavoz familiar.
—Bien, bien. He revisado a fondo su caso y…
—No hay nada que hacer ¿verdad?— interrumpió Jesse.
—Es difícil, eso ya lo saben, pero si fuera imposible no les harías peder el tiempo, créanme. Como les iba diciendo, el tratamiento aún está en fase experimental y no puedo asegurarles el éxito. Además… no voy a mentirles, es bastante caro.
—Lo sabemos doctor, pero queremos intentarlo— dijo David cogiendo a Jesse de la mano.
—Tengan entonces— dijo entregándoles unos trípticos— son algunas pequeñas indicaciones que deberán seguir antes de empezar el tratamiento. No se asusten, son cuatro tonterías, ejercicio, dieta… Ya saben de qué va esto.
—Sí, lo sabemos— dijo Jesse.
—Perfecto entonces. Cuando salgan no olviden pedir hora para la primera sesión.
Al cruzar la puerta, David abrazó a su esposa y, poniendo la mano sobre su barriga le dijo:
—Pronto la pequeña Diana estará aquí, ya lo verás— y ella no pudo más que sonreír.





V

Una hora y media llevaba Jesse llorando sin cesar. Hacía tres meses que había empezado el nuevo tratamiento y seguía sin poder quedarse embarazada. Todo estaba perdido, su última oportunidad se había evaporado a través de la barba del Dr. Williams.
Lo siento Jesse, no hay nada que hacer.
—¡Lo siento Jesse…! ¿Y quién coño se ha creído que es para decirme que no podré tener hijos?
David estaba sentado a su lado intentando encontrar las palabras adecuadas, pero no las había. Su esposa había perdido aquello que más amaba incluso antes de haberlo tenido. Nunca sería madre, y de la adopción mejor no hablar. David había intentado sacar el tema en una ocasión y ella se enfadó tanto al pensar que tiraba la toalla, que ya no se atrevía a volver a proponérselo.
¬¬¬¬—Cielo...— Jesse parecía no escucharle y la abrazó— …sé cómo te sientes y…
—¿Qué sabes cómo me siento? ¡Y una mierda, nadie lo sabe!
David se levantó, no iba a discutir con ella en ese estado, y al irse Jesse le cogió la mano.
—Perdona, es que…
—No te preocupes. ¿Qué te parece si te preparo un buen baño? Te sentará bien— ella asintió con la cabeza mientras se secaba las lágrimas.
—Lo deseaba tanto…
—Schhh, intenta no pensar ¿vale? Necesitas descansar un poco— dándole un beso e la frente.
Cuando Jesse se metió en la bañera el agua caliente la calmó un poco, al menos ayudó a que dejara de llorar. David había encendido unas cuantas velas y le había dejado a Stan Getz sonando de fondo. Era imposible que siguiera llorando en esas circunstancias, no cuando pensaba en el marido que tenía.
Williams se equivoca. Lo sé. Lo noto.

En el piso de abajo, David repasaba las últimas facturas del médico.
—Dios, nos hemos gastado el aumento de todo el año— dijo sin poder evitar pensar que habían tirado el dinero que tanto le había costado ganar— Supongo que había que intentarlo.
Se sirvió una copa para arrinconar, aunque sólo fuera por unos segundos, lo duros que habían sido los últimos meses.
—Por un año para olvidar— dijo alzando el vaso, y engulló su contenido de un solo trago.
En aquella casa en la que no mucho tiempo atrás ambos solían pensar en lo que la vida iba a darles, ahora recordaban todo cuanto habían perdido.
David subió para estar al lado de su esposa, no le gustaba la mirada que veía en sus ojos desde que habían vuelto del médico. No sabía si era rabia, dolor o desesperación, pero cualquier opción le preocupaba lo suficiente como para no querer dejarla sola mucho tiempo. No porque temiese que pudiera lastimarse, sabía que eso no lo haría nunca, pero era consciente que muchos matrimonios no lograban superar crisis como esas, y no quería perderla.

Al llegar a la habitación fue como si el vapor que salía del baño se hubiera llevado todo el dolor de la mente de su esposa. Jesse le esperaba apoyada en el marco de la puerta con un camisón que se pegaba a su cuerpo aún mojado. Le miraba con ojos encendidos y unos labios entreabiertos que le llamaban a través del silencio. David no sabía qué había podido pasar en el baño pero no preguntó, lo único que importaba era que ella parecía estar mejor, y eso era todo.
Sin mediar palabra, David se quitó la camisa dejando al descubierto un torso esculpido en el gimnasio de la empresa y se acercó con paso decidido hacía ella que se retiraba lentamente hasta la cama. Tumbada allí, provocándole, casi suplicándole que le hiciera el amor, que acallara sus pensamientos de una vez por todas, Jesse jugueteaba picarona acariciando con la mano su entrepierna. David se desnudó del todo y le hizo el amor de forma suave, calmada. Tenían toda la noche, y hacía demasiado tiempo que no lo hacían sin tener que pensar en horarios o posturas que mejorasen la fecundación. Aquella noche sólo estaban ellos dos, nadie más, y disfrutaron durante horas como solían hacerlo de recién casados. Caricias, besos, masajes, cualquier cosa que pudiera unirlos aún un poco más era bien recibida entre aquellas sábanas. Y se miraron a lo ojos, en ningún momento dejaron de hacerlo, y cuando David llegó al orgasmo siguió mirándola fijamente. Ella se retorcía al sentir el semen en su interior, cálido, resbaladizo.
Por favor Dios, que llegue uno, sólo uno.
No tardaron en quedarse dormidos uno en brazos del otro, y fue una noche en la que los sueños invadieron la aparente calma de Jesse.

VI



El cielo era de un color azul como nunca antes lo había visto. El sol brillaba tanto que apenas podía mantener los ojos abiertos, y lo que en un principio le pareció un páramo desierto, empezó convertirse hebra a hebra, en un hermoso e infinito campo de ambarino trigo. Paseaba a través de el, recorriendo caminos infinitos, sintiendo como este la abrazaba, la acariciaba, como si el viento le hubiese insuflado vida. Jesse se sintió a salvo entre aquel vasto campo que le acunaba, tal y como se había sentido la primera vez que David la abrazó. Allí, como entonces, supo que nunca podría ser feliz en otro lugar.

VII

Al despertar Jesse se sentía eufórica, su marido en cambio parecía que no había pegado ojo en toda la noche.
—Menuda nochecita me has dado— dijo este frotándose los ojos.
—¿Yo?
—No has parado de moverte ni un segundo.
—Lo siento cielo— dijo besándole en la mejilla antes de levantarse de un salto.
Jesse se metió en el baño tatareando What a Wonderful World.
—Me alegro que al menos alguien haya podido dormir— dijo David revolcándose sobre la cama.
Al escuchar ruido en el piso de arriba, Scottie subió corriendo la escalera y saltó sobre la cama desperezando a David a base de lametones.
—¡Quieto, Scottie, quieto¡— pero el perro no le hizo caso— ¿Quieres guerra?— David le cogió le puso patas arriba y empezó a rascarle la barriga mientras Scottie mordía la punta de las sábanas.
—¡David… Scottie baja de allí! Como se nota que no eres tú quien pone la lavadora— dijo Jesse al verle sobre la cama.
El perro miró a su dueño y al ver que no iba a encontrar un aliado en él, bajó de un salto y se acurrucó entre las piernas de Jesse.
—Serás pelota— dijo ella acariciándole la cabeza y al hacerlo, el color de aquel pelaje, su tacto, le trajo de nuevo el recuerdo de lo que había soñado esa noche— David…
—Dime— contestó él ajeno a lo que su esposa iba a decirle mientras se quitaba la camiseta.
—Estoy embarazada.
David se quedó pensativo unos segundos sin saber qué hacer mientras la camiseta aún le cubría la cabeza.
—¿Y eso te lo ha dicho Scottie?— bromeó al fin.
—¡Pero que tontería! ¡Claro que no me lo ha dicho Scottie!
—Entonces…
—Lo sé y punto— su esposo la miraba con ojos interrogantes, sabía que había algo más— Estááá bien, lo he soñado.
David no podía creer lo que estaba oyendo, aunque supuso que algo así era de esperar.
—Cielo… Ya sabes lo que dijo el Dr. Williams.
—¡A la mierda el Dr. Williams! ¡David, estoy embarazada!
—Bueno, tranquila, no hace falta que te pongas así— David sabía que las palabras que dijera a continuación podrían desencadenar una tormenta de la que no sabía si podría salir ileso— Mira…— empezó a decir mientras invitaba a su esposa a sentarse en la cama junto a él—…haremos una cosa, ahora tengo que irme a trabajar, pero saldré un poco antes a comer e iremos juntos a hacerte la prueba de embarazo ¿Te parece bien?—Jesse le miraba con el ceño fruncido— No es que no te crea, ojalá sea cierto, pero no cuesta nada asegurarse— Jesse asintió con la cabeza intentando reprimir el llanto— Bien. ¿Vienes a buscarme al trabajo?
—Claro.

VIII
Hacía veinte minutos que el Dr. James había ido en busca de los análisis y la consulta parecía estrecharse poco a poco. Jesse estaba al borde del llanto, David había visto aquella expresión demasiadas veces en los últimos días como para no reconocerla, pero no supo que decir para calmar a su esposa. Ella estaba convencida que estaba embarazada, pero el sabía que aquello era poco probable. Todos los médicos habían dicho que era imposible, así que…
La puerta se abrió y de ella emergió el Dr. James que ojeaba sus papeles una y otra vez. Ambos le miraban con expresiones bien distintas, Jesse con esperanza, David con pena.
—Bien Sres. Zimmer… No entiendo cómo ha podido pasar pero Jesse… estás embarazada.
Sus ojos se abrieron como platos y con una sonrisa de oreja a oreja, las lágrimas que tanto había contenido se desbordaron al fin.
—Está… está seguro.
—Hemos repetido las pruebas dos veces. Ni yo mismo me lo creo. ¡Enhorabuena!
David miraba a su esposa con incredulidad.
—¡Lo ves, te lo dije!— dijo ella.
—¡Va… vamos a ser padres! ¡Voy a ser papá!— y la abrazó sumando sus lágrimas a las de su esposa.
—Ahora tienes que hacer mucho reposo. Aún hay muchas posibilidades de un aborto— interrumpió el doctor.
Aborto. Aquella palabra truncó de golpe toda ilusión.
—Recomiendo reposo total, sobretodo durante los primeros meses. Jesse lo que te ha pasado es muy poco frecuente así que…
—No se preocupe, haré lo que sea por el bebé.
—Contrataremos a una chica que te ayude mientras yo no esté— dijo David al instante.
—Lo que sea— repitió Jesse.
IX

Cinco largos meses sin moverse de la cama, más de la mitad del embarazo, con frecuentes visitas del Dr. James quien, amablemente, había accedido a desplazarse hasta su casa para hacer los controles de rutina. Y otros cuatro yendo de la cama al sofá y del sofá a la cama, siguiendo una dieta especial y pinchándose hormonas cada dos por tres.
Cada día la misma rutina, cada día deseando que llegara la noche y es que las horas pasaban más deprisa cuando conseguía dormir. Cosa que no era muy a menudo. Sin embargo, a pesar de la incomodidad, a pesar del aburrimiento, a pesar de todo, Jesse sabía que cada día de suplicio la acercaba un poco más a su hija. Y con eso consiguió seguir adelante. Hasta que llegó la primera contracción.

Tardaron diez minutos exactos en llegar al hospital. David conducía como si cada segundo fuera crucial, apretando a fondo el acelerador, sin importarle los radares que infestaban la ciud
ad, ni las multas… Sólo pensaba en se esposa y en su hijo no nato.
Que todo salga bien, Dios mío, que todo salga bien.
Y todo salió bien. Fue un parto rápido, menos de tres horas y la niña pesó tres quilos y medio.

—Es un milagro— dijo Jesse al cogerla por primera vez entre sus brazos.
—Sí que lo es— contestó David besando a su esposa en la frente perlada de sudor.
Una de las enfermeras se acercó y se llevó a Diana.
—¿Qué hace? ¿Dónde se lleva a mi hija?— preguntó nerviosa Jesse.
—Tranquila cielo, sólo van a limpiarla un poco. En seguida te la devuelven.
—Está bien, pero vigila que no le pase nada.

lunes, 15 de septiembre de 2008

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