Bienvenido A Violet Hill

¡Hombre un turista!

La verdad es que no se ven muchos por aquí. Ya sabe esto es un pueblo tranquilo. Ni siquiera salimos en los mapas. Demasiado pequeños... ¡Pues mejor! ¡Que les den a todos!
...

¡Oh no... no! no se vaya todavía. Deberá disculparme. Mi mujer siempre me dice que debería pensar antes de abrir esta bocaza. Supongo que tiene razón.

¿Que cómo ha llegado aquí? ¿Quién sabe? Algunos llegan porque hace tiempo que nos andaban buscando, para otros en cambio es sólo cuestión de suerte.

¡De eso nada! Esta noche se quedará con nosotros. Dentro de poco oscurecerá y no es seguro ir por estas carreteras mal asfaltadas. Insisto.

Bien, si quiere puede ir a dar una vuelta por el pueblo. Dentro de una hora vuelva. Le estaré esperando con una cerveza bien fría y alguna historia que contar. Le aseguro que no se arrepentirá, mi mujer prepara los mejores guisos de la región.

Ya lo verá, lo pasaremos de miedo.

Quédate esta noche

A esas horas la calle estaba completamente vacía. Nadie quería tener que enfrentarse al frío de la noche y mucho menos cuando el viento parecía lanzar pequeños dardos que se te clavaban en la cara. Pero aquello no le importaba a Ross Heffner, aquella noche había hecho el amor con su novia como si hubiera sido la primera vez. Hacía tiempo que Ross no encontraba esa conexión con alguien y apenas podía borrar la estúpida sonrisa del enamorado de su rostro.
En su mente aún resonaban las suaves notas del piano de Oscar Peterson mientras los jadeos de su amante le hacían volar como nunca antes lo habían hecho.


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Ross había estado con algunas chicas a lo largo de sus cuarenta años de vida, unas más expertas que otras, pero nunca había encontrado a ninguna como Faith. Ella había sido la única capaz de arrancarle un grito de placer mientras estaba entre sus brazos. Sí, era buena en la cama, pero no era sólo por eso, era algo que veía en su mirada, algo que sintió mientras, abrazados, le acariciaba lentamente el pelo. Había algo mágico en sus palabras cuando le pidió que se quedara con ella esa noche. Ross, se moría de ganas por hacerlo, fuera hacía frío y allí, junto a ella, estaba tan a gusto… pero no podía, tenía que volver a su casa antes de que amaneciera.

Acababa de salir a la calle y ya tenía ganas de volver a verla. La lejana voz de la tentación le musitaba al oído que podía regresar, sólo tenía que dar media vuelta, llamar al timbre y ella le abriría la puerta de su piso y le haría un hueco entre sus sábanas. Tal vez volverían a hacer el amor para luego quedarse dormidos uno en brazos del otro. Casi podía sentir el calor de su cuerpo junto al suyo. Aspiró con fuerza y el olor aún fresco de su sexo por poco hace que se dejara llevar por el deseo. Pero no lo hizo. Nunca le habían gustado los coches. El hecho de que su madre fuera atropellado por uno probablemente tenía mucho que ver. Así que fue caminando.
No estaba a más de veinte minutos, pero aún así tenía que darse prisa, el sol ya no podía tardar mucho en despertar, y para cuando eso ocurriese debía estar preparado.

Cuando se encontraba a medio camino de su casa el móvil emitió un ligero quejido, sólo uno, pero bastó para que su mente volviera a volar una vez más. “Ya te hecho de menos” leyó, y de nuevo las ganas de dar media vuelta casi se apoderaron de su mente. Pero Ross era un luchador, siempre lo había sido y también se consideraba un hombre responsable, y como hombre tení
a ciertos asuntos que atender, ciertas obligaciones que le eran ineludibles. «Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer» solía decirle su madre.
—Sí madre—dijo Ross en voz alta hablándole al vacio y esbozando una forzada sonrisa que le otorgaba un aire demasiado triste para alguien que acababa de pasar la que sin duda había sido, la mejor noche de su vida.

Ni siquiera contestó el mensaje, tenía miedo que si lo hacía ella le contestase de nuevo y si eso ocurría Ross se vería empujado con demasiada fuerza a volver junto a ella. En vez de eso lo que hizo fue acelerar un poco más el paso hasta que sintió las piernas duras como rocas por el esfuerzo.

Entró en casa desabrochándose uno a uno los botones de la camisa. Iba contándolos en voz baja a medida que lo hacía, con una calma que contrarrestaba con la premura de sus pasos. La camisa cayó sobre el suelo emitiendo un sordo quejido que sólo Ross pudo oír. Después le tocó el turno a los zapatos que fueron arrojados a un lado de la habitación haciendo que uno fuera a para debajo de la mesa del comedor. Los pantalones, los calzoncillos y finalmente los calcetines. Toda su ropa reposaba esparcida por el suelo y una silla le esperaba frente a una ventana abie
rta de par en par.
Ross se sentó y esperó. Hacía frío, podía sentir como los pezones se le ponían duros mientras los testículos se le encogían, pero no más que cualquier otra noche. Hacía años que mantenía el mismo ritual, largos años en los que no había fallado ni una sola vez. El precio a pagar por
su irresponsabilidad era algo que no podía permitirse y menos ahora que Faith había entrado en su vida.

Desnudo, Ross esperó que el astro sol mostrara una mañana más su rostro y calentase su cuerpo otorgándole parte de su energía. Y como cada mañana Ross recordó a su madre y lloró. Se tapó los ojos con las manos para que nadie pudiera ver sus lágrimas. No le importaba lo más mínimo que los vecinos pudieran verle desnudo haciendo su ritual diario, pero no podía soportar la idea de que le tomaran por alguien débil. No, Ross podía parecer un loco, pero de ninguna manera iba a dejar que le tacharan de nenaza.

Y así permaneció una larga hora hasta que el sol surgió de entre los edificios que le rodeaban. Un nuevo día había nacido y el calor de la esperanza se llevó consigo todo el dolor que tor
turaba su alma. Orgulloso por haberse mostrado fuerte en su cometido se vistió y se metió en la cama. Aún le quedaban un par de horas hasta que el despertador le obligase a ir a trabajar, pero iban a ser dos horas que pasaría soñando con su amada. Ross se metió en la cama con la esperanza de volver a revivir todas y cada una de las caricias que Faith le había regalado esa misma noche, pero no fue así. Su sueño fue intranquilo, invadido por lejanas voces que parecían gritarle desde la oscuridad. «¡Sé un hombre! ¡Deja ya de llorar ¡ ¡Sé un hombre!» Sin embargo cuando despertó las voces ya no estaban allí, ni siquiera su recuerdo había sobrevivido al sueño. Nada, sólo un ligero dolor en la nuca y la ilusión de saber que esa noche volvería a ver a Faith.

II



Eran las nueve de la tarde cuando llamó al timbre. Al otro extremo del aparato una voz juguetona le invitó a subir. Ross sabía que esa noche Faith no quería perder el tiempo, lo notó en su voz, sabía que en cuanto abriese la puerta ambos harían el amor y que después, si les quedaban fuerzas, tal vez cenasen algo.

Mientras subía las escaleras sintió un suave cosquilleo en el estómago. Estaba nervioso, no sabía por qué, pero lo estaba. Su corazón se aceleró a medida que se acercaba a la puerta. Parecía un chiquillo que acudiendo a su primera cita. Se sentía algo extraño pero sin duda era una sensación que le gustaba, como si hubiese vuelto a engancharse a una vieja droga que hacía siglos que no tomaba. El síndrome de abstinencia pareció fortalecerse cuando llamó a la puerta. Pequeñas perlas de sudor empezaron a recorrer su frente, las manos se le removían inquietas sin saber qué hacer y empezó a notar que su miembro se erguía lentamente. Ni siquiera la había visto y ya podía sentir sus labios recorriendo su piel, mordiéndole con fuerza la oreja. Creía que no podía haber nada mejor, que su imaginación había creado un ser difícilmente igualable, y por un instante tuvo miedo de que Faith no pudiese estar a la altura de sus expectativas esta vez. Por suerte no fue así.
La puerta se abrió y Ross descubrió el voluptuoso cuerpo de su amada arropado solamente p
or los delicados encajes de su conjunto de ropa interior. Fue entonces cuando su fantasía se evaporó para dejar que todos sus sentidos se centraran en lo que tenía delante.
Ni siquiera se saludaron. Ella, con la mirada clavada en su ojos, se acercó lentamente hacía él y le besó con fuerza en los labios. Ninguno de los dos habló, temerosos de romper la magia de aquel momento, hicieron el amor en silencio, comunicándose a través de la respiración, del tacto, del gusto. Cinco sentidos destinados a amar, y se dijeron más aquella noche que en las largas horas de conversación que habían mantenido hasta la fecha. Al terminar ambos siguieron en silencio intentando entrar en el mundo del otro con la mirada, intentando convertir dos almas en una sola.
—Quédate esta noche, quédate a dormir—dijo ella rompiendo el silencio. Y sus palabras
resonaron en la habitación con una fuerza abrumadora.
—Sabes que no puedo—respondió él con pesar.
—Hace ya tiempo que salimos y nunca te has quedado a dormir—su mirada era inquisitiva, era una mirada que se preguntaba una infinidad de cosas, una mirada mezcla de recelo y temor—¿Es que no me quieres?—preguntó al fin.

—Sabes que no es eso, es sólo que…
—¡Qué, qué es sino!
Ross guardó silencio, no quería mentirle, pero tampoco podía contarle la verdad. Estaba seguro que si lo hacía lo que estaban construyendo se marchitaría. Ella le abandonaría sin dudarlo ni un segundo. Lo sabía, le había pasado antes, pero esta vez era diferente, Faith era demasiado importante, no quería perderla, no podía perderla.
—Es que no… no puedo, lo siento—dijo apartando la mirada.
—¡Como quieras!—se dio la vuelta y se quedó en silencio.
Ross sintió que la estaba perdiendo, en ese mismo instante, con el sabor de su aliento aún
en su boca, supo que si no le contaba la verdad no volvería a verla. No sabía qué podía hacer, sólo le había contado su secreto a una persona y no había sido precisamente un éxito. Aún podía oír como se reía de él, haciéndole sentir como un loco, y no era un loco, era un hombre que luchaba por salvar a sus seres queridos, un hombre que había renunciado a muchas cosas por hacer lo que tenía que hacer.
Faith seguía en silencio y la habitación empezaba hacerse incómodamente pequeña. Sólo le quedaba una cosa por hacer. No esperaba que lo entendiera, sólo rezaba para que no se riera demasiado.
—No es que no quiera quedarme, ojalá pudiera pero… tengo que estar en casa antes de que
amanezca—Faith se dio la vuelta y se quedó mirándole mientras su silencio le invitaba a seguir—Tengo que estar antes del amanecer o pasará algo terrible—Ella seguía mirándole. De momento no se estaba riendo pero tampoco parecía que fuera a contentarse con esa explicación. Quería la verdad, toda la verdad—¡Oh, a la mierda! Si no estoy en mi casa antes de que salga el sol alguien morirá.
Faith no dijo nada, siguió mirándole, escudriñando su rostro, hasta que rompió a reír.
—Joder Ross, por poco me lo trago—dijo—Vamos en serio, estás casado ¿no?—concluyó borrando la sonrisa de su rostro.
—Sabía que esto iba a pasar, sabía que no lo entenderías—se levantó y empezó a vesti
rse— Será mejor que me vaya, no me queda mucho tiempo.
—¡Espera! Espera por favor—Ross la miró con tristeza, como si no tuviese que volv
er a verla—Lo dices en serio ¿verdad?—él asintió con un ligero golpe de cabeza—¿De verdad crees que si no estás en tu casa cuando salga el sol alguien morirá?
—Sé que parece una locura pero… Si no quieres volver a verme lo entenderé.
—¿Cómo puedes decir algo así? Ross, te quiero, es sólo que… bueno, no es algo que puedas s
oltar y esperar que lo asuma como lo más normal del mundo.
—Entiendo que no me creas.
—No es que no te crea pero…
—Hace ya veinte años que lo hago. Media vida…—sus palabras se tiñeron de melancolía y después de una pausa añadió⎯ Yo Tenía veinte años cuando mi madre murió
— Yo… no lo sabía—dijo cogiéndole la mano.
—No es algo que me guste ir contando por allí. La noche que murió tuve un sueño. Podía haberla salvado ¿sabes? Y lo único que tenía que hacer era sentarme a mirar el amanecer. Podía haberla salvado y yo… No quiero que vuelva a pasar.

—Si quieres puedes ver amanecer desde aquí. ¡Podemos verlo juntos!
—¡Es que no le entiendes! ¡Tiene que ser en mi casa, tengo que entrar desabrochándome la camisa, tengo que contar los botones uno a uno, y una vez desnudo tengo que sentarme y esperar! Yo… tengo que irme ya—dijo suplicante.
—Cielo no pasará nada malo.
—¡Y tú cómo lo sabes! Dime ¿cómo lo sabes?
—Porque no lo permitiré.
—No puedo yo… —sus ojos empezaron a brillar hasta que soltaron una sola lágrima.
—Schhhh—susurró ella abrazándole—Sólo túmbate a mi lado. No va a pasar nada, te lo prometo.
Y Ross sucumbió al fin al deseo. No pudo evitarlo, su tacto era demasiado suave, su voz demasiado insinuante. Las ganas de estar con ella lo arrasaron todo anteponiéndose a sus miedos. Se tumbó y no tardó en quedarse dormido acunado por las dulces caricias del amor.




III


Cuando Ross despertó el sol ya iluminaba con fuerza el mundo. Sus rayos entraban a través de una pequeña apertura en las cortinas rompiendo la oscuridad de la habitación. Al darse cuenta de lo que había hecho sintió cómo el corazón se aceleraba en su interior. «¡Qué he hecho, cómo he podido ser tan débil!» Miró a Faith temeroso de que le hubiese pasado algo, pero dormí
a placidamente. Estuvo tentado de despertarla pero parecía estar tan a gusto que prefirió dejarla dormir. Veía su fina melena rubia, el contorno de su espalda desnuda y tuvo que refrenar un fuerte impulso de abrazarla, de besarla y hacerle el amor.
Por fin la maldición se había desvanecido, ella lo había hecho, se lo había contado y aún así seguía amándole. Su amor le había hecho libre después de tantos años.
Con la alegría en el rostro, se levantó con cuidado para prepararle el desayuno. Le pareci
ó que era lo mínimo que podía hacer por ella. Canturreando una vieja canción, preparó un par de tostadas con mermelada y puso a calentar un poco de leche. «El chocolate sin grumos», le había dicho Faith en una ocasión y no pudo evitar sonreír al recordarlo.

Ross se sintió aliviado, despojado, por primera vez en largos años, del peso de la responsabilidad. Ya no tendría que volver a contar ridículamente los botones de la camisa, ni tendría que sentir el frío de la mañana sobre su piel, y por supuesto se acabaoron las furtivas miradas de los vecinos y sus consantes cuchicheos. Ya nunca tendría que volver a separarse de Faith, liberado al fin del destino que le había sido impuesto, Ross podía hacer cuanto quisiera, y lo que quería era pasar el resto de su vida despertando al lado de la mujer que le había salvado. Ross podía escoger, y la escogió a ella.
—¡Cielo el desayuno está liiistoooo!—dijo con la alegría de un chiquillo mientras entraba en
la habitación con una enorme bandeja entre las manos.
Faith no contestó.
—Cielo el desayuno—pero Faith no se movía—¿Cielo?

El mundo se paralizó mientras Ross escudriñaba con atención el pecho de Faith. «No, no puede ser.» las manos le temblaron y la bandeja cayó al suelo haciendo que el vaso se rompiera. Faith seguía sin moverse.
—No, no, no, no…
Ross corrió hasta ella y la zarandeó para intentar que se despertara, pero fue inútil, no respiraba, estaba… muerta.


El mundo se oscureció hasta que, entre lágrimas, Ross oyó una voz proveniente de su interior. «¡Ves lo que has hecho! Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer. ¡Sé un hombre!» Ross cayó al suelo y lloró, lloró hasta que no pudo más. Lloró por Faith, lloró por él, pero
sobretodo lloró al sentir las pesadas cadenas que volvían a atarle una vez más. Sin saber qué hacer se desvistió lentamente, se sentó frente a la ventana y esperó. Porque un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer.

viernes, 20 de marzo de 2009

1 Comment:

Abrete Sesamo said...

Hace mucho no te veia escribir o no pasaba por tu blog...recuerdo una epoca q lo hacia pero lo tenias un poco abandonado..ahora regreso y veo que si tengo un par de cosas para leer.
Yo tambien intente seguir escribiendo en el mio ,y seguro hay uno o 2 escritos q no viste XD... jaja...

Hay algo q nunca hicimos...te aparece si nos agregamos a blogs amigos? respondeme en mi blog si quieres y lo hacemos :P xD ...

Un saludo!

 
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Based on a work at Lee Vining, en el motel Murphey's.